Mi viaje me llevó a través de montañas y valles, a tierras que nunca había visitado antes. Pero cada paso que daba me acercaba más a una verdad que, de alguna manera, siempre había sabido. El equilibrio entre la luz, la oscuridad y el vacío no era algo que se pudiera mantener para siempre. El ciclo continuaría, y nuestro trabajo sería asegurarnos de que el balance se mantuviera el mayor tiempo posible.
Sabía que mi vida estaba atada a este ciclo, que mi destino no era solo proteger al campamento o a mis compañeros, sino a todo lo que existía. Y mientras caminaba hacia el horizonte, sentí, por primera vez en mucho tiempo, una paz que surgía no de la victoria, sino de la aceptación.
Sabía que estaba lista para lo que viniera.
Al llegar al primer templo, sentí que las respuestas estaban cerca, pero el lugar estaba cargado de una energía pesada, como si los antiguos espíritus aguardaran en silencio, observando mis movimientos. Las inscripciones en las paredes contaban historias de tiempos anteriores, cuando el equilibrio entre luz, sombra y vacío era mucho más frágil. Sabía que cada palabra, cada símbolo, guardaba un significado más profundo que aún no lograba desentrañar por completo.
Mientras estudiaba los grabados, me encontré con algo que nunca había visto antes: un símbolo que representaba no solo el vacío, sino también una fuerza más allá de él. Era una espiral que conectaba los tres elementos, como si fueran piezas de un mismo ciclo. Estaba claro que no era solo una batalla entre el bien y el mal, sino un juego mucho más intrincado y eterno.
No estaba sola en este templo. Mientras avanzaba, sentí una presencia que me seguía a una distancia prudente, pero sin ocultarse del todo. Eventualmente, me encontré con una figura envuelta en sombras. Parecía humano, pero al mirarlo a los ojos, vi siglos de sabiduría y dolor. Era el guardián del templo, un ser inmortal encargado de proteger los secretos que yo buscaba.
—Has venido a buscar respuestas —dijo con una voz que resonaba como el eco de las montañas—, pero no estás preparada para lo que encontrarás aquí.
—No tengo otra opción —le respondí—. El equilibrio está en peligro, y necesito comprender qué nos espera.
El guardián me miró en silencio, evaluando la determinación en mi voz, y tras lo que parecieron ser eternos segundos, asintió lentamente.
—Entonces, sígueme.
El guardián me condujo a una cámara oculta más profunda en el templo, iluminada por una luz tenue que emanaba de cristales antiguos. Allí, ante mí, había una especie de mapa estelar, una representación de los ciclos eternos de la luz, la sombra y el vacío. En su centro, la espiral que había visto antes.
—El vacío no es tu enemigo, como tampoco lo es la luz —explicó el guardián—. Ambos son partes de un mismo ciclo. Lo que temes es lo que aún no puedes comprender: el fin del ciclo, el reinicio.
El concepto era abrumador. No estábamos simplemente luchando para mantener el equilibrio en el presente; estábamos luchando para evitar que todo lo que conocíamos volviera al punto de partida, borrando las vidas y sacrificios que habíamos hecho.
—¿Podemos evitarlo? —pregunté, mi voz apenas un susurro, con la esperanza y el miedo luchando por dominar mis emociones.
—No puedes detener el ciclo —dijo el guardián, su voz suave pero firme—. Pero puedes prolongarlo. Puedes ayudar a que dure más, para que aquellos que vivan en este ciclo disfruten de su tiempo. Eso es lo mejor que puedes esperar.
Mis pensamientos se arremolinaron. La responsabilidad que sentía antes se multiplicó exponencialmente. Ya no era solo sobre Luna Azul, ni siquiera sobre los pueblos y las tierras que conocía. Era sobre todo lo que existía en este ciclo, y los que seguirían. No había un final feliz, solo la esperanza de que pudiéramos darle a los demás más tiempo.
Pasé días en el templo, estudiando las escrituras y hablando con el guardián. Me enseñó sobre los ciclos pasados, sobre los héroes y los sacrificios que habían mantenido el equilibrio antes de mí. Cada uno había dado lo mejor de sí, pero eventualmente, el ciclo siempre regresaba a su punto de partida.
Con el corazón pesado pero más claro en mi propósito, supe que era momento de regresar al campamento. No les diría todo lo que había descubierto, porque la verdad sería demasiado abrumadora para ellos. Pero les daría esperanza. Y en esa esperanza, seguiríamos luchando.
De vuelta en el campamento, las cosas habían cambiado en mi ausencia. Laundry había liderado bien, y Kharos había tomado un rol más prominente. Pero ambos estaban ansiosos por escuchar lo que había descubierto.
Nos reunimos bajo la luz de la luna creciente, y les expliqué lo que había aprendido, aunque filtrando algunos detalles. Les hablé de la necesidad de mantener el equilibrio, de cómo nuestro papel no era derrotar a las sombras o al vacío, sino asegurarnos de que el ciclo continuara el mayor tiempo posible.
—¿Significa que nunca podremos ganar? —preguntó Kharos, su voz cargada de frustración.
—No —le respondí—. Pero significa que cada victoria nos da más tiempo, y ese tiempo es precioso.
Laundry asintió en silencio, y supe que lo entendía. No era un final fácil, pero era un propósito, una razón para seguir luchando.
Con el conocimiento que había adquirido, comenzamos a preparar al campamento de una manera diferente. Ya no se trataba solo de defendernos de la oscuridad o prepararnos para las batallas inminentes. Ahora entendíamos que debíamos aprender a vivir en equilibrio, a aceptar tanto la luz como la sombra.