Luna Auxíliame

5. La disculpa

Al siguiente día, la claridad del amanecer nos despertó bien temprano. Me puse en pie dejando atrás a Kiarita quien aún dormía sobre la colchoneta, la punta de la lengua le sobresalía de su hociquito, e incluso se escuchaba un suave y débil ronquido. 

Aún sentía dolor en mi costado, incluso más que el día anterior. Suavemente me levanté la camiseta, el morete efectivamente había empeorado bastante su tonalidad. Noté como Jorgito miraba atemorizado la carne morada de mi cuerpo. Sin decir ni una palabra, sólo llevó su dedo índice y lo colocó sobre su boca indicando silencio, entendí que no debía decirle nada a su, sino no me dejaría ir a la escuela. 

Salimos de casa caminando por la orilla de la calle, donde no había tierra sino césped, porque el camino estaba repleto de barro, ya que mientras desayunábamos se había venido un fuerte aguacero, incluso pensamos que no podríamos llegar a la escuela. 

Por fin la campana sonó avisando la salida de clases. Fue un día igual de lento y aburrido que los demás. Zaidita se la había pasado mirándome con ojos de: “lo lamento”, quizás se sentía comprometida por la paliza que su hermano me dio el día anterior. A Ignacio afortunadamente no lo vi, y Marcos, bueno él se la pasó ruborizándose cada vez que me veía. 

Jorgito y yo fuimos los últimos en retirarnos del salón, pues me negué a salir en pelota, no tenía ganas de ser golpeado en el costado por alguna persona sin querer entre el molote. Incluso, me contuve de jugar en el receso por la misma razón, además de que me temía que alguno de los chiquillos que estuvieron en la plaza me molestaran, aunque, eso era algo poco probable, porque siempre que sucedía algún pleito o alguna travesura se quedaba en el lugar y no se jalaba el chisme, nadie quería enfrentarse a sus padres. 

Al salir por el portón de la escuela, me sorprendió ver a un Marcos cruzado de manos mirándome fijamente, aun continuaba ruborizándose. ¡Realmente actuaba muy extraño! Lentamente se acercó a nosotros y expresó tímidamente: 

 

—¡Lo siento Anderson, en serio siento mucho lo de ayer! 

Observé de reojo a mi mejor amigo para ver en su rostro una sonrisa de medio lado, al parecer ya se esperaba lo sucedido. 

—No fue tu culpa. —me apresure a responder con seguridad—. No debes sentirte culpable por ello. 

—Pero no hice nada para ayudarte cuando tú sí me ayudaste, al final te comiste el problema tú solo. 

—Tranquilo Marcos. —sonreí con amabilidad. 

El gordito volvió a ruborizarse mientras se quitaba la mochila de su espalda, luego la abrió y comenzó a buscar algo en el interior. Sacó un poco la lengua moviendo los ojos a todos lados. De pronto sonrió extrayendo dos cajetas de coco. 

—¡Tomen! Espero que les guste. —nos entregó una a cada uno en la mano—. Las preparó mi mamá especialmente para ambos. 

—¡Vaya!, ¡Gracias Marcotes! —exclamó Jorgito alegre. Rápidamente le dio un mordisco—. ¡Deliciosa! —volvió a dar otro mordisco—. ¡Pruébala Anderson! 

Jorgito dio otra probada a su cajeta mientras yo guiaba la mía hacia mi boca, pronto el dulce sabor se propagó por todo mi paladar de forma fugaz. Me relamí los labios lentamente antes de decir: 

—¡Cielo Santo! Marcos, tu mamita cocina muy rico. 

—¡Verdad que sí! —exclamó el gordito frotando su vientre hinchado—. Por eso estoy así de guapo y bien cuidado, porque mi mamá es muy buena cocinera. También les mandó a decir conmigo que pueden ir a casa cuando quieran. ¿Qué les parece? Bien ¿verdad? Así podremos jugar mucho, y comer también. 

—Me parece magnífico. —se apresuró a responder Jorgito con la boca llena. —Ojalá prepare algo igual de rico para ese día. Es más, podemos ir más seguido. 

El gordito sonrió muy alegre y luego volteó hacia mí, su sonrisa se extendió un poco más. Era evidente que estaba esperando la misma respuesta de mi parte así que asentí con mi cabeza afirmando que me gustó la idea. 

—¡Genial! —gritó a los cuatro vientos con alegría—. Les regalaré otra cajeta por ser tan buenos amigos. 

El buen niño volvió a buscar entre sus cosas mientras nos miraba con regocijo, momentáneamente desvió su mirada hacia su mochila. Se detuvo un instante y sacó una cajeta mordida hasta la mitad, rápidamente se ruborizó y tragó saliva con dificultad. 

—¿Qué ha pasado Marcotes? —inquirió mi mejor amigo. 

El gordito elevó la cajeta mordisqueada hasta la altura de su boca y de un bocado la devoró por completo. Jorgito sonrió un tanto confundido mientras observaba cómo el niño redondito daba rápidos mordiscos devorando lo que quedaba de aquella cajeta 

—Lo siento chicos… —musitó apenado—. Mi mamá mandó muchas cajetas de coco para ambos, pero no he podido resistir la tentación y me las comí todas. ¡Por favor no le digan nada! Si se entera lo más seguro es que no me vuelva a dar de comer por haber sido tan glotón. Debí haberles entregado las cajetas apenas llegué. ¡No se vayan a enfadar! 

Jorgito aclaró su garganta agravando su voz para decir: 

—La verdad es que no creo poder ir a tu casa, sabes… paso muy ocupado. 

Me sorprendí al escuchar las palabras de mi amigo, por lo cual me lancé hacia él para callarlo al taparle la boca con mi mano. Y comenté: 




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