Luna Auxíliame

17. ¿Nuevo comienzo?

Los días transcurrieron bastante rápido a pesar de todo el drama en mi vida. En los últimos días experimenté un sentimiento neutral, por llamarlo de alguna manera, en donde no me sentía ni feliz mucho menos triste, solo viviendo. No tuve queja alguna de este estado de ánimo, ya que me mantenía alejado del estrés. Claro, aunque sin nada de motivación y lo consideré mejor así. Pero como todo, siempre existe una excepción, y esta era ver cómo había crecido el abdomen de mi amada Kiara. Estuve seguro de que los cachorros llegarían en pocos días.  

Kiarita avanzó hasta la puerta de la habitación dando pasos lentos, casi arrastrando la barriga por el suelo. De no ser porque su peso actual se lo impedía, además de su nula energía, se hubiese levantado sobre sus patitas traseras para rasgar la puerta con las delanteras. Esa era la forma en que me pedía dejarla salir del cuarto.  

Esa pequeña perra barrigona, vaya que me hacía feliz. Solo ella conseguía sacarme de ese estado donde no sentía nada. Mi terapia perruna.  

Caminé a su lado y abrí la puerta.  

Al otro lado nos recibió el aroma embriagador del café mañanero recién chorreado. Incitado por el fresco olor, un fugaz recuerdo atravesó por mi memoria. Añoré aquellas mañanas en las que tomaba café en la mesa, acompañado por mamá y papá. Esos días cuando éramos felices de verdad, cuando mi padre y yo no conocíamos el dolor de la ausencia de una madre y esposa. Cuando el sí era papá y no un desconocido. Cuando fuimos una familia completa y unida. Lo que fuimos antes de que la desgracia decidiera posarse sobre este hogar, antes de destruimos.  

Seguí a mi perrita con paso lento a través de la sala hasta la cocina. Sobre la mesa, un pichel humeante del café que aromatizó toda la casa, al lado una bandeja con tamal de maicena del que Yolanda preparó la noche anterior. Al llegar a la parte trasera de la casa me detuve en seco al observar a mi padre abrazando a Yolanda, Kiara avanzó y salió sin que se dieran cuenta. Retrocedí unos pasos y recosté la espalda a la pared al lado de la puerta, evitándome que me vieran.  

—No más Norman… —expresó Yolanda—. Anderson te necesita, necesita a su padre. Suficiente tiene con perder a su madre, no le quites también a su padre. No te niegues más a estar con él. ¡Por favor!  

Se escuchó un suspiro, uno lleno de dolor y agonía. Fue de mi padre. Transcurrieron días hasta hoy donde no supe nada de él. Se marchaba temprano a trabajar y regresaba por las noches, cuando yo ya estaba acostado. No volví a escucharlo llorar por las noches, supuse que se desahogaba antes de llegar a casa, quizás lo hacía todo el día durante el trabajo, tal vez de camino regreso a casa, o a lo mejor ya no lo hacía. Pero a través de ese suspiro supe que aun cargaba un corazón con heridas abiertas y profundas, nada cercanas de sanar aún.  

—Lo sé Yolanda, lo sé muy bien. —respondió, con voz quebrada en tono bajo—. Llevo mucho tratando de hacerlo. Quiero acercarme a él.  

—¿Entonces, por qué no lo has hecho?  

—Por qué no es fácil, no puedo fingir que nada sucedió.   

No me di cuenta del momento en que llevé mi mano derecha al pecho, hasta que sentí como el corazón bombeaba con fuerza.  

—Norman…  

—No después de que le arrebaté la vida a su madre. —la interrumpió exasperado—. A mi esposa.  

Apreté con fuerza allí donde mi corazón golpeaba, sentí como las uñas lastimaron mi piel causando ardor.  

—No fue tu culpa Norman.  

—Claro que fue mi culpa.  

—Ya no te culpes más por el pasado, acéptalo y permítete ser feliz.  

No reprimas más lo que sientes, eso acabará por envenenarte el alma, y la de los que te aman.  

—Anderson nunca perdonará por lo que hice.  

—Te garantizo que él nunca te responsabilizó. —la mujer suspiró—. Si le debes una disculpa a alguien, y es a ti mismo por guardarte tanto, eso te está asfixiando. Comienza por ahí.  

—Me he pedido perdón muchas veces, pero no he logrado nada Yolanda. ¡No sé qué más hacer!  

—Recuerda, el perdón es solo decir lo siento, es encontrar la paz con uno mismo.  

Escuché unas cuantas palmadas en la espalda, no supe si fue mi padre a Yolanda o viceversa.   

—Te garantizo que Anderson es la clave. —comentó motivada doña Yolanda—. Juntos ambos sanaran todo esto.  

Lo pude sentir, después de días volví a sentir en mi pecho esa sensación horrible a la cual relacioné con miedo.  

—Se enfriará el café Norman. Ve a tomar y reflexiona sobre lo que hemos hablado. 

Escuché unos pasos acercarse. Me apresuré y avancé hasta mi habitación rezando para que no se dieran cuanta mientas me alejaba. Al llegar tomé algo de ropa y me dirigí al baño.  

No acostumbraba a escuchar conversaciones ajenas, pero al observar a mi padre quedé perplejo. 

  

 Mientras el agua helada caía sobre mi cabeza, recordé la reciente conversación entre mi padre y doña Yolanda. El dolor en sus palabras, ese sentimiento de remordimiento atormentándolo. Con eso me di una idea de todo lo que sufría en silencio. Solo él podía guardar todo ese tormento para sí mismo con la intención de no lastimarme, pero logró lo opuesto. Yolanda tuvo razón en decirle que juntos podemos atravesar este duelo. Lo necesito a mi lado.  




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.