Luminel: El Chico Neón

Los hilos de Ithil

••••••••••• Capítulo 37 •••••••••••

En Némora, el tiempo no fluye. Se escucha.

Como un murmullo detrás de todo, como un susurro que viene desde dentro del alma, recordando quiénes fuimos… antes de olvidar.

Lumi y Auric caminaban juntos por una llanura hecha de luz blanda, donde el suelo brillaba con cada paso como si el mundo los reconociera. No había sol, ni sombra, pero todo vibraba con una calidez antigua.

Y entonces, en medio del vacío sereno, apareció una figura femenina de rostro cambiante. No era joven ni anciana. No tenía edad. No tenía nombre… pero se sentía como hogar.

—Los estábamos esperando —dijo, sin mover los labios—. El Latido Unificado fue solo el comienzo. Ahora deben recordar… el Hilo.

Extendió las manos.

Y en ellas, flotando como si lo guiara la voluntad misma del universo, danzaba una hebra dorada, delgada como un cabello de sol, vibrando con una música que no se podía oír… solo sentir.

El Hilo de Ithil.

—Este hilo no se crea ni se destruye —dijo la figura—. Solo se revela cuando dos presencias se encuentran en su punto exacto de honestidad emocional.

Lumi lo miró con asombro.

—¿Esto… nos une?

—No —corrigió la figura—. Esto los refleja.

El hilo flotó entre ellos y se dividió, creando dos extremos sutiles que comenzaron a enredarse suavemente en sus muñecas sin causar presión.

—Cada decisión que tomen desde aquí —continuó la figura—, cada pensamiento, cada verdad o silencio… hará que el hilo cante… o se desvanezca.

Auric lo observó con cuidado.

—¿Y si se rompe?

—No se rompe. Se olvida.

Y lo que se olvida, no vuelve.

Apenas el hilo tocó la piel de ambos, Lumi sintió una ráfaga de memorias no vividas: Auric, de niño, mirando las estrellas. Auric llorando en silencio tras su desaparición. Auric afinando el arpa, no por necesidad, sino por devoción.

Auric, al mismo tiempo, vio a Lumi bailando en una pradera olvidada, hablándole a las flores. Lo sintió escribiendo cartas que nunca envió. Sosteniendo la esperanza en sus manos como si fuera una lámpara encendida en la tormenta.

No eran recuerdos del pasado.
Eran recuerdos del alma.

Fragmentos de verdad que jamás se dijeron… pero siempre fueron reales.

La figura retrocedió y comenzó a disolverse con el aire.

—Ahora comiencen a caminar… sin esconder nada.

Lumi bajó la mirada.

—Tengo miedo —admitió—. De perderte de nuevo. De que este hilo me ate en lugar de liberarme.

Auric sostuvo su mirada.

—El hilo no es una cadena. Es un espejo. Si alguna vez te alejas, no me perderás. Solo verás con claridad cuánto estás dispuesto a volver.

Y entonces, la hebra dorada vibró con fuerza. Un sonido leve, como el latido de una estrella lejana, recorrió el campo blanco.

Ithil había despertado.

En lo alto del cielo sin cielo, comenzó a formarse un patrón: hilos similares extendiéndose en direcciones invisibles, tocando a otros seres, en otras realidades.

El Hilo de Ithil no era solo suyo.

Era el mapa emocional del universo entero.

Y Lumi lo entendió:

"Cada vez que dos almas se ven realmente,
el universo traza un hilo.
Y cada hilo… es una melodía que sostiene los mundos.”

Donde el Hilo Duele

El Hilo de Ithil seguía vibrando en sus muñecas, suave, cálido… y vivo.

Al principio, solo era entre ellos.

Pero mientras caminaban por la niebla sensorial de Némora, donde los pensamientos se manifestaban como luz, comenzaron a sentirlo: otras hebras. No tocaban sus cuerpos, pero danzaban cerca. Recuerdos aún anclados a sus almas.

—¿Sientes eso? —preguntó Lumi, deteniéndose.

Auric asintió, pero no habló.

El aire comenzó a torcerse como agua templada. Y de pronto, frente a ellos, dos escenas simultáneas comenzaron a tomar forma. El Hilo de Ithil se dividió en pequeñas ramificaciones, cada una vibrando con una emoción olvidada.

Las relaciones pasadas.

Auric vio a Lumi… no como el chico que era ahora, sino como fue una vez. Riéndose con otro, compartiendo un secreto, rozándole la mano con ternura. Y no era odio lo que sentía.

Era dolor de verdad.

Porque lo había vivido. Porque lo había amado.

Y porque… lo había traicionado.

—No te pido que no lo mires —susurró Lumi, sabiendo lo que él veía—. Solo que entiendas que esa versión de mí no sabía cómo sostener lo que tenía. Me perdí. No supe ver lo que valía… hasta que ya no te tenía.

Auric cerró los ojos. Quería apartar la mirada.

Pero el hilo vibraba fuerte. Escuchar era parte del vínculo.

—No es lo que hiciste lo que me dolió más —dijo él, al fin—. Fue que no tuvieras el valor de decirme la verdad antes de rompernos. Lo supe cuando te fuiste. Pero me quedé esperando una confesión que nunca llegó.

La escena comenzó a disiparse.

Y el hilo… no se rompió... se volvió más claro.

Ahora fue Lumi quien vio.

A Auric, en silencio, viendo marchar a alguien. Un chico de rostro sereno que nunca se giró para despedirse. No hubo drama. Solo ausencia.

Y Auric, roto, sin saber qué había hecho mal.

—Él no me engañó —dijo Auric, sin que Lumi preguntara—. Pero se fue sin explicaciones. Me desperté solo un día… y su hilo ya no vibraba. Fue como si mi presencia hubiera dejado de significar algo.

Lumi sintió una presión en el pecho.

—¿Aún duele?

Auric negó lentamente.

—Ya no por él. Duele… que nunca me creí suficiente después de eso. Que cuando me miraba… siempre había una parte de mí esperando que también desapareciera.

Y entonces, frente a ellos, los hilos secundarios comenzaron a fundirse.

No para borrar lo que fue, sino para integrarlo.

El Hilo de Ithil entre ellos cambió de forma. Ahora no era una línea recta. Era un tejido, con nudos, bifurcaciones y puntos enredados. Pero cada error, cada herida, cada despedida, se convirtió en parte del diseño.




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