Luna Azul Dos Vidas Una Misma Alma

CAPITULO 6 DUDAS. ♡

AMELIE APAFI.
─── ∙ ~εïз~ ∙ ───

Dudo seriamente en que acuda a mi llamada. Tal vez esta sea una señal para desistir de mi loca idea. «No vendrá», me digo mientras camino hacia la roca donde senté a mirar el lago aquella vez. Esperaré unos minutos más, no quiero rendirme tan pronto. La brisa fría mueve mis mechones ahora cortos aún recuerdo la expresión de mi padre al ver mi nuevo aspecto físico, su cólera fue inmediata, pero no era mi intención hacerlo enojar. Solo quería ser yo misma. Mi plan debe funcionar. Si Lucien se niega a mi petición, terminaré en un sanatorio o peor aún, casada con un desconocido.

Me detengo al borde del claro. El corazón me late más fuerte. No hay nadie a la vista, solo el lago quieto bajo el cielo gris, las hojas moviéndose despacio con el viento, el silencio pesado del bosque al anochecer. Entonces siento un paso detrás de mí. Me giro y allí está Lucien, de pie a pocos metros, sin decir nada, solo mirándome. Sus ojos recorren mi rostro y bajan a mi cabello, se detienen un segundo en lo que queda de él. No sonríe, no frunce el ceño, pero algo en su expresión cambia.

—Vino —murmuro, y no sé si me alivia o me aterra.

De inmediato me pongo de pie. Sé que mi petición es por demás atrevida, pero nada pierdo con intentar.
—Lord Lucien —digo en un susurro al tenerlo frente a mí. Mi valentía comienza a evaporarse. «Amelie, no es momento de tener vergüenza», me reprendo mentalmente—, gracias por haber venido. No sabe cuánto se lo agradezco.

Él alza una ceja, lleva un dedo a su barbilla. No dice nada, pero su mirada me escanea como si tratara de resolver un enigma. La chica de voluntad impetuosa, ahora temblando como una liebrecilla.

—Su repentina invitación me causa intriga, lady Amelie — comenta con sinceridad. Una sonrisa de labios cerrados se dibuja en su rostro.

Bajo la caperuza de mi cabeza y veo sus ojos abrirse, sorprendidos. Mi larga y lacia cabellera castaña ya no está.

—Usted...

—Yo sé que usted dirá que he perdido el juicio. Sé que es posible que ya nunca más me hable. Pero por favor, le pido que tome este asunto con la seriedad que lo amerita —mis latidos son como los de un potrillo desbocado, mis mejillas arden de la vergüenza que siento por lo que voy a decir.

No habla, solo me observa y sé que ve mi nuevo aspecto. No sé qué piensa. Siento el peso de su silencio, la forma en que sus ojos me recorren, como si buscara algo más allá de mis palabras. Aun así, debo reconocer que, con el cabello corto, no me veo como la hija perfecta que mi padre quiere exhibir, me veo más libre y eso, en este momento, es lo único que importa.

Carraspea, llamando mi atención.

—Señorita Amelie, hable entonces. Diga de una vez, ¿por qué me ha citado a este lugar? Asumo que vino a hurtadillas al bosque y sé que eso posiblemente le traerá problemas con su padre —dice, rodando los ojos.

«Él tiene razón. Amelie, habla de una vez y deja de dar vueltas». —De acuerdo. Usted estuvo en casa, escuchó la petición de mi padre.

¿Cómo olvidar aquel momento? Aún no lo saco de mi mente. Mi padre había planeado todo con precisión: el salon dispuesto el servicio de té, las flores recién cortadas. Él no esperaba visitas de amabilidad, sino de conveniencia. Había invitado al Duque de Bucovina, pero en su lugar llegó la duquesa y un acompañante. Lo que mi padre quería era al duque y si este no había venido, al menos trataría con quien más cerca estuviera de su poder.

La duquesa hablaba de trivialidades, sonreía con elegancia, pero mi padre apenas le prestaba atención. Sus ojos iban y venían hacia Lucien midiendo, comparando, calculando. No era una reunión entre familias, era una inspección disfrazada de cortesía y yo, en silencio, sentada frente a la tetera, era la mercancía expuesta: hija del vizconde, decente, bien educada, de buen linaje. Suficiente, según él, para merecer un apellido más alto.

Era normal, hasta cierto punto. Normal que los hombres como mi padre buscaran elevar su nombre mediante el matrimonio de sus hijas. Normal que viera aquello como un logro, no como una entrega. Pero para mí, todo olía a trato frío, a compraventa disfrazada bajo el largo mantel de las buenas maneras y el tintineo de las cucharillas de plata.

Lo que no podía olvidar era el desespero con el que mi padre buscaba aquella alianza, como si mi vida fuera la llave para su ambición y no parecía importarle en manos de quién terminaría yo no conocía a los hermanos del duque duque, ¿Acaso no veía que, al ofrecerme así me reducía a un paso más en su escalera? ¿Que, bajo aquel protocolo elegante, se escondía la venta silenciosa de mi futuro?

—Lucien, acepta tú el trato de mi padre. Despósame y te estaré agradecida eternamente —suelto las palabras una tras otra con rapidez. Mis ojos están cerrados, de la vergüenza que me da hacer esta petición, que va en contra de todo aquello en lo que creía.

Guarda silencio él no se mueve, solo me observa. No con burla, no con furia, pero tampoco con calidez hay algo en su mirada que no puedo descifrar. Días atrás me vio correr como un ciervo huyendo de su cazador al oír "el maravilloso trato de lord Apafí" y ahora le pido que sea él quien me ate.

—Amelie —musita, acercándose unos pasos. Pone sus dedos en mi mentón, haciéndome alzar el rostro—, abre los ojos pequeña tonta, parece que en vez de pedirme un trato, me pidieras que te lleve a la horca.

—Yo...

—Solo responde a mi pregunta, ¿por qué haces esto? —pregunta sin soltar mi rostro.

—Te reirías si te lo digo pero, por favor, acepta yo prometo no ser un problema. Solo será un matrimonio ante los demás. eres libre, Lucien sabes… yo no...

—Amelie, ¿por qué te lanzas al abismo? No me conoces yo podría no ser lo que esperas y cuando nos conocimos, eso no fue precisamente la mejor primera impresión que de alguien esperas.

No sé qué hay en su voz. No sé si es advertencia, preocupación o simple desinterés solo sé que no me suelta, que sus dedos aún están en mi barbilla. Que su mirada no flaquea.




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