Luna Auxíliame

Prólogo

El pitido del monitor de signo vitales a este punto ya era bastante molesto, sumando un motivo más para su dolor de cabeza. El nivel de estrés de todo lo acontecido en los últimos días comenzaba a tornarse más de lo que consideraba poder soportar. “Qué todo acabé ya, ¡Señor, te lo suplico!”, pensó angustiado, entrelazando las manos ya arrugadas y maltratadas por la edad. “¡Que sea tu santa voluntad, padre celestial!”. 

Observó con atención la fría e insípida habitación, cada hora que transcurría el lugar le parecía más horrible y pequeño. Esperó que su final no fuera en un sitio como este, ni en las mismas condiciones. Deseó que el día que su vida culminara fuese acostado en su cama, durmiendo, sin dolor ni complicaciones. No quería pasar la misma situación que su amigo atravesaba, le dolía el alma verlo así sufriendo una vez más, mejor dicho, desde pequeño nunca dejó de vivir sufriendo. Le tocó ver cómo la vida golpeó siempre aquél indefenso niño, hasta que fue un adulto mayor postrado en una cama. Siempre tuvo claro que ambos nacieron de mujeres distintas, pero que Dios los destinó a ser hermanos por elección y el tiempo acabó por confirmarlo. 

Sujetó con fuerza la cruz del rosario de madera que colgaba en su cuello. Sabía que Dios es misericordioso, y le prestaría a su amigo por un buen tiempo más. No podía hacerse idea de vivir los últimos años de vida como un lobo solitario, ni siquiera creía ser capaz de logarlo. 

De nuevo vio al hombre moribundo sobre la camilla. Como una vez de jóvenes le comentó, la pesadilla de su amigo se volvió realidad, en su condición exacta que siempre temió. Conectado al monitor de signo vitales, con oxígeno puesto en una agonía lenta e interminable. 

—¿Aun te quedan fuerzas para salir victorioso, Anderson? —susurró con voz grave y gastada. 

Recordó pocos días atrás, cuando entró a la habitación y lo encontró acostado en el suelo con ambas manos presionándose el pecho. El primer pensamiento fue que el tiempo a su lado se había agotado, pero casi una semana después seguía batallando como el gran guerrero que siempre ha sido, esta vez libraba una guerra en la camilla de un hospital.  

Mientras tanto, en la mente del moribundo anciano que llevaba en cinco días en coma, comenzó a reproducirse un extraño sueño. Desde el aire se observó así mismo, alto y encorvado por el peso de la espalda a causa de la fuerza que ya no tenía para mantenerse derecho, lleno de canas, con una calva en el centro de su cabeza y con dos entras pronunciadas a cada lado donde comenzaba la frete, las heredó de su padre. Se encontró en una oscuridad absoluta, solo deslumbraba en el cielo la hermosa luna llena. Un fuerte brillo descendió del astro envolviendo todo su cuerpo, y sucedió lo más inexplicable que nunca vio. Su piel comenzó a tensarse volviéndose firme y lisa, las arrugas desaparecieron, pero no solo eso, el tamaño de sus extremidades comenzó a encogerse, y volvió a ser un niño. De pronto comenzó a visualizar su niñez. 

—¡Ayuda, por favor ayúdenlo! —gritó Jorge, sujetando con fuerza las barandas de la camilla cuando el monitor de signos entonó un pitido cada vez más rápido. 

 




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