Luna Auxíliame

14. La forma en que transcurrió todo

Luego del fallecimiento de mamá, todo transcurrió de una forma muy rara, después del incidente todo se tornó extraño. Aún no me acostumbraba a los sucesos acontecidos, pero sí tuve claro que mi vida cambió de manera drástica para siempre. Algo me resultó inquietante, un presentimiento constante atormentante: me esperaban situaciones aún más dolorosas y complicadas por vivir, porque al parecer, mi vida estaba destinada al sufrimiento. 

El día del sepulcro de mamá estuve muy tranquilo, incluso me sentí feliz y triste —una combinación de sentimientos poco comunes— porque, pese al dolor que sentí, ver a las personas allegadas a mi mamá, los vecinos del pueblo, me alegró, porque desde que murió su familia no se volvió a interesar en ella. De algo estuve seguro y es que ella ahora estaría alegre allá con mi abuelito en el cielo. 

Durante la misa, el sacerdote Fredy mencionó obras muy bonitas que mi mamá hizo en la iglesia; como las veces que se ofreció a limpiar y decorar el templo. También conmemoró cuando utilizó su precioso don para cantar en el coro durante las celebraciones eucarísticas. No pudo dejar por fuera las deliciosas comidas y postres que ella junto a Yolandita prepararon para vender y recaudar fondos. 

La hermana Maritza dio un discurso muy bonito donde destacó el buen corazón que mi mamá tuvo, siempre ayudando al prójimo. También recordó la vez que mi querida madrecita fue partícipe de un grupo pequeño de voluntarias del pueblo, donde un día llevaron alimentos y ropa a personas necesitadas. Y por supuesto, no dejó pasar por alto las veces que mi mamá se ofreció a cuidar enfermos. Mencionó otras muchas situaciones más, aunque claro la verdad es que yo no recuerdo nada de eso. 

Doña Yolanda y don Rafael recitaron unas palabras muy hermosas, tuve que esforzarme demasiado para no llorar, aunque al final no pude resistir más. Varias personas más también mencionaron cosas maravillosas de mamá, me sentí tan orgulloso de ella. 

Estoy muy agradecido y honrado con Dios por darme la oportunidad de que ella fuese mi madre, aunque claro… tuve esa oportunidad durante muy poco tiempo, aun así, jamás terminaría de agradecerla. 

Desafortunadamente no pude escuchar el discurso que más deseé oír: el de papá, porque decidió quedarse en casa. No había vuelto a surgir otra oportunidad para hablar con él, de nuevo me evadía, pero no solo a mí, también a los demás.  

Para retirar el cuerpo de mamá de casa fue todo un dilema, porque mi padre se encerró en la habitación indispuesto a dejar entrar a nadie. Yo no vi nada de eso, pero todo lo escuché desde mi habitación, y después no supe nada porque doña Yolandita me llevó a su casa. 

Lo más difícil de todo fue presenciar cómo descendía el ataúd en aquel hueco tan profundo en la tierra, y sobre todo saber que papá se negó a estar conmigo. Yolandita, don Rafa y Jorgito estuvieron apoyándome, aun así, desee que papá también hubiese estado. La verdad no lo culpo, creyó que todo fue su culpa y no fue así. Lo peor sucede desprevenidamente y solemos culparnos, este fue el caso de papá. 

Cuando los sepultureros acabaron su labor, todas las personas que llevaron flores se acercaron a colocarlas sobre la tumba. Los últimos en dejar flores fueron Susanita y su padre don Casimiro, el pulpero que se creía muy gracioso, pero en realidad no lo era y, aunque el señor no me simpatizaba mucho me sentía muy agradecido por su presencia. Antes de retirarse ambos se acercaron para darme su pésame, la muchachita me regaló un cálido abrazo y su padre unas cuantas palmadas en el hombro derecho. 

Ver tantas flores en el sitio donde mi madre fue enterrada fue otro golpe de realidad: a cada persona nos espera lo mismo, a toda sin excepción alguna. No toda persona corre con la dicha de tener seres queridos que le den sepultura, y hay casos de familias que tampoco pueden darle sepultura a su ser querido. 

Me negué a creer que todo fuese real. En un comienzo hice de la idea que era una pesadilla la cual desafortunadamente demoraba en acabar, pero al despertar un día tras otro, acabé por comprender que no era un mal sueño sino la cruda realidad de la vida, ese deseo desesperado por despertar un día y que todo vuelva a ser como antes, ese pensamiento constante donde uno tiene que hacerse la falsa idea de que ese ser querido anda de viaje y pronto regresará. 

 

***  

 

Voltee hacia mi amigo, su silencio durante el día fue tedioso, y más aún porque durante los últimos días me dirigió la palabra lo mínimo posible. Y no lo culpo, quizás sentía que al hablarme demás me molestaría o enfadaría o peor aún que me haría sentir mal. Su silencio era lo que realmente me incomodaba, más porque Jorgito sabía que mi padre comenzó a actuar indiferente conmigo, ese distanciamiento era suficiente. 

Después de una semana completa de duelo, regresé a la escuela y el ambiente fue justo como lo esperé: incómodo. Todos me observaron con frecuencia, incluyendo estudiantes de otros niveles. 

—Este primer día de clases fue una tortura. —susurré a mi amigo—. Nadie dejó de mirarme. 

Noté cierta incomodidad en su rostro. Se mantuvo en silencio mientras quizás observó mi nariz, probablemente ganando tiempo al pensar las palabras ideales para responder. 

—Y peor aún… —volví a expresar—. Usted casi ni me dirige la palabra y a diferencia de los demás —miré hacia el suelo— … ni volteas a verme. ¿Por qué? 




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