Luna Auxíliame

12. ¿Resignación?

En mi habitación me apresuré a cambiarme y luego me senté en mi cama. Los rápidos pensamientos hicieron lo suyo: aturdir mi cabeza, justo como lo habían hecho durante los últimos días, cada vez al quedar solo. Las ideas volaban, provocando situaciones angustiantes en mi mente, situaciones que podían ser o no ciertas, pero lo que más me atormentaba era no saber el significado de aquel sueño, y por más que me esforcé en intentar comprenderlo no lo conseguía. 

Empecé a aborrecer el momento de dormir, eso solo significaba soñar. Todas las noches atrás estuve soñando lo mismo: con mi madre. Yo le hablaba, pero ella no me oía, ella hablaba y me era imposible escuchar sus palabras, sólo veía cómo sus labios se movían y ni así me era posible descifrar las frases que formulaba. Luego aparecía “otro yo” conversando con mi madre mientras contemplaban la luna, siempre acostados en una sábana blanca en el patio, ambos se entendían a la perfección, pero yo a ellos no, ni siquiera parecían estar conscientes de mi presencia. Y, por último, el sueño acababa con una frase, de la cual solo lograba entender unas palabras ya que las pronuncian al unísono y con claridad: “eres nuestro vínculo”. 

Desde la primera vez que tuve el sueño, ese mismo sueño se repetía, noche tras noche, sin excepción alguna y sin omitir detalle alguno. Ya me daba miedo dormir, sentía como… un vacío en mi interior y me causaba una mala sensación, un mal presentimiento, y no lo que me mostraba el sueño en sí, sino por ser uno constante y repetitivo.  

—Anderson. —exclamó de pronto la voz de mi padre, sobresalté nervioso. Como no pronuncie palabra alguna prosiguió—: ¿Podemos hablar? 

Un escalofrío recorrió mi pecho. Papá había estado evitando mi presencia a toda costa, lo presentía incapaz de darme la cara o eso es al menos lo que yo pensaba. Toda esa abrumación interior se vio intensificaba con el paso de los días, al saber que él no hacía intento alguno de conversar conmigo. 

Asentí a su pregunta y se acercó lentamente.  Por un instante una sensación extraña me invadió, me sentí fuera de la realidad, sólo escuchaba mi corazón latir desbocado. Inhalé aire y escuché como una pisada resonó en mi cabeza, exhalé y una nueva pisada retumbó más fuerte que la anterior. Ambos sonidos continuaron trabajando al unísono, cada vez más potentes, más ensordecedores. Mi padre se sentó y colocó una mano en mi hombro derecho, en ese instante sentí una calma inesperada. 

—¿Te sientes bien? —inquirió mirándome con atención. Deslizó la mano sobre mi mejilla derecha—. Estás helado. 

Lo miré con atención. Bajo sus ojos se marcaban unas ojeras sumamente pronunciadas, su cansancio no podía ser más notorio de lo que ya lo era. Su piel denotaba una falta de coloración. 

—Estoy bien. —mentí—. ¿Y tú? 

Noté cómo tragó grueso. Quitó su mano de mi mejilla sólo para dejarla descansar sobre mi espalda. 

—Hay algo importante que debes saber. —comentó, ignorando hablar de cómo se estaba sintiendo. 

—Papá, por qué… —pensé en preguntarle por qué me cambiaba el tema, pero caí en cuenta que si no hablaba de ello es porque tendría su motivo, yo no debía interferí ni presionarlo, así que decidí quedarme con la duda. Finalmente pronuncie—: ¿Es sobre mamá? 

—Sí.  

Suspiró dando un par de palmadas en mi espalda, luego me tomó por los hombros y me contempló con firmeza.  Esa mirada tan profunda y a la vez adolorida me llenó de incomodidad. Sus ojos rojos e hinchados dejaban claro que estuvo llorando recientemente, justo como venía haciéndolo días atrás. Sin saber aún que me iba a decir exactamente, me atreví a formular en mi mente una pregunta un tanto cruel: ¿Sería capaz esta vez de terminar la conversación o se marcharía y me dejaría hablando a solas como era ya costumbre? 

—Anderson, antes que todo, con todo el respeto que mereces te pido de favor no lo tomes a mal, pero no digas nada hasta que acabe de hablar, porque si me veo interrumpido, incluso es por mí mismo, no sé si sea capaz de acabar. —guardó silencio quizás esperando una respuesta, por lo cual asentí—. Sabes que es difícil para todos, para ti y Yolanda, para todas las personas que amamos a Nora. —jaló aire y cerró ambos ojos, sus manos comenzaron a apretar con fuerza mis hombros causándome un poco de dolor. Solté un quejido y de inmediato abrió los ojos quitando las manos de mis hombros—. Lo siento Anderson, no quise lastimarte. —aclaró en un tono culpable—. Es que yo… estoy cargando con tanto estrés, incluso siento enojo, odio y rencor con… 

La voz se le quebró en el acto. Intentó hablar nuevamente, pero la muy traicionera le jugó una mala pasada. Clavó los dedos sobre la sábana de la cama y comenzó a apretar con fuerza. Su mirada cambió transformándose en una intimidante llena de rabia, me causó miedo e inseguridad. 

—Todo por mí culpa. —logró decir por fin, en tono agudo e inestable—. Por mí, sólo por mí, todo por mí. Soy tan estúpido. Soy yo quien debería estar postrado en esa cama. Soy yo quien debería sufrir esas consecuencias, no tu madre. Soy yo quien debería pagar todo porque yo fui quien causé esto. ¡Es mi maldita culpa y no valgo una mierda! 

Sentí mi corazón golpear contra mi pecho, con fuerza, amenazando con atravesarlo y salir huyendo alguna parte lejana. Mis manos temblaban al igual que mis pies y el resto de mi cuerpo. Jamás vi a mi padre perder la cordura y hablar de tal manera, eso me hizo sentir miserable. 




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