—¡No sabes cuánto extraño esto! —susurró.
—Lo hacemos casi a diario. —afirmé inocente—. ¿Cómo puedes extrañarlo?
—Aun así, se siente como si hubiese trascurrido mucho tiempo, ¿no?
—Décadas…
—Eones… —corrigió.
No supe a cuánto se refería, pero algo en su tono de voz melancólico me indicó que era demasiado tiempo, más del que podría imaginar.
—Así es, como si hubiesen transcurrido eones…
El brillo en sus ojos y su sonrisa, una combinación perfecta, la causante de un huracán de hermosas emociones en mi interior. Ese camanance decorando a un lado de su sonrisa me llenó de vida, siempre me llenaba de vida, todo de ella lo hacía.
Un escalofrío recorrió mi espalda, esa sensación me resultó familiar. Presentí un mal augurio. Pareció leerme la mente porque rodeó sus brazos envolviéndome en el abrazo más cálido y protector que jamás recibí.
—Sabes… —musité, sintiendo un vacío en el alma.
Volteó a mirarme, esperando sonriente a que prosiguiera.
—También extraño esto.
Me sorprendí ante mis propias palabras. No supe porque las dije, solamente las sentí luchando por salir y les permití esa libertad.
—Por eso debemos vivir el momento. —acarició mis mejillas—. Parece que ya lo estás entendiendo.
—A veces es mejor no entender nada.
—Lo mejor es aceptar todo a como es. —besó la coronilla de mi frente—. Aceptándolo, todo fluye mejor. Hay que aprender a vivir con las heridas abiertas, tarde o temprano sanas o ganas inmunidad al dolor que te causan. Es parte de la vida, de la supervivencia.
—No quiero morir, pero tampoco sobrevivir sin ti.
—Aprenderás hacerlo, lo estás haciendo bien.
Suspiré, sintiendo un revoltijo en mi estómago.
Suspiró, luego a través de su mirada me indicó que todo estaría bien.
—¿Cómo lo supiste? —inquirió, mientras el soplido del viento hacía bailar a su ritmo el vestido blanco que vestía.
Con un leve movimiento a la derecha con su cabeza, indicó que esperaba mi respuesta.
Contemplé la noche estrellada y el hermoso astro flotante, su belleza era igual a la de ella.
—¿Cómo supiste que es un sueño? —volvió a preguntar.
—Porque… —susurré nostálgico, con un frío aislado en el pecho—. Porque esto es demasiado hermoso para ser verdad.
Suavemente con su dedo indicé, limpió una lágrima de mi ojo derecho. No me percaté del momento en que brotó.
—A veces todo lo que se necesita es dormir y perderse de la realidad, aunque sea solo un breve instante.
Sonreí. Cuánta razón tuvo.
—¿Sabes que es lo mejor de dormir y perderse de la realidad?
—¿Qué?
—Volver a verte, mamá.
Un par de lágrimas se desbordaron de sus ojos, de los míos un mar.
Colocó una mano en mi pecho, encima donde se ubica el corazón. Con atención, percibí como los latidos golpeaban contra el calor de su mano.
De pronto, algo en su mirada, rostro y actitud cambió. Percibí un sentimiento que aborrecía ver en ella, justo el mismo que la sumergió la noche que marcaría el inicio que nos hizo avanzar por rumbos distintos. La tristeza, intensa como nunca deslumbró en sus hermosos ojos.
Tomándome ambas manos las llevó a su pecho y expresó:
—Te estás poniendo ansioso mi niño, mejor ya abre los ojos.
—¡No! —grité, en mi boca quedó un sabor amargo.
Me aferré a su cuello ya que se mantenía de cuclillas agachada a mi altura. Comencé a sentir miedo, acompañado por el aumento de ese frío en el pecho, en la espalda, en todo el cuerpo.
El entorno comenzó a oscurecer más de lo que ya estaba, el cielo también, ocultando las estrellas, incluso la belleza de la luna.
—Despierta ya, Anderson. —suplicó
—No quiero hacerlo mamá, no quiero despertar aún.
Cientos de gotitas descendieron a toda velocidad del aire, cada vez más grandes, cada vez más fuertes, bañando nuestros cuerpos aún abrazados. La lluvia estaba helada, y más por el aire que comenzó a soplar con toda su furia.
—¡Auch! —se quejó, separándose de mí. —Algo me mordió.
Aterrado, observé como en el cuello de mi madre, se encontraba una serpiente arrollada, a pesar de la oscuridad percibí los múltiples tonos que la adornaban. Amarillo, negro y rojo, un patrón de colores brillantes llenos de vida.
Atónito, miré como la víbora posó la mirada en mí. Sacó rápidamente su lengua bífida por unos milisegundos, luego se volteó hacia mi madre y le mordió el cuello dos ocasiones más. Rápida como un rayo, se lanzó al suelo, con agilidad se deslizó bajo los pies de mamá y en un parpadeo se perdió en la oscuridad.