Los días siguientes fueron una prueba de fuego para la recién formada alianza. Kael y su manada se establecieron en los límites del bosque, un lugar neutral acordado con el consejo del pueblo. Las tensiones eran altas. Los niños se escondían de los lobos, y los aldeanos más ancianos, todavía temerosos de las leyendas, murmuraban sobre la profecía de la Luna de Ceniza: que la unión de humanos y licántropos traería o la salvación o la destrucción.
Elara se convirtió en el puente entre los dos mundos. Pasaba sus días en el pueblo, ayudando con su conocimiento de hierbas, y sus noches con la manada, aprendiendo de sus costumbres y fortaleciendo su vínculo con Kael. Su amor floreció en esa brecha, un jardín de entendimiento y aceptación.
Una noche, en una reunión del consejo, el líder de los cazadores de Nerhyn, un hombre llamado Marcus, exigió que Kael y su manada se fueran. "Su presencia es una provocación para los demás cazadores," argumentó Marcus. "Garrick vendrá a vengarse. Y cuando lo haga, no solo nos enfrentaremos a su ira, sino también a la de la Hermandad del Guardián, y todos aqui en este pueblo sufriremos las consecuencias."
Kael se puso de pie, su presencia llenando la pequeña sala del consejo. "No somos una provocación. Somos una advertencia. Garrick y los suyos conocen el miedo. Ahora, conocerán la fuerza. Mi manada no se irá. Este es nuestro hogar, tanto como el de ustedes."
Elara, de pie junto a él, tomó su mano. "No podemos vivir escondidos para siempre, Marcus. El miedo es lo que nos hace vulnerables, tenemos que enfrentar cualquier obstaculo juntos, como manada, pueblo y juntos como esta nueva alianza."
La mayoría del consejo vaciló, dividido entre el temor y la lógica y valentia de Elara. La voz de Kael, firme y resonante, había plantado la semilla de una nueva idea: la coexistencia.