Luna de Ceniza y Corazones Salvajes

Capitulo 1: El Susurro del Bosque

El aire fresco de la noche acariciaba el rostro de Elara mientras caminaba por el sendero que bordeaba el Bosque de los Susurros. La luna, una pálida moneda en el cielo oscuro, proyectaba sombras danzantes que jugaban con su imaginación, avivando las viejas historias que su abuela le contaba sobre las criaturas que habitaban en las profundidades del bosque. Hombres Lobo, seres mitad hombre, mitad bestia, con corazones tan salvajes como la naturaleza indómita que los rodeaba. Elara siempre había sentido una mezcla de temor y fascinación por esas leyendas, un eco ancestral que resonaba en lo más profundo de su ser.

Esa noche, se había aventurado más lejos de lo habitual, buscando las extrañas flores de medianoche o más conocidas como Fleurdelune, que florecían solo bajo la luz lunar y cuyas propiedades curativas eran bien conocidas en Nerhyn. El crujido de las hojas secas bajo sus pies era el único sonido que rompía el silencio, hasta que un aullido distante heló la sangre de sus venas. No era un aullido cualquiera; tenía una cualidad profunda y melancólica, cargada de una soledad palpable.

Elara se detuvo, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. Instintivamente, buscó refugio detrás del tronco grueso de un roble centenario, escuchando con atención, y tratando de ver de que animal o criatura proviene ese aullido. El aullido se repitió, esta vez más cerca, y un escalofrío recorrió su espalda. Las historias de su abuela Marta volvieron a su mente, vívidas y amenazantes, de como hay criaturas que con la luz de la luna se convierten en hombres y van haciendo daño a todo lo que se les cruze en el camino.

De repente, un movimiento entre los árboles captó su atención. Dos ojos brillantes, de un dorado intenso, la observaban desde la oscuridad. El miedo la paralizó por un instante, pero en el fondo de esos ojos, Elara percibió algo más que salvajismo. Había una tristeza profunda, un anhelo silencioso que la desarmó. La criatura dio un paso hacia la luz de la luna, revelando una figura imponente: un lobo de pelaje negro azabache, más grande y majestuoso que cualquier animal que hubiera visto jamás. Sus miradas se encontraron, y en ese instante, el tiempo pareció detenerse.




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