Luna Auxíliame

26. Jorge

A la derecha de la cama sobre una mesita de noche, la débil luz de una lámpara iluminaba la habitación lo necesario para no quedar en plena oscuridad. Varias horas transcurrieron desde que hizo cambio de turno con Rafael, consideró que su padre debía descansar un poco antes de irse a trabajar por la mañana. 

No era consiente de cuánto tiempo tenía de estar en guardia, pero supo que ya se encontraba en alguna hora de la madrugada. El sueño comenzó a cobrarle factura, pero resistía a dejarse vencer, no podía darse el lujo de quedarse dormido, no cuando su madre lo podría necesitarlo en cualquier instante. 

Por la mañana, su mamá le comentó varias veces que sentía mucho asco y náuseas, más de las que solía frecuentar. Después de cenar, había vomitado una infinidad de veces, él estuvo allí acompañándola en todo instante. Durante las últimas semanas, fue testigo de cómo la pobre mujer se debilitaba rápidamente. Cada día sentía mayor frustración, le era difícil verla sufrir, le costaba procesarlo. 

“Voy a estar bien, pronto me recuperaré”, le repetía su madre en un tono optimista, pero él sabía que no sería así. Ya conocía el final de la historia, cuando una vez la escuchó confesarle la verdad a su padre, ese día sintió que algo se rompió por primera vez en su interior. Aunque sabía que todos pertenecían a la muerte, no esperaba que viniera tan pronto por su madre, no al ser una mujer tan joven, pero comprendió que la muerte no tiene edad preferida, al recordar cómo le arrebató la madre a su amigo siendo más joven que la suya. 

—¡Ay, mi cielo! —se quejó adolorida. 

Jorge, con un dolor en el pecho, sujetó con fuerza una de las manos de su madre. Ella que mantenía los ojos cerrados para apaciguar el mareo, al sentir el calor de la mano del chico, suspiró recibiendo alivio al sentirse acompañada y protegida. 

—Descansa mamá, trata de dormir un rato. —suplicó Jorge, colocando la mano libre sobre la frente de su madre, la cual estaba cubierta por una capa de sudor helado—. Duerme. Cuando despiertes todo malestar se habrá ido. 

“La muerte es un cuerpo apagado en este mundo, en un sueño profundo para dejar todo dolor y sufrimiento atrás, en donde el alma por fin alcanza un mejor lugar”, recordó las palabras que su madre le dijo después del fallecimiento de Nora. 

Notó como su madre comenzó a temblar, esto le preocupó y en un intento por tratar de calmarla, se inclinó y la abrazó. Jorge, se sorprendió por el frío que desprendía. Yolanda, sintió acogedor el calor que su hijo emanó. 

Podía pasar el resto de la madrugada abrazándola, si eso la hacía sentir mejor, él no tenía problema con seguir haciéndolo, al contrario, conseguía calmar la ansiedad producida por ver a su madre en ese estado. Si alguna vez dejó pasar por alto el dolor que Anderson sintió por el proceso de Nora, ahora lo comprendía. 

Sintió como el cuerpo de su madre tembló con más fuerza, y comenzó a ponerse rígido. Asustado, se separó de ella para ver la escena más horripilante que jamás observó. El cuello de la mujer se torció hacia atrás, los brazos se le contrajeron dejando las manos sobre el pecho mientras convulsionaba violentamente. 

Intentó gritar, pero la voz no le emergió.  

Un hormigueo se apoderó de su pecho, no era una sensación nueva para él, pero esta vez resultó menos suave y piadosa. De pronto, se le formó un nudo en la garganta, le apretó con tanta fuerza que el aire comenzó a faltarle. Ese era el verdadero poder de la ansiedad, lo supo al instante. 

El cuerpo de Yolanda poco a poco se fue relajando. Su respiración se volvió profunda, y un par de lágrimas le brotaron de los ojos. Sin poder contenerse, comenzó a gritar adolorida. 

En ese instante, Jorge dio el suspiro más profundo de su vida y recuperó la compostura. Se levantó de la silla y corrió a su habitación en donde dormía su padre, al entrar lo recibió el hombre, que entonces, se levantaba de la cama apresurado al despertarse por los gritos agónicos de su esposa. 

—¿Qué sucede? —preguntó Rafael, con el corazón casi saliéndose de su pecho. 

Jorge no logró responder, solo pudo negar con la cabeza. Vio como su padre corrió y desapareció de la habitación. Se sintió atónito, desorientado de lo que ocurría. Allí tuvo de nuevo un golpe de realidad cuando volvió a entender lo que su vida confrontaba, deseó que fuese una maldita pesadilla y que acabara una mañana al despertar. 

No fue consiente de cuantas veces escuchó a su madre gritar, en un círculo el cual le resultó interminable. En todo ese rato, prefirió permanecer en su habitación para no ver como su madre sufría, ya resultaba bastante doloroso escucharla. El sentimiento de impotencia se apoderó de él. 

Cuando por fin salió de su habitación, se sorprendió al descubrir un juego de luces rojo y azul proveniente del patio delantero. No se había enterado del momento en que la ambulancia llegó, las luces no se colaron a su cuarto gracias a las ventanas de madera, y no fue consiente de oír la sirena ni el ruido del motor. 

Dos paramédicos salieron cargando una camilla de la habitación de sus padres, el corazón se le petrificó al ver a su madre sobre ella. Cuando los hombres salieron de la casa, se apresuró a seguirles el paso y avanzó hasta el corredor. 

Subieron la camilla a la ambulancia. Uno de los paramédicos se subió de inmediato al lado del chofer. Su padre no tardó en aparecer e ingresó a la parte trasera, el otro paramédico hizo lo mismo y desde el interior cerró la puerta. 




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