—¿A poco no son hermosas? —susurró, antes de que el trillo de luz se desvaneciera.
La leve brisa hacía de la velada nocturna ideal, una noche ni calurosa ni helada sino fresca, perfecta para contemplar el cielo estrellado y la espectacular lluvia de estrellas fugaces. Nunca observé más de una estrella fugaz en una sola noche. Mamá y yo observamos cinco, no era una lluvia de estrellas fugaces real, donde se desprendían miles de lucecitas una tras otra sin parar, pero para mí sí, al ser la primera vez que presenciaba más de un lucero desvanecerse en una misma noche, cinco ya eran demasiadas, tanto así que parecía irreal.
—Sí que lo son mamá, tanto como la misma luna.
El astro sobre nosotros resplandecía de un hermoso tono amarillento, se contemplaba grande, probablemente como jamás antes fue visto por alguien. Cinco estrellas fugaces y la luna más grande hacían de la noche única, sobre todo por el mágico toque que le brindaba la melodía de los centenares de chicharras cantantes.
Sonrió. Eso me llenó de un profundo sentimiento de nostalgia y alegría a la vez. Sentí como si hubiese transcurrido una infinidad de tiempo sin hacerlo, días, semanas, quizás hasta años, no sabía calcular cuánto tiempo con exactitud. Pero claro, solo se trataba de una sensación extraña, porque la veía sonreír a diario, a cada rato, siempre.
Estar acostados sobre el césped nos comenzó a cobrar factura, la comezón hizo una leve presencia. Carcajeamos al rascarnos al unísono, ella su cuello y yo los brazos. Antes había advertido:
“Si nos acostamos directamente en el césped sin una sábana de por medio, nos dará comezón en un rato”.
Al final por mi insistencia aceptó arriesgarse, y por supuesto yo también, porque sentí que esta noche algo importante iba a pasar, debía ser diferente a las demás.
Suspiré al mirar sus ojitos marrones, brillaban cristalinos ante el reflejo de la claridad nocturna, hermosos y cálidos, de inmediato me transmitieron paz. Mientras continuó mirando el astro, noté como a través de ellos se reflejaba la luna, tanto que parecía tener un par de espejos en vez de ojos, y por eso los consideré mis espejos personales, espejitos que me llenaban de alegría cada vez que los admiraba.
—¿Pediste tus deseos? —inquirió, mostrando una sonrisa dulce y con ella, el precioso camanance sobre la mejilla izquierda.
—Sí mamá.
Mi deseo fue el mismo las cinco veces que los meteoritos deslumbraron el cielo nocturno:
“Protégenos siempre lunita”, pedí para mis adentros. Tuve mucha fe y esperanza de que así sería hasta el final de nuestras vidas.
Movió los labios en un ritmo lento, su delicada voz los acompañó en un suave tararear formando una melodía aguda, dulce y profunda. Rodeó mis hombros con su brazo derecho y me jaló hasta pegarme a su cuerpo en un gratificante abrazo. Detuvo su tarareo un instante solo para besar suavemente la coronilla de mi frente, luego continúo con la melodía para finalmente cantar:
“Luna lunita, que me miras desde el cielo
iluminando siempre mi sendero,
por eso, esta noche te ruego,
le digas a Diosito nos cuide desde lejos.
Luna lunita, lunita preciosa,
Tú que me miras desde el cielo,
iluminando siempre mi sendero,
por eso esta noche te ruego,
le digas a Diosito que jamás nos separe.
Luna lunita, lunita preciosa,
tú que me miras desde el cielo,
iluminando siempre mi sendero,
por eso esta noche te ruego
le digas a Diosito que nos permita ser felices
a pesar de la distancia
De pronto, sin explicación alguna un frío invadió mi interior. Mi corazón se aceleró y mi cuerpo tembló. Miré a mi madre observándome con tranquilidad, parecía no darse cuenta del miedo que me abrazó de forma inesperada. Sentí una ligera capa de sudor humedeciendo mis manos. Rodeé los brazos a su alrededor aferrándome con tanta fuerza como fue posible.
—Tengo mucho miedo, mamá. —susurré, con el cuerpo más tembloroso que antes.
—Lo sé, pero es normal mi pequeño, sentir miedo.
La miré confuso.
—Sentir mi ausencia es el detonante de ese miedo, del dolor en tu corazón. —dejó de abrazarme para colocar una mano sobre mi pecho—. Es algo con lo que aprenderás a vivir. —sonrió—. Lo superarás rápido. Aunque no me veas estaré a tu lado, siempre voy a protegerte.
—Te amo, mamá. —solté al sentir necesidad de expresarlo.
Sus palabras me dejaron atónito. ¿Qué quiso decir? ¿Qué significaban? ¿Por qué pasé de tener alegría a tanto temor? Me sentí cobarde, también confundido.
Mi madre comenzó a cantar con un tono de voz más profundo, los pelos del cuerpo se me erizaron.