Transcurrieron varias semanas desde que volví del hospital, pero aún no recibía ninguna noticia sobre un pronto regreso de mis padres. El dolor de no estar junto a ellos me atormentaba sin piedad constantemente. Sabía que Yolanda, Jorge y don Rafa me amaban, y podía contar con ellos al considerarlos mi segunda familia, pero no era lo mismo. Definitivamente el amor de nuestros padres es irremplazable y fundamental, más para un niño en etapa de crecimiento.
Jorgito y yo regresamos a casa después de un largo día de escuela. Luego de hacer la tarea, y de acomodar el cuarto en que dormíamos, decidimos pedir permiso para ir a la plaza a jugar con los chiquillos del barrio. Doña Yolanda nos concedió salir con la condición de que, solo estuviéramos allí un rato y volviéramos antes de que oscureciera, porque un niño no debía andar solo a oscuras por la calle.
Salimos dando grandes zancadas, y fuimos llamando casa por casa a los chiquillos, algunos eran compañeros de clases y los demás cursaban distintos grados, pero todos nos conocíamos, aunque fuera solo de vista, o por ser hijos de alguna persona muy conocida en el pueblo.
Ya en el sitio, se acumuló parte de la chiquillada del barrio, quizás nos reunimos unos veinte chiquillos, entre niños y niñas. Todos los varones andábamos a pata pelada, incluso, algunos andaban sin camiseta con la barriga al viento. El caso más particular era el famosísimo Ramón, mejor conocido como Ramoncito, alto y de tez muy morena, su dentadura blanca impresionaba a cualquiera. Lucía un cabello muy crespo de color oscuro al igual que sus ojos. Ese niño era el tormento de su madre quien estaba a punto de volverse loca por todas las travesuras que causaba, por ejemplo, siempre andaba por las calles en calzoncillos. Su mamá doña Clemencia, lo obligaba a vestir decentemente, pero el morenito al estar lejos de su madre se quitaba la vestimenta quedando en calzoncillos. En algunas ocasiones llevaba unos todos rotos y se le veía parte del trasero, pero él muy tranquilo no le importaba en lo absoluto y siempre le sacaba el dedo medio a todo el que se atreviera a burlar de él.
Entre todos formamos un círculo, donde discutimos por un largo periodo que jugar. Entre las propuestas estaba el fútbol, la queda y muchas más, pero finalmente nos decidimos por las escondidas. Hicimos grupos de cinco, para que a la hora de contar fuera más fácil buscar a los demás, ya que éramos tantos. Mi grupo estaba conformado por: Zaida, Ignacio, Marcos, Jorgito y por supuesto mi persona. Los de mi equipo teníamos la misma edad, excepto Ignacio, quien tenía trece años al igual que Ramoncito, ambos cursaban el sexto grado ya que perdieron un año.
Zaida era una niña bajita y cachetona, de piel blanca, con cabellos rizados y rubios. Siempre utilizaba sobre su cabello una diadema, la cual poseía adheridas coloridas plumas. Demasiado simpática a diferencia de su hermano mayor Ignacio, a quien todos lo consideraban mandón. Un chiquillo bastante alto para su edad. Al igual que su hermana, poseía cabello rizado y rubio.
Marcos, era el típico niño gordito y bajo que no podía faltar entre la chiquillada. Siempre utilizaba su pelo negro corto, tenía una nariz muy ñata y ojos color marrón oscuro. Algunos cruelmente lo llamaban el niño jabalí, nunca entendí la necesidad de los demás en hacerlo sentir mal. Marcos destacaba por ser alguien servicial.
Estuvimos jugando por horas, nos divertíamos tanto que no nos dimos cuenta de que ya había oscurecido. Nuestro grupo iba perdiendo por culpa de Marcos, como era tan gordito le costaba correr. A mí no me importaba perder, pero Ignacio opinaba otra cosa completamente diferente. Y gritó furioso:
—¿Por qué dejaron al jabalí en mi grupo?
Las palabras del hermano de Zaida llamaron la atención de todos. Las miradas penetrantes de cada chiquillo no tardaron en posarse sobre el gordito humillado. Y él, posiblemente muy apenado, se llevó las manos al rostro tratando de ocultarlo.
Tres chiquillos de otro grupo se acercaron a Ignacio, reafirmando que “el bodoque” era muy lento y de poco aporte, y por eso no lo incluyeron en su grupo. En pocas palabras dejaron claro que veían a Marcos como un estorbo.
Ignacio entre risas de burla se acercó al chico y acto seguido lo humilló más, al darle un fuerte empujón que lo dejó caer de espaldas. De inmediato, muchos de los chiquillos presentes comenzaron a burlarse del indefenso gordito. Las fuertes carcajadas retumbaban contra mis oídos mientras lo señalaban tumbado en el suelo.
—Eso es lo que te mereces por fastidiar. —aclaró Ignacio con odio.
No soporté más ver todo ese daño que le causaban y decidí entrometerme en su ayuda. Caminé hacia mi compañero de clases y me agaché quedando más cerca de él. Luego le susurré con amabilidad:
—Vamos Marcos…
Me miró con asombro, quizás porque fui el único en ir a brindarle apoyo. Le extendí la mano para ayudarle a levantarse, y cuando ya estaba de pie lo ayudé a sacudir todo el exceso de tierra adherida en su ropa.
—¿Por qué haces esto? —me preguntó en tono bajo.
—¿Hacer qué?
—Ayudarme.
—Porque no soy mala persona como ellos.
Me sonrió en gesto de gratitud. Caminé a su lado y regresamos para reunirnos nuevamente con nuestro grupo. Escuché como los demás chiquillos me abuchearon por lo que hice, eso me afirmó lo desalmados que eran por disfrutar abrumar a alguien tan humilde como Marcos.