La noche se volvió helada y el frío me atravesó cada hueso causando un martirio interminable. Por un instante pensé que se debía al desborde de sentimientos del momento, que todo era producto de mi mente, pero me di cuenta de que no cuando la neblina comenzó a abrazar la distancia. En menos de un par de minutos, el ambiente quedó cubierto por una gran manta blanca, y un suave sereno cayó del cielo. No me importó, al contrario, me acosté sobre el césped contemplando como el brillo de la luna traspasaba la gruesa capa de niebla, la cual, con su abrazo acostó a los miles de estrellas.
El cambio repentino del clima me hizo pensar que el mismo cielo sintió mi dolor, y que la misma luna lo lamentaba, y ambos al unísono lloraron mi sufrimiento causando el sereno.
Mirar la potente luz de la luna, me causó un segundo mar de emociones, donde al combinarse con lo recién acontecido, se desprendía un océano interminable de sentimientos para nada gratos y sobre todo nostálgicos.
Algo dentro de mí me hizo sentir cierta seguridad. Acaso, ¿era esto a lo que mamá se refirió cuando se despidió durante el sueño que tuve el día de su partida? Ver la luna era un reflejo de su presencia espiritual, ¿la causa de sentirme ligeramente acompañado?
La reacción de mi padre resultó bastante difícil de procesar. Sobre todo, por el avance tan grande que tuvo durante tres años, donde no volvió a tomar ni una sola gota de licor, no al menos hasta donde estuve enterado, o doña Yolanda, ya que con frecuencia mencionábamos lo saludable que se volvió la relación entre papá y yo. Verlo tomar durante la cena, me causó un mal presentimiento de lo que podría suceder ya fuera tarde o temprano, aunque no esperé que fuese tan pronto, y lo fue demasiado.
El temor de que vuelva a recaer en el mundo que trató de apagar su luz y felicidad reapareció, aquel mundo que lo consumió en la culpabilidad de algo que se le escapó de las manos. No todo lo podemos controlar
—Lamento haberme aislado, mamá. —musité, cuando la neblina cedió lo necesario para despejar el astro flotante—. Aquí estoy de nuevo, después de tanto tiempo.
“Mi querido muchachito”, apenas se escuché su voz familiar. En un sobresalto de confusión, miré a todas partes en busca de la presencia de alguien más, pero hasta donde la neblina me permitió la vista, no observé a nadie. Tragué grueso. Estuve seguro de que esa voz era la de ella, nadie a quien yo conocía podía imitarla, ni siquiera asemejarse un poco. Negué con la cabeza mientras me froté los ojos. Analicé la posibilidad de estar volviéndome loco, fue la idea más certera y sobre todo posible. Reí por lo bajo con ironía. ¿Qué tanto tiene que pasar alguien para perder la cordura? Supuse que en mi caso fue lo suficiente para demostrar los primeros signos de demencia a corta edad. Y la respuesta que di en medio de la soledad lo confirmó:
—Sé que desde hace mucho debí buscarte mamá.
Miré a mi alrededor, esperando una respuesta que no llegó. Por lo que insistí:
—Aún no podía venir al patio y mirar la luna, a nuestro vínculo. No podía hacerlo para recordarte a través de ella, ni sé por qué, porque estoy seguro de que tu compañía me habría venido bien.
Suspiré. Volví a reír, esta vez un poco más fuerte. ¡De verdad, no estaba bien de la cabeza por hacer esto! ¿Qué tenía en la cabeza? Fue un sueño, solo eso y nada más.
—¿No es así, mamá? —continué con tono más alto—. Fue un sueño, sin ningún significado real, ¿verdad? —finalmente grité—: ¿Verdad, mamá?
Supe que no llegaría respuesta y así fue. Lo de antes, haber oído su dulce voz, fue un delirio de mi mente, una mente cansada y temerosa de volver a lo mismo de un pasado doloroso, una pobre mente atormentada por la soledad y lo cruda que llega a ser, una mente desdichada y harta por la ausencia de una madre que la tranquilizaba cuando estuvo a su lado.
—Aunque no responda, sé que me escuchas…
Reí, reí y volví a reír, no supe cuántas veces ni por cuanto tiempo, pero se sintió bien, así fue hasta que me envolvió una amargura repentina que me llevó aferrar con fuerza mis manos al sácate húmedo.
Y de pronto volví en mí. Me percaté de que me encontraba completamente mojado, bajó miles de gotas que dejaron de ser aquel débil sereno para transformarse en un aguacero, caía un diluvio en medio de la niebla y la luna fue cubierta en su totalidad por las nubes que soplaban furiosas.
Me quedé casi inmóvil de no ser porque mi cuerpo temblaba de frío. Me encantó la vista, ¿cuál? No tenía nada de hermoso ver la lluvia caer con fuerza y golpear mi rostro, no en circunstancias comunes, pero en ese instante al tener el mundo de cabeza, se sentía bien y me gustaba estar así, contemplando el cielo oscuro sin una sola luz en él.
Me dirigí a la luna oculta detrás de las nubes melancólicas:
—Aunque no me veas en medio de esta tempestad, sé que me escuchas. Solo te pido algo, mamá. Por favor, no permitas que papá vuelva a caer en donde tanto tiempo se sumergió y le costó salir.
Sin mucho ánimo, me levanté. Al girarme me sorprendí de verlo recostado al marco de la puerta, apenas pude distinguir su rostro en medio de la oscuridad.
—¿Te preguntaras si estuve llorando?
—No me pregunto nada, mocoso. —respondió don Rafael—. Llorar bajo la lluvia podría ser una buena estrategia para pasar desapercibido. Aun así, considero que no es necesario derramar lágrimas para llorar por dentro. Solo quería asegurarme de que estuvieras bien.