El viento que recorría el campamento esa mañana estaba cargado de promesas y advertencias. Podía sentir la conexión entre Luna Azul y la tierra más fuerte que nunca. Aunque ya no estaba físicamente con ellos, cada fibra de mi ser seguía entrelazada con su destino. Me encontraba observando desde los límites de este reino, sabiendo que mi papel ahora era ser una guía lejana, un susurro en el oído de los líderes que habían quedado.
Ilyan y Kharos trabajaban incansablemente. Habían reunido a los guerreros y a los sabios, buscando soluciones para lo que se avecinaba. Ellos sabían, sin necesidad de palabras, que el peligro no era sólo físico. Lo que despertaba en las montañas antiguas era una fuerza que podría desestabilizar el equilibrio espiritual del mundo entero.
En una noche de luna llena, cuando la energía de la luna bañaba la tierra en su resplandor plateado, Ilyan tuvo una nueva visión. En su sueño, fue guiado hacia un círculo de espíritus, cada uno con un rostro antiguo, arrugado por el tiempo pero lleno de sabiduría. Los espíritus hablaban en susurros, pero uno de ellos, el más viejo, se acercó a él.
—El tiempo se acorta —le dijo el espíritu—. La oscuridad que enfrentaste antes es solo un fragmento de lo que está por venir. Necesitarás más que fuerza para enfrentarlo. Necesitarás el conocimiento antiguo, el que hemos protegido por siglos.
Ilyan despertó con un plan claro en su mente. Debían ir al Templo del Crepúsculo, donde los secretos más antiguos de Luna Azul estaban guardados. Sabía que ese sería su próximo paso en la preparación para lo que se avecinaba.
El camino hacia el templo era largo y peligroso, pero no podían perder más tiempo. Ilyan reunió a un grupo selecto: Kharos, los guerreros más experimentados, y algunos de los sabios del campamento. No era un viaje para cualquiera, pero ellos sabían que, sin importar el precio, debían llegar al templo y descubrir el conocimiento que los ancestros habían dejado atrás.
Atravesaron ríos y montañas, bosques oscuros donde los árboles susurraban secretos al viento. Cada paso los acercaba al corazón del misterio que envolvía su destino. Durante el trayecto, los recuerdos de los caídos, de aquellos que ya no estaban con ellos, pesaban en sus corazones, pero también les daban fuerzas para continuar.
Finalmente, tras varios días de viaje, llegaron a la entrada del Templo del Crepúsculo. Era un lugar olvidado por el tiempo, cubierto de musgo y raíces que lo envolvían como si la misma tierra quisiera ocultarlo. Pero las puertas de piedra aún permanecían firmes, esperando ser abiertas por aquellos dignos de su conocimiento.
Con un susurro de antiguas palabras, los sabios lograron abrir las puertas. Un aire frío y cargado de energía los envolvió cuando entraron, y supieron de inmediato que este no era un lugar como los demás. Aquí, el tiempo y el espacio se entrelazaban, y los ecos de los espíritus pasados resonaban en cada rincón.
En el centro del templo encontraron lo que buscaban: una cámara oculta, llena de antiguos manuscritos y artefactos que brillaban con una luz propia. Los sabios se arrodillaron frente a los textos, sabiendo que contenían el conocimiento que necesitaban para enfrentar lo que venía.
Uno de los textos más antiguos hablaba de una profecía, una que mencionaba a una luna teñida de sangre y a un ser de inmensa oscuridad que solo podía ser derrotado por aquellos que comprendieran tanto el poder de la luna como el de la tierra. Había rituales olvidados, poderosos, que podían invocar la protección de los espíritus ancestrales. Pero también había advertencias claras: el uso de ese poder conllevaba un gran precio.
Al leer las advertencias, Kharos se detuvo. Sabía lo que significaban. Para derrotar a la oscuridad, no solo necesitaban el conocimiento, sino también sacrificios aún mayores que los que habían hecho antes. Cada decisión que tomaran de aquí en adelante estaría impregnada de un peso tremendo.
Ilyan, sin embargo, no titubeó. Sabía que, aunque el precio fuera alto, no podían permitir que la oscuridad consumiera todo lo que habían construido. Tenían que prepararse para lo que sería la batalla definitiva, no solo por Luna Azul, sino por el equilibrio del mundo.
Cargados con el conocimiento del Templo del Crepúsculo, el grupo inició su viaje de regreso al campamento. Sabían que el tiempo era esencial. Mientras ellos viajaban, la oscuridad seguía creciendo, y pronto todo estaría en juego.
Mientras regresaban, sentí un profundo respeto por lo que estaban haciendo. Ellos eran los herederos de un legado milenario, y aunque mi tiempo directo en este mundo se desvanecía, sabía que Luna Azul estaba en buenas manos. Mi sacrificio no había sido en vano, y los que quedaban eran más fuertes que nunca, preparados para enfrentarse a cualquier oscuridad.
La luna llena los observaba desde lo alto, un recordatorio de que el ciclo de la vida, la muerte y el renacimiento nunca se detenía. Y así, el destino de Luna Azul avanzaba, inexorablemente, hacia su culminación.