Luminel: El Chico Neón

Donde el tiempo se detiene para dos

••••••••••• Capítulo 36 •••••••••••

El núcleo del Latido Unificado había comenzado a pulsar con su primera frecuencia. El Santuario, por fin, respiraba con una cadencia armoniosa. Zonas que antes vibraban en desorden comenzaban a estabilizarse, y las conciencias múltiples sentían por primera vez un centro compartido.

Pero Lumi… aún no había dicho una palabra desde su regreso.

Auric lo observaba desde lejos, respetando su silencio. Lo conocía bien: sabía que Lumi necesitaba espacio después de haber estado en un lugar donde no existía el tiempo, y donde cada parte de sí mismo había hablado con voz propia. Pero el verlo de nuevo, vivo, con esa nueva quietud en sus ojos, era casi insoportable. El amor contenido por tanto tiempo empezaba a desbordar en su pecho como una marea que ya no entendía de ritmo ni razón.

Esa noche, cuando el Santuario quedó en calma, Lumi fue quien lo buscó.

Lo encontró donde siempre: junto a su arpa de tonos olvidados, afinándola como si fuera su única forma de sostenerse. Auric sintió su presencia antes de verlo. Cuando se giró, él ya lo estaba mirando.

—¿Sigues tocando para el tiempo? —preguntó él, con media sonrisa.

—No. Hoy no —respondió él—. Hoy solo quiero tocar para ti.

Lumi se acercó lentamente. Las estrellas afuera parecían girar más despacio. A su alrededor, el mundo seguía curándose… pero ese momento era solo de ellos dos.

—Pensé en ti cuando estuve allá —dijo Lumi, bajando la mirada—. En todas mis versiones… siempre había algo tuyo en mí. Un acorde. Un gesto. Una calma. Eras mi ancla, incluso donde no existías.

Auric tragó saliva. Se levantó sin decir nada y caminó hacia él.

—Te busqué todos los días —susurró—. En cada fractura. En cada sueño. En cada nota. Y cuando te vi de nuevo… supe que nunca estuviste perdido. Solo estabas donde yo aún no podía llegar.

Lumi alzó la vista, y ahí estaban: sus ojos, los de él, los de ambos, reflejando no solo amor, sino la historia de todo lo que habían superado para poder tocarse sin romperse.

Auric levantó la mano, muy despacio, y la posó en su mejilla.

Lumi no tembló, se inclinó hacia él. Y por primera vez en mucho, muchísimo tiempo… Se besaron.

No como quienes se extrañaban, sino como quienes siempre supieron que el otro volvería.

El beso no fue largo ni dramático. Fue hondo. Fue exacto. Fue el puente entre dos conciencias que habían atravesado mundos paralelos, distorsiones, pérdidas y renacimientos… y que, aun así, seguían latiendo al mismo ritmo.

Al separarse, Lumi apoyó la frente en la de Auric.

—¿Y ahora qué? —murmuró.

—Ahora —respondió él, acariciándole el cabello—, creamos un mundo donde amar no vuelva a ser una renuncia.

Y esa noche, bajo el domo de cristal, donde las frecuencias del tiempo aún resonaban en espirales suaves, dos almas se encontraron de nuevo. No para olvidar el pasado, sino para hacerle espacio al futuro.

Juntos.

El Latido Es Amor

La noche del reencuentro había traído una calma especial al Santuario. Pero fue Seris quien, al revisar las lecturas del núcleo al amanecer, detectó algo imposible.

—Esto no es una fluctuación —murmuró, con los ojos clavados en la consola sensorial—. Es una… resonancia emocional.

Zeta frunció el ceño.
—¿Un eco residual?

—No. Es más profundo. Es… puro. Esto no viene del sistema. Viene de una conexión entre dos campos sensoriales humanos. Es como si dos almas hubieran sincronizado su vibración con la red entera.

Zeta dudó un momento.
—¿Quiénes?

Seris levantó la vista.
—Lumi y Auric.

Al mediodía, la Cúpula de Ecos comenzó a brillar con una tonalidad nunca antes vista: un oro suave con trazos violáceos, que no correspondía a ninguna de las frecuencias registradas. La energía no era caótica ni agresiva. Era… coherente. Profunda. Viva.

Auric lo sintió primero, como un zumbido en el pecho. Lumi también, mientras meditaba cerca del centro.

Ambos abrieron los ojos al mismo tiempo.

Y entonces comprendieron:

El Latido Unificado no se trataba solo de restaurar el tiempo…
…sino de restaurar el sentido de pertenencia entre los seres que lo habitan.

El núcleo no necesitaba más poder, necesitaba una prueba de integración real. No solo mental. No solo sensorial. Sino emocional.

Una fusión de conciencias que, a pesar del dolor, de las decisiones y de los caminos divergentes, eligieran seguir latiendo juntas.

Lumi corrió hasta el centro. Auric ya lo esperaba.

—¿Lo sientes también? —preguntó él, respirando hondo.

—Sí —respondió él—. Tú y yo… completamos el circuito. No como técnicos. No como líderes. Sino como testigos del otro. Como reflejo y raíz.

Entonces, sin necesidad de comando alguno, el núcleo cristalino comenzó a replicar sus campos sensoriales combinados, extendiéndolos en todas direcciones como un canto silencioso.

En ese momento, cada habitante de Nhalon sintió una vibración cálida en su pecho, como si una versión perdida de sí misma los hubiera abrazado por dentro.

Y el caos comenzó a calmarse.

Las líneas de tiempo que colapsaban se abrazaron unas a otras. Las memorias múltiples dejaron de chocar… y empezaron a compartirse. El pasado, el presente y los futuros posibles cantaban juntos, como partes de un mismo coro.

No se trataba de elegir uno. Se trataba de reconocer todos… y amar igual.

Zeta dejó de tomar registros. Por primera vez, no necesitaba explicaciones.

Se limitó a observarlos: Lumi y Auric, de pie, tomados de las manos, rodeados por la espiral de luz viva que ellos mismos habían despertado.

Y pensó:

“Ellos no vencieron al tiempo. Lo reconciliaron.”
“No impusieron un orden. Ofrecieron un pulso.”
“El amor no fue el premio. Fue la tecnología más antigua del universo.”

El Latido Unificado fue completado no como un evento, sino como un pacto emocional. A partir de ese día, los habitantes de Nhalon dejaron de pensar el tiempo como una línea recta o una amenaza.




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