Luna de Fresia

IX. Encuentro entre Lina y Daniel.

Había dejado el horror atrás, el miedo y el temor, corrió sin rumbo aparente e inconscientemente una fuerza descomunal la arrastró fuera de si hasta el lugar menos pensado. En todo ese trayecto nunca supo de su accionar, estaba en trance, sonámbula, como una marioneta dominada por ese algo que la observaba distante.  Luego de subir al bote, sintió como algo le oprimía el pecho, sus manos temblaban y su mente se perdía entre luz de luna y oscuridad, cayendo en una prisión sin control de sus facultades mentales. Su cuerpo ya no era suyo, su mente se encontraba prisionera en un vaivén de imágenes confusas. En sus ojos se podía observar que no era ella quien controlaba su cuerpo, envueltos en un color blanco invierno, ella solo caminaba, como si fuera un robot. Subió al tren y se ubicó en una esquina de pie y con la mirada perdida. Parecía sin vida, parecía enferma, se mantuvo allí, en el mismo rincón sin movimiento alguno los 3 largos días que duraba el viaje y cuando por fin recobró la conciencia, se encontraba frente a la que era su casa.

“¿Cómo llegué aquí?” se dijo algo confundida. Estaba atemorizada, habían sucedido tantas cosas que no comprendía del todo y el estar allí frente a la puerta de su casa era lo último que hubiese querido. Sin embargo algo había cambiado y el lugar no parecía ser el mismo.

Ya no era una casucha hecha con restos del basurero, era de madera, más firme, más acogedora, un verdadero refugio para los días de invierno. Tenía varias ventanas con bellas cortinas de color rosa; el toque femenino de su madrastra, quizás.  En la entrada había flores y plantas, verdes y hermosas, jamás había visto aquello en su casa y sabía que era por su culpa.

“Ahora tiene vida este lugar” pensó tristemente. Se acercó para tocar a la puerta y observó sus manos, luego se miró en el reflejo de la ventana y pudo percatarse de su suciedad. Llevaba más de 5 días arrancando de su propio infierno, la sangre en su rostro ya se había secado, las marcas en sus ropas también, se veía como saliendo desde el mismo apocalipsis. Estaba allí observándose cuando su madrastra la vio de pie frente a la ventana. Pudo percatarse del dolor que reflejaban sus ojos, de la tristeza de su espíritu y no pudo evitar compadecerse de ella.  

Corrió hacia la puerta y la abrió de golpe ante la mirada atónita de Víctor.

-¿Qué pasó? - Dijo preocupada.

Lina se volteó hacia ella, la miró deseosa de un abrazo maternal, pero sabía que aquello no sucedería, y no respondió. Víctor salió tras su esposa y avanzó hacia la joven; decidido.

-De verdad que eres hierba mala. – le gritó.

La agarró del brazo y la llevó hacia dentro de la casa.

-Debemos darle ropa limpia. -dijo la madrastra.

Víctor la guio hacia una habitación indicándole que se quite la ropa sucia y se cambiara. Le lanzó una camiseta vieja y unos jeans de su madrastra. Lina se colocó las ropas, le quedaban bastante grandes, se la sujetó como pudo y salió de la habitación. Había adelgazado bastante, se podía notar aquello en su rostro, pero lo que más le pesaba era la pena y la angustia. Su madrastra le llevó unas tiras de trapo y un recipiente con agua limpia para lavar sus heridas y vendarlas. Víctor tomó el uniforme y lo echó en el fregadero.

Se notaba que su ausencia les había cambiado la vida, quizás el trato era a modo de agradecimiento, pero ella no estaba segura de porque lo hacían, sin embargo se dejó atender por los que eran sus padres, su familia.  

-Por ahora te quedaras aquí.- dijo Víctor - Mañana lavarás eso y lo venderás en algún lado. La comida y el refugio no son gratis. Lo sabes.

Lina asintió moviendo la cabeza mientras limpiaba sus heridas. Las palabras de su padre eran duras, pero podía sentir que el fondo había algo de cariño. ¿Cómo se podría explicar entonces que la hayan aceptado de nuevo en aquella casa luego de haberla echado a la calle? En fin, todo volvería a ser como antes. Mendigar, llevar dinero y el poste, pero para su sorpresa este ya no estaba.

Estaba exhausta, el perder la conciencia de sus actos por varios días le había hecho perder parte de su energía. Ahora sabía que aquello podría traer consigo dificultades, pero ya sabía cómo controlarlo. Afuera había un hermoso césped en el lugar que antes era tierra y barro, y no quería quitarle aquello a su familia. Su madrastra acomodó unas frazadas en el suelo y Lina se tendió en ellas, al cabo de unos segundos, estaba completamente dormida.   

-¿Por qué volvió?- se preguntaba Víctor, temeroso.  

-¿Viste como estaba?- añadió su esposa.  

Lina despertó al escuchar la conversación en la habitación contigua. Podía sentir el miedo en las palabras de su padre y comprendió muchas de sus acciones. Ella era un monstruo, le había causado daño a tanta gente.

-¡Claro que lo vi! –gritó Víctor.

-Ella no es malvada, Víctor. Debemos protegerla.

-¡No! No sabemos lo que es capaz de hacer. Quizás cuando menos lo esperemos nos ataque. ¿Por qué crees que venía en esas condiciones? Algo debe de haber hecho.

-Lo sé. Me has dicho muchas veces sobre su mal augurio. Pero yo no he visto aquello en todos los años que vivió aquí.

-¿Qué dices? Mujer. ¿Por qué ahora hay césped y antes no? ¿Milagro?

-No lo sé. Pero no estoy segura que haya sido ella.




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