••••••••••• Capítulo 35 •••••••••••
El Santuario había recuperado su forma, pero no su estabilidad. Algunos lo llamaban ahora “el corazón fisurado”.
Primero fueron fenómenos leves: una flor que se abría antes del amanecer; un niño que recordaba haber vivido cosas que aún no habían sucedido. Pero pronto los choques de tiempo se volvieron imposibles de ignorar.
En una ceremonia de inicio, una joven llamada Mara entró en trance profundo. Cuando habló, lo hizo con la voz de una anciana que nadie reconocía, describiendo con precisión una batalla que no ocurriría hasta meses después.
En otra ocasión, un científico entró al archivo sensorial para consultar memorias registradas... y se encontró con su yo del futuro, desesperado, advirtiéndole que debía sellar el relicario antes de que se abriera “el segundo vórtice”.
Zeta fue el primero en definirlo con claridad:
—Ya no hay una sola línea temporal. Los caminos se cruzan, chocan, se mezclan. El relicario, aunque estabilizado, abrió un pliegue donde los tiempos no fluyen… sino que colisionan.
Los choques no eran solo visuales o narrativos. Afectaban profundamente la identidad. Personas despertaban con recuerdos que no les pertenecían, con emociones que no entendían. Algunos sentían amor por quienes aún no conocían. Otros lloraban pérdidas que aún no habían vivido.
Lumi organizó una reunión de emergencia con los custodios del Santuario.
—Esto es más que un error —dijo—. Es una advertencia. No podemos seguir interpretando el tiempo como una línea. Kael nos mostró lo que sucede cuando sentimos sin conciencia… ahora debemos aprender a sentir en capas.
Auric, por su parte, notó cómo su música comenzaba a afectar las zonas alteradas: ciertas frecuencias podían encajar los tiempos como piezas desordenadas de un rompecabezas.
—Cada tiempo tiene un tono, una resonancia. Si encontramos la nota correcta, podríamos rearmar parte del tejido fracturado.
Zeta y Seris empezaron a desarrollar lo que llamaron el Compás de Cronoestructura, un mapa que mostraba zonas de colisión temporal: puntos en Nhalon donde los tiempos estaban fusionándose peligrosamente. Algunas zonas mostraban el futuro avanzando sobre el presente. Otras, el pasado repitiéndose infinitamente como un eco atrapado.
Pero había una región que los preocupaba especialmente: el Anillo Silente, una zona alrededor del lugar donde Kael yacía suspendido. Allí, el tiempo no colapsaba… pero tampoco fluía. Era como si se detuviera, como si el mundo allí esperara algo.
Lumi lo entendió:
—Kael no solo distorsionó el tiempo. Lo dividió. Creó zonas autónomas donde los relatos y las experiencias se están fragmentando. Si no hacemos algo, Nhalon dejará de ser un solo mundo… y se convertirá en un millón de versiones en guerra entre sí.
Y entonces sucedió lo impensable.
Durante un eclipse doble, el relicario emitió un pulso incontrolado. En todo Nhalon, personas comenzaron a ver visiones de sus otras versiones: el yo que eligió diferente, el yo que murió joven, el yo que nunca amó, el yo que traicionó.
Algunos enloquecieron.
Otros se iluminaron.
Y unos pocos, los más sensibles, comenzaron a comprender:
Los choques de tiempo no eran solo una crisis. Eran una oportunidad de integración.
Pero para lograrlo, debían regresar al epicentro.
Al Anillo Silente.
A Kael.
A la pregunta aún sin respuesta:
¿Qué sucede cuando una conciencia individual se convierte en el cruce de todos los tiempos posibles?
Mara y el Recuerdo del Futuro
Mara, la joven que había hablado con voz de anciana durante la ceremonia, ahora veía sueños tan vívidos que no podía distinguirlos de la vigilia. En ellos, guiaba a un grupo de supervivientes por un Nhalon devastado, donde el Santuario era solo un esqueleto en ruinas y el relicario estaba sellado bajo tierra.
Despertaba cada mañana con las manos sucias de tierra.
—Estoy viviendo un tiempo que aún no ha ocurrido —le dijo a Seris—. Pero ya lo siento como pasado.
Zeta, al estudiar sus ondas cerebrales, descubrió algo inquietante: su conciencia estaba desplazada levemente hacia adelante, unos 13 días respecto al tiempo presente. Cada vez que Mara hablaba, lo hacía con conocimiento de hechos aún no sucedidos.
Al principio, el consejo intentó aprovechar esto como ventaja táctica.
Pero Mara empezó a colapsar emocionalmente.
—¿Cómo se puede amar a alguien sabiendo cómo lo vas a perder? —preguntó, temblando—. ¿Cómo se puede vivir sin actuar como verdugo del tiempo?
Einar, el Arquitecto de Ruinas
Einar era un restaurador de estructuras sensoriales. Trabajaba reparando templos antiguos en las afueras de Nhalon, donde los efectos del conflicto aún eran tenues. O eso creía.
Una noche, al entrar en el Templo de las Voces Olvidadas, encontró una versión de sí mismo ya trabajando en la restauración. Se detuvo, sin moverse. La otra versión también lo vio. Ambos tenían la misma edad, la misma cicatriz en la ceja… pero uno tenía las manos manchadas de sangre.
—¿Qué hiciste? —le preguntó.
—Sobreviví —respondió el otro.
Desde ese día, el templo se convirtió en un lugar de duplicación. Cualquiera que entraba veía su "otro yo": el que hizo la elección que no hiciste. Algunos se abrazaban. Otros huían. Algunos se atacaban.
Einar siguió restaurando, pero no sabía si era él… o su eco.
Lira, la Niña de Dos Infancias
Lira era una niña de 8 ciclos que comenzó a hablar con palabras que sus padres no entendían. Al principio pensaron que inventaba. Luego notaron que describía con precisión objetos que no existían aún: un tipo de pantalla táctil no inventada, un poema que Seris aún no había escrito, la caída del segundo Santuario.
Zeta examinó su campo sensorial y descubrió que Lira estaba viviendo dos infancias simultáneas: una en el presente... y otra en una Nhalon alternativa donde Kael había despertado como un dios de los ecos.
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Editado: 07.10.2025