Jorge se acercó a la tumba cavada en tierra. Desde el borde, miró en lo profundo el ataúd de peluche gris, donde descansarían eternamente los restos de la mujer que le obsequió la vida.
Sostuvo una rosa roja a la altura de su rostro, se permitió observarla con detalle mientras percibió el aroma de su perfume. Las rosas rojas fueron las flores favoritas de su madre, por eso decidió regalarle una por última vez, para que la acompañara por la eternidad oculta bajo tierra.
Lanzó la flor al vacío, cuando tocó fondo, sintió como si hubiese tirado parte de su alma. “Las rosas plantadas en el jardín viven gracias a que las regabas cada mañana, mantendré vivo tu recuerdo cuidándolas.”, se pensó, con lágrimas en los ojos.
El segundo en acercarse al borde de la tumba fue Anderson, en su mano sostenía una rosa color rosa claro. Miró en lo profundo el ataúd de peluche gris, y sobre este, la flor que su amigo lanzó. Al soltar la suya, procuró tratar de dejarla caer al lado de la otra, pero no lo consiguió, cayó al otro extremo.
Anderson eligió la rosa color rosa claro al recordar que, era la flor que Yolanda siempre cortaba de su jardín para regalar a su madre en cada cumpleaños, así, consideró que estarían unidas por este vínculo que improvisó. “Juntas en el cielo, pero también en la tierra por medio de esta flor.”, se dijo así mismo, alejándose del agujero cavado.
Con un nudo en el pecho Norman se acercó al borde de la tumba. Dejó caer sobre el ataúd de peluche gris una flor blanca, de la cual no sabía el nombre. Eligió esa, abundaba detrás de los corrales. Recordó aquella vez cuando Yolanda llegó a sembrarlas y le pidió ayuda ya que él estaba cerca. “Juntos las sembramos, aquí tienes una y en casa yo un montón, de esta forma mantendremos un vínculo”, se pensó, soltando un suspiro al regresar al lado de su hijo.
Al final, tratando de contener el llanto, Rafael se acercó al borde de la tumba. Miró las tres flores sobre el ataúd de peluche gris, luego desvió la mirada al girasol en su mano. Comparó a su esposa con esa hermosa flor, ya que, en el proceso de la enfermedad, siempre demostró fuerza levantándose cada mañana, y continuaba con aquella esperanza, justo como lo hace el girasol al amanecer, en espera del sol para seguirlo hasta el atardecer. Lanzó la flor al vacío y dijo para sí mismo: “Un girasol fue la primera flor que te regalé, también es la última que te obsequiaré.”.
Con dificultad, Rafael se inclinó, tomó un poco de tierra del borde y la lanzó al interior, luego regresó con su hijo.
Dos hombres morenos, uno de edad más avanzada que el otro, se acercaron con palas en mano, y empezaron a palear echando tierra al hueco.
Ninguno de los cuatro logró contener por más tiempo las lágrimas. Habían perdido a un pilar importante, una amiga, esposa, madre, vecina, familia, parte de sus vidas se marchó con aquella mujer que alguna vez fue motivo de alegrías.