Después de años de tranquilidad, me desperté una mañana con una sensación extraña en el pecho. Sabía que algo estaba a punto de cambiar, pero no podía explicarlo. El día transcurrió normalmente hasta que el teléfono sonó justo cuando me disponía a preparar el almuerzo.
—¿Aló? —contesté distraída mientras buscaba los ingredientes en la nevera.
—María... soy yo, Laundry.
Mi corazón dio un vuelco al escuchar su voz después de tanto tiempo. Habíamos decidido alejarnos de Luna Azul para buscar paz, pero había algo en su tono que me hizo saber que esa calma había llegado a su fin.
—¿Qué sucede? —pregunté, con la preocupación escalando en mi pecho.
—Nos necesitan de vuelta... algo ha cambiado.
El camino de vuelta a Luna Azul estuvo cargado de silencio. Laundry estaba concentrado en el volante, sus manos apretadas sobre él, mientras yo intentaba procesar todo lo que habíamos dejado atrás. Los recuerdos de aquella última batalla, de las pérdidas que habíamos sufrido, comenzaban a surgir en mi mente como fantasmas que no me dejaban en paz.
—¿Crees que estaremos listos esta vez? —pregunté en voz baja, casi como un susurro.
Laundry no desvió la mirada del camino, pero apretó un poco más mi mano, dándome la fuerza que necesitaba.
—Lo estaremos. No te preocupes, siempre lo hemos estado.
Su voz, aunque firme, tenía un dejo de incertidumbre que no había sentido antes. Me sentí un poco vulnerable, como si las sombras del pasado estuvieran a punto de engullirnos nuevamente, pero confiaba en nosotros. Juntos habíamos superado mucho.
Luna Azul seguía igual de majestuosa y misteriosa, pero había algo en el aire que se sentía diferente, más pesado. Bajamos del auto y lo sentí de inmediato: una presencia oscura, casi tangible. Respiré profundamente, tratando de mantener la calma, mientras Laundry observaba a lo lejos.
—No pensé que volveríamos aquí tan pronto —murmuré, recordando nuestro juramento de no regresar a menos que fuera absolutamente necesario.
Laundry asintió, sin dejar de mirar las montañas en el horizonte.
—Yo tampoco. Pero aquí estamos, una vez más.
Caminamos juntos por el sendero que conducía a la entrada del antiguo refugio. Cada paso que daba me acercaba más a los recuerdos que intenté olvidar, pero también al motivo por el cual habíamos venido. Sabíamos que las tinieblas habían despertado, y esta vez sería más difícil.
La primera noche en Luna Azul fue inquietante. Me desperté varias veces, con pesadillas y el sonido de los árboles agitados por el viento. Pero no era solo eso, había algo más. Me levanté en silencio para no despertar a Laundry y caminé hacia la ventana. El bosque estaba oscuro, pero una pequeña luz titilaba en la distancia.
—¿Qué haces despierta? —su voz me sobresaltó.
—Esa luz... ¿la ves?
Laundry se acercó, su cuerpo cálido junto al mío me reconfortaba. Observamos en silencio, y aunque no lo dijimos, ambos sabíamos que esa luz era un llamado, una guía. Me giré hacia él, buscando respuestas.
—¿Qué crees que significa?
—Que el tiempo de la paz ha terminado —respondió en voz baja, y supe que tenía razón.
Al día siguiente, nos reunimos con los antiguos Guardianes de Luna Azul. Sentí una mezcla de alivio y nerviosismo al ver rostros conocidos. Cada uno de ellos había peleado junto a nosotros en la última batalla, y el verlos de nuevo me trajo un extraño sentimiento de hogar.
—Me alegra que hayan respondido al llamado —dijo Efraín, el líder del consejo, con una sonrisa cálida, aunque cargada de preocupación.
—No podíamos ignorarlo —contesté, entrelazando mis dedos con los de Laundry—. Sabemos lo que está en juego.
La sala se llenó de murmullos y asintieron con gravedad. Los Guardianes compartían nuestra inquietud. Había una amenaza que superaba todo lo que habíamos enfrentado antes. Pero también había algo más en sus ojos: la determinación, una llama que, a pesar de todo, seguía viva.
Esa misma noche, mientras preparábamos las defensas y los planes para la batalla que se avecinaba, me encontré a solas con Laundry. Había una tensión en el aire que parecía calar en nuestros propios corazones. Sabíamos que la oscuridad estaba cerca, y que nuestras fuerzas serían puestas a prueba.
—Estamos juntos en esto, como siempre —me dijo, mirándome a los ojos con esa intensidad que siempre me había dado fuerzas.
—Y lo seguiremos estando, pase lo que pase —le respondí, apretando su mano con fuerza.
Esa era nuestra promesa, la que nos había mantenido unidos a lo largo de los años. No importa cuán oscuras fueran las sombras que nos rodeaban, siempre encontraríamos luz en nuestro amor.