Luna de Ceniza y Corazones Salvajes

Capitulo 6: La Ciudadela de Acero

Elara fue arrastrada a través del bosque, con las manos atadas a la espalda. La brutalidad de Garrick y sus hombres era palpable; sus risas llenaban el aire, celebrando su captura. La llevaron a un lugar que los habitantes de Nerhyn solo conocían por susurros y temor: la Ciudadela de Acero, el cuartel general de la Hermandad del Guardián, una organización de cazadores de criaturas sobrenaturales.

La Ciudadela era un complejo fortificado, construido con piedra oscura y metal reluciente, oculto en una garganta montañosa y protegido por muros altos y torretas de vigilancia. Elara fue empujada a una celda fría y húmeda, donde la única luz provenía de una pequeña rendija en el techo. El miedo la invadió. Sabía lo que le hacían a las "cómplices de bestias", y el destino de Kael no dejaba de rondar su mente.

Horas después, Garrick entró en su celda, su rostro marcado por la ira. "¿Dónde está la guarida de los lobos, niña?" preguntó, su voz como el filo de un cuchillo.

Elara lo miró a los ojos, con la barbilla en alto a pesar de su terror. "No lo sé," dijo con su voz firme,y en verdad no sabia, nunca habia pisado territorio en la manada de los lobos, solo habia tenido encuentros en el bosque con Kael en su forma de lobo imponente.

Garrick la golpeó, haciendo que su cabeza chocara contra la pared de piedra. "¡No juegues conmigo! Estuviste con uno de ellos. Sabes dónde se esconden."

Elara negó con la cabeza, el dolor pulsando en su sien. Si supiera la ubicación de la manada tampoco la revelaría. No traicionaría a Kael. La imagen de sus ojos dorados, llenos de gratitud y una incipiente conexión, le dio fuerzas.

"No te dejaremos ir hasta que hables," dijo Garrick con una sonrisa retorcida. "Y créeme, tenemos formas de hacer que incluso las bocas más tercas se abran." Se giró para salir, dejando a Elara en la oscuridad de su celda, sola con sus pensamientos y la creciente desesperación. Pero en lo más profundo de su corazón, una pequeña chispa de esperanza se negaba a extinguirse. Kael la había salvado una vez; tal vez, solo tal vez, volvería a hacerlo.




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