Luna Auxíliame

10. Luna

Las horas transcurrieron, con ellas se marcharon la mañana y la tarde para dar la bienvenida a una nueva noche. Permanecí el día completo en mi habitación, salí una única vez en horas de la tarde para ir al baño y luego me acosté de nuevo. Durante el transcurso del día recibí constantes visitas de la hermana Maritza, quien demostraba preocupación por mi estado. Más allá del golpe, lo que realmente le preocupaba era el que me negaba a salir de mi habitación, quizás me imaginó adentrándome en un cuadro depresivo, pero se tranquilizó un poco al ver que acepté y devoré por completo el almuerzo que doña Yolandita. Probablemente a media tarde, Jorgito vino a verme, actuaba de manera desigual a como lo solía actuar normalmente, pero esa actitud se debía a las circunstancias por las cuales estábamos atravesando. Mi mejor amigo trajo con él un recipiente plástico azul con unas cuantas chorreadas, él mismo las preparó con ayuda de su mamá. Recibí visitas de todos, incluso de don Rafael. De mi padre no supe nada más, la última vez que lo vi fue por la mañana cuando platicamos y desde entonces no volvió a regresar. 

Me tumbé sobre un lado de mi cuerpo, me produjo un dolor tan fuerte en el cuello que pensé y acabaría con tortícolis por mala postura. 

El aire helado de la noche rozaba la piel desnuda de mis brazos y me provocaba frío. Afortunadamente, durante el atardecer la gentil hermana Maritza pasó por mi habitación para encender la vela que iluminaba todo el interior. 

Con los músculos adoloridos, bajé del catre y me dirigí al ropero en busca de algo con que cubrirme de la fría noche, allí encontré mi pijama favorito de lana y rápido como un rayo me la coloqué al igual que un par de medias, azules igual que el pijama. 

Durante los ratos que estuve a solas, sólo pensé: “¿Cómo seguía mi madre? ¿Qué sería de mi padre y de mí? ¿Realmente ella no se iba a recuperar?” y la pregunta más agobiante que rondó mi cabeza: “¿Cuánto tiempo podría resistir ella ese estado antes de dejar este mundo?”  

Llevé los dedos índice y medio de cada mano sobre la sien a cada lado de la cabeza, froté suavemente en un vano esfuerzo por apaciguar la jaqueca producida por tanto estrés. 

Ahogué un suspiro dando pasos al salir de mi habitación, segundos después, encontré un par de cortinas. A la derecha la cortina una cortina simulando de puerta para el baño. En frente, la que llevaba cuarto de mis padres. Avancé lentamente hacia la cortina delante de mí, a través de ella se contemplaba la claridad que la vela producía en el interior de la habitación. Aunque durante todo el día me había negado a visitar a mi madre, era algo que no debía permitirme continuar haciendo, no porque al hacerlo ejercía una actitud inhumana con ella. ¿Cómo abandonar a la mujer que me dio la vida? Si yo hubiese estado en su situación ella jamás se separaría ni un instante de mi lado. Inhalé bastante aire hasta sentir que mis pulmones no podían inhalar más, exhalé y sin pensarlo más ingresé. 

—¡Papá! —exclamé espontáneamente. 

El hombre, se encontraba con una mano sobre la mejilla izquierda de mi madre, me miró con desconcierto. El asombro fue mutuo. Probablemente él al igual que yo, no esperaba tener un encuentro en ese momento, aunque debí suponer que debía encontrarme con él al entrar en su habitación. 

—¡Vaya, Anderson! —se apresuró a espetar sin ánimo alguno. Aprovechó y retiró la mano de la piel de su esposa. Luego prosiguió—: Por fin sales de tu habitación, justo en este momento pensaba ir a verte. ¿Cómo te encuentras? 

¿Ir a verme? La forma en que lo había expresado sinceramente no lo escuché muy convincente, pero no puse objeción alguna, no podía hacerlo durante la etapa tan difícil a la que nuestras vidas se enfrentan. Además, esto nos desgastaba el ánimo de todos y a lo mejor sus palabras sí tenían veracidad y yo no las creía. 

—Mejor que ella. —susurré mirando la sábana blanca que cubría a mi madre desde su pecho a pies—. ¿Y tú? 

Lentamente bajo el entrecejo mientras mantenía la mirada fija en la desgraciada mujer moribunda, el hombre dio el suspiro más profundo que probablemente nunca suspiró antes. Por último, encaminó y se deslizó por mi lado derecho, luego se retiró de la habitación haciendo para mí un momento de incómodo. Una vez más decidió ignorarme, y dada las circunstancias decidí no prestarle importancia ni decirle nada al respecto, pero su silencio, su sombra comenzó a doler. 

Me acerqué a la cama para observar a mi madrecita. A diferencia del día anterior que me encontraba desesperado y asustado, esta vez mi interior adolorido mantuvo un estado de cierta serenidad. Gracias a ello noté algo muy importante que no observé antes: las dos sondas que entraban por su nariz. 

Como la luz de la vela no poseía fuerza suficiente para brindarme una buena vista, caminé de regreso a la entrada y justo al lado de la cortina que simulaba de puerta presioné el interruptor, donde el bombillo rápido esclareció todo el interior con su luz artificial. 

Frente a mi madre, nuevamente proseguí a observar con cautela y asombro aquellas sondas por su nariz, las seguí con la vista. Más abajo ambas se fusionaron en una sola y continuaban hasta llegar a un tanque de tamaño mediano donde estaban conectadas a él. No comprendía muy bien su función, pero de algo sí no tenía duda alguna, ese aparato mantenía con vida a mi madre, bueno al menos lo que quedara vivo dentro de ella. 

En tan solos segundos toda aquella serenidad se esfumó. Sentí como mi espalda se heló, como el miedo albergado en mi interior se disparó bruscamente envolviéndome hasta más no poder. Mi corazón se desbocó al punto de sentirlo querer atravesarme el pecho. Reaparecieron las ganas incontrolables de querer llorar, pero las lágrimas no brotaban, y no brotaron. 




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