La noticia de la captura de Elara no tardó en llegar a Nerhyn. La abuela de Elara, Marta, era una figura respetada en el pueblo por su sabiduría y sus habilidades curativas. Un pequeño grupo de aldeanos, liderados por Thomas, un joven herrero secretamente enamorado de Elara, decidió que no podían quedarse de brazos cruzados.
"No podemos dejarla en manos de Garrick," dijo Thomas a sus amigos en la taberna. "Sabemos lo que les hacen a los que consideran 'amigos de la noche'."
Mientras tanto, la manada de Kael se acercaba a la Ciudadela. Se movían en las sombras, silenciosos y eficientes. Kael lideraba el camino, su mente fija en Elara. La urgencia de liberarla y tenerla en sus brazos lo consumía.
Una noche, mientras exploraban los alrededores de la Ciudadela, Kael y sus lobos detectaron un nuevo grupo de intrusos. Al principio, pensaron que eran más cazadores, pero el rastro olfativo era diferente. Eran humanos, pero no exhalaban el mismo olor a acero y pólvora que los cazadores.
Kael se acercó sigilosamente, observando desde la oscuridad. Era Thomas y su pequeño grupo. Se estaban preparando para un asalto improvisado, armados con herramientas de trabajo y algunas viejas escopetas de caza. Kael gruñó, dándose cuenta de su imprudencia. No durarían un minuto contra los guardias de la Ciudadela.
Fue Mikaela quien tomó la iniciativa. Dio un paso hacia los humanos, manifestándose brevemente en su forma de lobo para captar su atención. Thomas y los demás se congelaron de miedo, pero Mikaela emitió un gemido bajo y conciliador, apuntando con su hocico hacia la Ciudadela.
Kael se transformó, apareciendo ante ellos en su forma humana por primera vez para Thomas y su grupo. Su imponente figura y sus ojos dorados dejaron sin aliento a los humanos. "Ella está dentro," dijo Kael, su voz profunda y resonante. "Ella es nuestra. Pero si quieren ayudarla, necesitarán la fuerza de la manada."
Thomas, aunque petrificado, vio la desesperación en los ojos de Kael y una determinación que le recordó a la propia Elara. Asintió lentamente. La tregua entre humanos y lobos, impensable hasta ese momento, acababa de ser forjada por el amor en común que sentían por una sola mujer.