El sonido del disparo rompió la tranquilidad de la noche. Elara gritó, pero Kael, con una velocidad asombrosa, la empujó hacia el suelo un instante antes de que la bala silbara donde ella había estado. El lobo Alfa se abalanzó sobre el cazador, un gruñido gutural de furia brotando de su garganta. El hombre, sorprendido por la velocidad del lobo, logró disparar una segunda vez, pero la bala solo rozó el costado de Kael.
Elara se levantó, el corazón golpeándole el pecho. "¡No!" gritó, su voz apenas audible por encima del caos de la confrontación. Sabía que Kael era fuerte, pero ese hombre no estaba solo. Otros pasos se acercaban, el crujido de las hojas revelando más siluetas armadas.
Kael inmovilizó al primer cazador con una pata delantera, sus ojos brillando con una furia implacable. Pero justo cuando se preparaba para asestar el golpe final, un dardo de Wolfsbae se clavó en su cuello, a pesar de que en pequenas cantidades a unn alfa no le afectaria tanto, este dardo estaba cargado con una alta cantidad de esta toxina lo que hacía que el alfa la sintiera y le afectara más rápido, pero a un lobo normal la muerte. Su cuerpo se sacudió violentamente, y sus músculos empezaron a fallarle. Cayó de rodillas, el efecto de la droga haciéndolo tambalear e ir poco a poco perdiendo su fuerza.
"¡Atrápenlo!" gritó uno de los recién llegados, un hombre corpulento con una cicatriz sobre el ojo. Elara reconoció a Garrick, el líder de los cazadores de la ciudad vecina Puertomal, conocido por su crueldad y su odio obsesivo hacia las criaturas de la noche.
Mientras Kael luchaba contra la somnolencia que lo invadía, Elara se interpuso entre él y los cazadores. "¡Aléjense de él! ¡No les ha hecho nada!" exclamó, extendiendo los brazos para proteger al lobo moribundo.
Garrick se rió, una risa áspera y cruel. "Niña tonta. Este lobo es un monstruo. Y tú, que te has juntado con él, serás testigo de lo que le hacemos a su especie." Hizo un gesto a sus hombres, quienes se acercaron con redes y cadenas de plata. Kael intentó levantarse, pero sus patas cedieron, y cayó pesadamente al suelo, su visión borrosa, pero sus ojos fijos en Elara. No podía protegerla.