Mientras nos preparábamos para la inminente batalla, el campamento rebosaba de actividad. Los guerreros se agrupaban, revisando sus armas y asegurándose de que todo estuviera en orden. Decidí que era momento de recordarles por qué luchábamos, de mantener viva la llama de la esperanza en nuestros corazones.
Reuní a los guerreros y les hablé de la fuerza que habíamos construido juntos. Hice hincapié en que cada uno de nosotros tenía un papel importante que desempeñar en la defensa de nuestros hogares y seres queridos.
—Estamos aquí por un propósito mayor —les dije, mi voz resonando entre ellos—. No solo por nosotros, sino por aquellos que vendrán después. Lucharemos para que nuestros hijos y sus hijos vivan en un mundo libre de oscuridad.
Kharos se puso al frente, desplegando un mapa de la región. Cada línea y marca representaba una ruta, un territorio que teníamos que defender. Su mente estratégica era impresionante, y cada guerrero prestaba atención, comprendiendo la importancia de estar preparados.
—Este será nuestro campo de batalla —comenzó Kharos—. Si podemos anticipar sus movimientos, tendremos la ventaja. La clave es actuar como uno solo, en perfecta coordinación.
La concentración en sus rostros era palpable. Sabía que la presión estaba sobre nosotros, pero también sentía que la unidad que habíamos forjado nos daría la fortaleza necesaria para enfrentar lo que venía.
La noche anterior a la batalla, el campamento se sumió en un ambiente de solemnidad. Los guerreros se preparaban en silencio, y las luces de las hogueras parpadeaban en la oscuridad, creando un halo de calidez. Me senté cerca de la fogata, reflexionando sobre todo lo que había pasado.
En ese momento, Laundry se unió a mí. Sabía que quería compartir algo.
—Es un momento crítico —dijo, su voz grave—. Pero estoy seguro de que si nos mantenemos unidos, podemos enfrentar cualquier cosa.
—Lo sé —respondí—. Hemos llegado tan lejos juntos. No puedo permitir que el miedo nos detenga.
Cuando el sol salió por el horizonte, un nuevo día comenzó. El aire estaba cargado de tensión y anticipación. Nos alineamos en la colina que daba vista al campo de batalla, donde se podía ver el movimiento del ejército enemigo acercándose.
Los guerreros de Luna Azul estaban listos, sus corazones latiendo al unísono. Miré a mi alrededor, sintiendo una mezcla de nervios y determinación. Sabía que no estábamos solos; la unión de nuestras tribus nos haría más fuertes.
La batalla comenzó con un estruendo. Las primeras flechas volaron, y el sonido de los gritos resonó en el aire. Mantuvimos nuestras posiciones firmes, recordando las estrategias de Kharos. Nos movimos en perfecta sincronía, como un solo organismo.
A medida que avanzaba la lucha, sentí la adrenalina fluir a través de mí. Cada golpe que daba era un recordatorio de por qué luchábamos, y con cada paso que tomaba, sabía que tenía a mis compañeros a mi lado.
El caos era absoluto. Los guerreros se enfrentaban en un torbellino de acero y gritos. Intenté mantener mi mente clara, enfocándome en el objetivo. Vi a Laundry luchando valientemente, mientras Kharos daba órdenes con la misma calma que había mostrado en nuestras reuniones.
El sudor corría por mi frente mientras esquivaba un ataque. Los rostros de mis amigos estaban en mi mente, impulsándome a seguir adelante. Sabía que no podía rendirme; nuestra victoria dependía de nosotros.
De repente, me encontré cara a cara con el líder del ejército enemigo. Era un guerrero formidable, su mirada llena de desafío. En ese momento, comprendí que nuestra lucha no solo era física, sino también espiritual.
—¿Por qué luchas? —grité sobre el ruido de la batalla—. No hay gloria en la destrucción.
—Porque creo que la oscuridad debe dominar —respondió, su voz fría como el acero.
La lucha entre nosotros fue feroz. Cada golpe resonaba como un eco del conflicto que se libraba a nuestro alrededor. Mientras intercambiábamos ataques, recordé la enseñanza del Anciano sobre el equilibrio. No se trataba solo de ganar; se trataba de proteger lo que amábamos.
Finalmente, encontré una apertura. Con un giro rápido, logré desarmarlo y lo mantuve en el suelo, mi espada a su cuello.
—Ríndete y vive —dije, mi voz firme—. La oscuridad no tiene que ganar.
El guerrero, sorprendido por mi determinación, levantó las manos en señal de rendición. En ese momento, sentí una oleada de esperanza. Sabía que si podíamos mostrar piedad, tal vez podríamos romper el ciclo de odio que había durado tanto tiempo.
—Lleva el mensaje a tu pueblo —le dije—. No hay victoria en la guerra; hay que encontrar un camino hacia la paz.
La batalla terminó con la rendición del enemigo. Nuestros guerreros celebraron, pero yo sabía que la victoria no era solo sobre ganar un enfrentamiento. Era un nuevo comienzo para todos nosotros. Habíamos demostrado que la luz podía prevalecer, incluso en medio de la oscuridad.
Con los días, las heridas sanaron, y juntos comenzamos a trabajar en la reconstrucción de lo que se había perdido. La esperanza brillaba en nuestros corazones, y con cada paso que tomábamos, estábamos forjando un futuro donde la paz y la unidad serían nuestra mayor victoria.