Luna Auxíliame

15. Sueño, pesadilla y recuerdo

—¡No sabes cuánto extraño esto! —susurró. 

—Lo hacemos casi a diario. —afirmé inocente—. ¿Cómo puedes extrañarlo? 

—Aun así, se siente como si hubiese trascurrido mucho tiempo, ¿no? 

—Décadas… 

—Eones… —corrigió. 

No supe a cuánto se refería, pero algo en su tono de voz melancólico me indicó que era demasiado tiempo, más del que podría imaginar. 

—Así es, como si hubiesen transcurrido eones… —apoyé. 

El brillo en sus ojos. Su sonrisa. Una combinación perfecta, la causante de un huracán de hermosas emociones en mi interior. Ese camanance decorando a un lado de su sonrisa me llenó de vida. Siempre me llenaba de vida, todo de ella lo hacía. 

Un escalofrío recorrió mi espalda, esa sensación me resultó familiar, presentí un mal augurio. Pareció leerme la mente, porque rodeó sus brazos a mí, envolviéndome en el abrazo más cálido y protector que jamás recibí. 

—Sabes… —musité, sintiendo a la vez un gran vacío en el alma. 

Volteó a mirarme, esperando sonriente a que prosiguiera.  

—También extraño esto. 

Me sorprendí ante mis propias palabras. No supe porque las dije, solamente las sentí luchando por salir y les permití esa libertad. 

—Por eso debemos vivir el momento. —acarició mis mejillas—. Parece que ya lo estás entendiendo. 

—A veces es mejor no entender nada. 

—Lo mejor es aceptar todo a como es. —besó la coronilla de mi frente—. Aceptándolo, todo fluye mejor. Hay que aprender a vivir con las heridas abiertas, tarde o temprano sanas o ganas inmunidad al dolor que te causan. Es parte de la vida, de la supervivencia. 

—No quiero morir, pero tampoco sobrevivir sin ti. 

—Aprenderás hacerlo, lo estás haciendo bien. 

Suspiré, sintiendo un revoltijo en mi estómago.  

Suspiró, luego a través de su mirada me indicó que todo estará bien. 

—¿Cómo lo supiste? —inquirió, mientras el soplido del viento hacía bailar a su ritmo el vestido blanco que vestía. 

Con un leve movimiento a la derecha con su cabeza, indicó que esperaba mi respuesta. 

Contemplé la noche estrellada y su hermoso astro grisáceo flotante, su belleza era igual a la de ella. 

—¿Cómo supiste que es un sueño? —volvió a preguntar. 

—Porque… —susurré nostálgico, con un frio aislado en el pecho—. Porque esto es demasiado hermoso para ser verdad. 

Suavemente, con su dedo indicé limpió una lagrima de mi ojo derecho. No me percaté del momento en que brotó. 

—A veces todo lo que se necesita es dormir y perderse de la realidad, aunque sea solo un breve instante. 

Sonreí. Cuánta razón tuvo. 

—¿Sabes que es lo mejor de dormir y perderse de la realidad? 

—¿Qué? Inquirió dulce. 

—Volverte a ver, mamá. 

Un par de lágrimas se desbordaron de sus ojos, de los míos todo un mar. 

Colocó una mano en mi pecho, encima donde se ubica el corazón. Con atención, percibí como los latidos golpeaban contra el calor de su mano. De pronto, algo en su mirada, en su rostro y actitud cambió. Percibí un sentimiento que aborrecía ver en ella, justo el mismo que la sumergió la noche que trazó el inicio que nos haría avanzar por dos rumbos distintos. La tristeza, intensa como nunca deslumbró en sus hermosos ojitos. 

Tomándome ambas manos las llevó a su pecho y expresó: 

—Te estás poniendo ansioso mi niño, mejor ya abre los ojos. 

—¡No! —grité, en mi boca quedó un sabor amargo. 

Me aferré a su cuello ya que se mantenía de cuclillas agachada a mi altura. Comencé a sentir miedo, acompañado por el aumento de ese frio en el pecho, en la espalda, en todo el cuerpo.  

El entorno comenzó a oscurecer más de lo que ya estaba, el cielo también ocultando los miles de estrellas incluyendo la belleza de la luna. 

—Despierta ya, Anderson. —suplicó 

—No quiero hacerlo mamá, no quiero despertar aún. 

Cientos de gotitas descendieron a toda velocidad del aire, cada vez más grandes, cada vez más fuertes, bañando nuestros cuerpos aun abrazados. La lluvia estaba helada, y más por el aire que comenzó a soplar con toda su furia. 

—¡Auch! —se quejó, separándose de mí. —Algo me ha mordido. 

Aterrado, observé como en el cuello de mi madre, arrollada se encontraba una serpiente, que a pesar de la oscuridad percibí los múltiples colores que la adornaban. Amarillo, negro, rojo, ese era su patrón de colores brillantes llenos de vida. 

Atónito, miré como la víbora posó la mirada en mí. Sacó rápidamente su lengua bífida por unos milisegundos, luego de volteo hacia mi madre y me mordió el cuello dos ocasiones más. Rápida como un rayo, se lanzó al suelo, con agilidad se deslizó bajo los pies de mamá y en parpadeo se perdió en la oscuridad. 




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