Tres semanas transcurrieron volando.
Todo marchaba bien con Yolanda. No había vuelto a tener recaídas, aunque tampoco mostraba una mejora, se mantenía igual, ni avanzaba ni retrocedía. Para mí resultó mejor eso, a que continuara deteriorándose.
Para mi amigo, al contrario, cada día resultaba peor que el anterior, eso es lo que me hacía saber cada noche antes de dormir. Desde el regreso de su madre, decidí hospedarme en su casa para no pasar solo las noches, claro, Yolanda aún no se enteraba, y entre los planes estaba postergar lo máximo posible el darle a conocer lo sucedido. Sabía que no era correcto ocultarle algo tan importante, pero no podíamos generarle ningún tipo de frustración.
—¿Has recibido noticias de Norman? —indagó con mirada curiosa.
La pregunta me tomó por sorpresa, tanto como su presencia en mi habitación.
Dio una mirada a su pecho, verificando que el crucifijo estuviera derecho. A mi parecer estaba bien, pero para ella no, porque procedió a darle un ligero movimiento con los dedos índices hasta que consideró correcta la posición.
—¡Perdón hermana Maritza! —reí nervioso—. ¿A qué te refieres?
—Lo que oíste joven Anderson. ¿Has recibido noticias de tu padre?
—¿Quién te lo dijo? ¿Yolanda lo sabe? —averigüé temiendo que fuese así.
Sonriendo avanzó hacia mí. Del bolsillo de su hábito, sacó un sobre y me lo tendió. Al tomarlo leí la nota: “Para Anderson”. Reconocí la letra de papá. Un hormigueo apareció en mi estómago y se esparció por todo el cuerpo. Luego de mes y medio, ese sobre era lo primero que recibía relacionado con mi padre.
—¿Creíste que se iría así no más? —señaló el sobre en mis manos—. La mañana que partió, asistió a la eucaristía. Me lo contó todo.
—Siempre lo supiste, hermana, ¿por qué no dijiste nada?
—Mandé a Susana un par de veces a ver como estaban. No hice presencia, pero me aseguré de darles seguimiento.
—¿Susanita también lo sabía? —me sorprendió—. Pensé que su presencia se debió solo por lo acontecido con Yolanda, todo el barrio se enteró.
—Claro, yo misma le conté tu caso, prometió no decir nada. Lo hice porque supe que los cuidó de pequeños, y fue de mucha confianza para Nora y Yolanda. Además, Rafael me mantenía al tanto, se lo hice saber al regresar la primera vez del hospital, también le pedí no decirle nada a Yolanda, ni a ti, ni a Jorge. Norman me dijo que se comunicaría contigo al sentirse preparado.
No imaginé que Susana estuviera enterada del asunto de papá, mucho menos don Rafa, aunque esto explica su silencio cuando Jorge le contó, tuvo tiempo de sobra para procesar la noticia antes de volver a recibirla.
—Podría darte detalles de mi plática con Norman. Encontrarás las respuestas necesarias en el contenido de ese sobre.
La monja sonrió por última vez, y antes de retirarse agregó:
—Que la noche sea larga, no impide que el sol salga por la mañana.
Cuando estuve solo procedí abrir el sobre, del interior extraje dos hojas dobladas, una tenía escrito el número uno, la otra un dos. Pensé en miles de posibilidades que el contenido podría decir: “No voy a regresar. Estoy mejor estando lejos. No me haces falta, por fin podré rehacer mi vida.”, imaginé esas y más ideas aterradoras, la posibilidad de leer algo que no quisiera me alteró los nervios.
Coloqué la carta número dos sobre la cama y desdoblé la primera. Con miedo comencé a leer:
A mi querido hijo Anderson:
Sé que tienes miles de dudas desde mi partida. Y no te culpo, estás en tu derecho de tener todas las dudas del mundo, cargo con el peso de ello incluso antes de salir de casa aquella mañana. Cuando se me ocurrió partir, consideré tantas posibilidades de lo que podría ocurrir, pero no hablaré de eso en esta carta, las respuestas las encontrarás en la carta número dos, que escribí por la mañana antes de marcharme, pero me acobardé y la traje conmigo.
Quiero contarte brevemente, que encontré ayuda profesional en la capital. Ingresé como internado en una clínica de rehabilitación, donde me atendieron sin peros luego de contarles mi historia.
Tengo buenas noticias. El proceso no ha sido fácil, pero resultó mejor de lo que esperé, he tenido avances impresionantes, te aseguro que no soy la misma persona que ingresó. Sé que ha pasado poco tiempo, pero mucho a la vez. Estoy tan agradecido con todos acá, me han permitido sanar y calmar mi angustia, sin necesidad de acudir aquello que me destruía la vida lentamente.
Desde hace un par de semanas podría regresar a casa, ya que el internado era de un mes por ingresar de forma voluntaria. Sin embargo, me quedaré más tiempo, quiero estar mejor que ahora para cuando regrese a nuestro hogar. Espero no me rechaces cuando lo haga, y si lo haces, lo aceptaré, porque estarás en todo el derecho de hacerlo.
Con amor y cariño, tu padre.
Llevé la carta y la presioné contra mi pecho. Hace mucho añoré saber algo de papá, y por fin él permitió esa dicha. Me alegró saber que se encontraba bien, por lo menos supe que su partida fue con un propósito real.
Doblé la carta y la coloqué dentro del sobre, luego abrí la segunda.
Decía:
Hijo:
Te escribo esta carta con mi cara cayéndose de vergüenza. A noche aconteció algo que nunca esperé vivir, cometí un acto miserable contigo, y crucé todos los límites perdonables. No merezco tu perdón, pero si algún día me lo concedes, lo recibiré aceptando la culpa que llevo dentro.
Sé que desde hace mucho he sido un padre evasivo en todos los sentidos, créeme, serlo me duele, porque te amo más que a nada ni nadie. Solo te tengo a ti, por eso quiero mantenernos juntos el tiempo que Dios lo permita. Sé que he demostrado lo contrario con acciones, pero me cuesta darte la cara después de todo lo ocurrido para hablarlo.