LUCIEN VON MUNTEAN.
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La observo mientras duerme, envuelta en mantas como un obsequio inconsciente. Una humana terca que decidió jugar a ser pez en aguas heladas. ¿Temeraria o simplemente loca? Yo apuesto firmemente por la segunda opción. Me mantengo a cierta distancia, estudiando esa expresión de paz que nunca muestra cuando está despierta.
Ha estado así por horas y confieso que me ha mantenido intrigado. No es común que una humana sobreviva a semejante idiotez, pero ella parece tener una constitución sorprendente. O mucha suerte. Apuesto por lo segundo.
Ella despierta de repente, desorientada, sujetando su cabeza como si le diera vueltas al mundo entero. Cierra los ojos un momento, probablemente deseando que todo esto sea una pesadilla, pero cuando los abre y nota que no reconoce el lugar, su expresión de pánico es casi... entretenida.
—¿Qué me pasó? —pregunta con esa voz dulce que hace que me revuelva el estómago.
—Te metiste al lago helado —respondo con la simpleza de quien acaba de salvar a una suicida acuática.
Se da la vuelta bruscamente, y su cara arde de vergüenza como una amapola en llamas. Cubre su cuerpo como si yo fuera a devorarla con la mirada, hasta que se da cuenta de que no está en ropa interior, sino en un camisón que le queda bastante bien.
—¿Usted me puso esto? —señala con una acusación digna de un tribunal de herejes.
—Pues sí —respondo encogiéndome de hombros—. ¿O preferías seguir en ropa interior mojada?
—¡Atrevido! —dice molesta, pero cuando doy un paso hacia ella, retrocede como si fuera un lobo disfrazado de caballero.
Ignoro su advertencia tan amenazante como un susurro de viento. Le tomo la muñeca con la autoridad de quien sabe lo que hace, y mientras reviso su brazo, ella me mira como si estuviera siendo examinada por el mismísimo diablo, esto me resulta gracioso.
—Te lastimaste el brazo, pero solo fue superficial —anuncio.
Ella mira su brazo con desconfianza, y al ver la pequeña marca, suspira derrotada al comprobar que no he mentido.
—¿Nadie más me vio? —pregunta esperanzada.
—Solo yo, mi lady —respondo—. ¿O querías que alguien más te viera en esas fachas?
—No es gracioso, lord Von Muntean —se queja poniendo sus brazos en jarra.
—No he dicho que sea gracioso —contesto con inocencia, aunque internamente, si me parece un tanto cómico esto—. Solo hice una pregunta. Además, eres tú la que se esfuerza en llamar la atención lady Apafí, no veo recato alguno en quitarse la ropa y meterse al lago helado en medio de la nada.
—¿Cómo iré a casa? —pregunta con esa mirada de perrito mojado.
—No es mi asunto, señorita Apafí —digo—, ya hice mucho salvándote la vida...
Al ver su rostro angustiado, esa máscara de indiferencia se resquebraja. Maldita sea, ¿por qué tiene que mirarme así?
—Tu padre se enojará si no te ve en casa, ¿verdad?
Ella asiente con ese movimiento de cabeza que hace que quiera pintarla.
—Sí, si mi padre no me ve, me castigará y...
—Está bien, niña —interrumpo—, yo te llevo a casa.
Y entonces me abraza con una efusividad que me toma por sorpresa. Mis brazos quedan rígidos mientras ella se aferra a mí con la desesperación de quien encuentra su salvación. Quiero apartarla, pero algo en esa calidez desconocida me paraliza. Nunca había experimentado esta mezcla de irritación y algo que no me atrevo a nombrar.
──𖥸──
AMELIE APAFI.
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Camino de un lado a otro de la habitación. Quiero salir de esta alcoba; más que mi aposento, este lugar parece una prisión. Las paredes blancas y el mobiliario lujoso me oprimen. Al escuchar las puertas abrirse, corro hacia ellas esperando ser libre al fin.
Al ver a la pelirroja entrar, retrocedo unos pasos sorprendida. Tengo mucho sin verla. Su cabello rojizo cae en rizos sobre sus hombros y esos ojos esmeralda que tanto envidio me miran con alegría contenida.
—Amelie ¿No vas a darle un abrazo a tu prima favorita? —empieza la pelirroja con fingida tristeza, colocando una mano sobre su corazón.
No digo nada, solo corro a sus brazos. Ambas reímos felices, nuestros vestidos se enredan mientras nos abrazamos con fuerza. Siento su perfume floral y me reconforta su familiar calidez.
—Molly que alegría verte querida prima —digo emocionada sin soltar sus manos, observando cómo sus pecas se mueven cuando sonríe—. Cuéntame ¿Qué te trae por aquí...?
—Veo que ya se vieron —habla Juleka entrando a la habitación con su porte rígido, sus manos entrelazadas frente a su uniforme gris—, la señorita Mignonette...
Molly suelta mis manos y se endereza, su expresión cambia a una de ligera molestia.
—Juleka si no te molesta prefiero que me llames Molly, no Mignonette —replica mi prima con los brazos en jarra—, ese nombre solo es usado cuando mis padres quieren reñirme.
—Como usted desee —murmura la doncella con una pequeña reverencia seca—, mi lady está tarde, su padre tendrá invitados. Me pidió que le dijera que quería que usted estuviera presente.
Luego de dar su mensaje, Juleka se retira con pasos medidos, dejándonos a ambas solas. Internamente agradezco mucho su partida.
Me siento en la cama mientras Molly se acerca a la ventana, observando el jardín.
—Para ser tan joven es muy estricta y amargada —agrega mi prima imitando la postura tiesa de la muchacha que acaba de salir—, parece que nunca ha sonreído en su vida.
Me recuesto en la almohada, mirando el dosel de tela blanca sobre mi cabeza.
—Sí, cuando la escogí como mi doncella no imaginé que sería tan amargada —secundo sentándome en el alféizar, abrazada a mis rodillas mientras miro el jardín trasero.
Molly se sienta a mi lado, su vestido rojo contrasta con la blancura de las sábanas.
—Tío Michael y Juleka me contaron que estás castigada desde hace dos días —dice con suavidad, colocando una mano sobre mi hombro—. Prima, dime ¿Qué travesuras hiciste ahora? Para que el vizconde pida traerme desde Austria, mi madre me envió aquí para prepararte, hace meses mi madre recibe cartas de su padre.
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Editado: 01.12.2025