Mi madre Nora, me contó en repetidas ocasiones; que mi padre Norman fue huérfano y que él creció hasta su mayoría de edad en un orfanato. Tuvo un pasado desgarrador, pero estoy seguro de que eso no fue motivo justificable para que me diera el trato recibido. No después de demostrar lo buen padre y esposo que fue antes de la muerte de mi madre. De algún modo este pudo ser el golpe más duro a su corazón, quizás incluso más doloroso que el haber vivido su infancia siendo huérfano. A pesar de todo, siempre lo amé, pues era mi papá, y gracias a él y a mi madre llegué al mundo. Fuimos una familia muy feliz antes de que la desgracia nos acogiera.
Recuerdo a mi mamita, siempre linda y simpática. Le encantaba vestir sus vestidos floreados, tan largos que casi les llegaban a los tobillos, tenía uno color verde agua con flores grises y rosas, su favorito. Su larga y hermosa cabellera negra medio rizada le colgaba a la cintura y brillaba muy resplandeciente bajo la luz del sol. Era bajita, con preciosos ojos marrones oscuros, de manos y pies pequeños, y cuando sonreía se le marcaba un bonito camanance en la mejilla izquierda. Jamás olvidaré cuando encendía la radio por las mañanas a la hora que hacía los quehaceres del hogar, y se ponía a bailar de un lado a otro conmigo, y cuando yo me escondía para no bailar entonces lo hacía con la escoba, siempre alegre y sonriente.
Mi papito, un caballero alto y fuerte, también de un cabello negro muy oscuro, pero sin un solo rizo, se les marcaban a ambos lados de la frente unas entradas bastante pronunciadas. Le encantaba tener su barba y bigote bien recortados, detestaba que le creciera de más. Fiel amante de las botas tenía una cantidad exagerada de pares, según él era uno de sus tesoros más grandes después de mi mamá y yo, aunque por mucho tiempo crecí dudando esto, de que yo era uno de sus tesoros. Reconozco que mi padre fue un hombre muy trabajador quien siempre se preocupó por que no faltara sustento en casa.
Luego de que mi padre salió del orfanato, a duros costos logró acomodarse como jardinero en la casa de los vecinos de mis abuelos maternos. Allí fue cuando mis padres se conocieron, con el tiempo se enamoraron y acabaron de novios. La familia de mi madre nunca quiso a mi padre, excepto el papá de mi mamá, quizás porque solamente tenía hijas y ni un solo varón. Mi abuelo vio a mi padre como el hijo que nunca tuvo, al menos eso fue lo que mi madre me contó. Años después ella quedó embarazada del que sería su primer y único hijo: “yo”.
Desafortunadamente, un par de meses antes de que mi madre quedara embarazada, su papá falleció de vejez. Ese suceso los obligó a mudarse un par de semanas después a un pueblo fuera de la ciudad. Y todo esto gracias a qué Matilde, la madrastra de mamá y Gloria, su hermanastra, nunca estuvieron de acuerdo con la relación de mis padres, además siempre consideraron a mi madrecita un estorbo en su hogar, aunque claro, mi abuelo nunca se enteró de eso.
Un cuatro de agosto fue el día en mamá dio a luz. Para entonces se habían mudado por segunda vez, pero ahora a un cómodo hogar propio que construyeron gracias a la herencia que mi abuelo Anderson les dejó.
Recuerdo muy bien lo que mi padre me contó sobre el día en que nací. Él y mamá tuvieron una memorable disputa en el hospital, todo para decidir el nombre que me darían. Mi madre quería nombrarme Carlos y mi padre Ramón. A fin de cuentas, lograron ponerse de acuerdo y me nombraron igual que mi abuelo en su honor, le tuvieron mucho cariño y respeto. Confieso que, aunque no lo conocí me llena de orgullo llevar su nombre, después de todo fue un gran hombre, lo supe por las pocas veces que me contaron de él.