Era una tarde poco calurosa de otoño en Ámsterdam Holanda, bastante agradable desde el punto de vista de Liselot quien estaba por salir del trabajo a la tienda por un bocadillo saludable como era de costumbre antes de ir a casa con sus padres. Seguramente su madre y padre la esperaban para bombardearla con preguntas sobre su día y si por casualidad había encontrado a su príncipe de camino a casa, por lo que debía prepararse psicológicamente para eso; entornó los ojos ante la idea y siguió caminando.
Liselot era una joven de 20 años hija de los empresarios Jaap y Charlotte, sin hermanos, sin vida social, y obviamente sin novio por algún motivo más allá de su conocimiento y de su interés, con ojos verde esmeralda, cabello rubio claro con colores divertidos en las puntas, rasgos delicados en el rostro, piernas y brazos delicados, de 1,61 de altura era como ver a una pequeña modelo bien dotada; con tanta belleza era impensable que no tuviera algún chico a su lado pero ella era el típico ratoncillo de oficina, trabajando día y noche en la empresa de sus padres como vicepresidenta, siempre con un gran bolso lleno de documentos por revisar y firmar, era casi imposible tener un momento de tranquilidad en su día, pero caminar a casa la ayudaba bastante, por eso decidió hacerlo a diario aunque contaba con un chofer a disposición.
Su reputación de la "dama de hielo" la precedía desde que cumplió la mayoría de edad, pues en situaciones críticas mantenía la cabeza fría y calmada, además de tomar decisiones perfectamente calculadas que hacían que su éxito fuera temerario, pero sin notarlo llegó a un punto en el que las exigencias y expectativas por cumplir eran demasiado altas incluso para ella, en esos momentos de presión desmedida en los que un solo paso en falso podría tirarlo todo a la basura necesitaba de alguien que sostuviera su mano y le diera ánimos, sin embargo, al mirar a su lado no había nadie, y aunque sus padres no la dejaban ni a Sol ni a sombra el vacío en su pecho seguía creciendo; tenía todo lo que deseaba en la palma de su mano o de rodillas a sus pies pero faltaba algo y no cualquiera podría llenarlo por lo que debía ser muy selectiva con lo que buscaba, no podía elegir a cualquier persona solo por miedo a quedarse sola, pero nadie cumplía esas expectativas, lo cual aumentaba ese sentimiento de soledad en su interior y en ocasiones la hacía sentirse deprimida.
¿Quién diría que sin aquellos compromisos que la colocaban en el foco de atención ella no sería más que una pequeña con maquillaje, tacones y ropa fina?. Un cascarón gris y vacío, así se sentía la muñeca de cristal que era la titiritera del imperio más grande del país y uno de los más grandes del mundo, tantos lujos, tantas cámaras, tantas responsabilidades que robaban su tiempo y la belleza de vivir su juventud como cualquier otra chica de su edad, su vida era triste y solitaria aún estando rodeada de tantas personas.
—¡Ya estoy en casa! —informó con notable cansancio, mientras colocaba su pesado abrigo en el perchero. Y soltando un bostezo cerró la puerta, luego se dirigió a la sala de estar donde como de costumbre su madre se encontraba.
—¿Cómo fué tu día? —preguntó su madre mientras servía chocolate caliente en dos tazas, le extendió la primera a la Liselot para luego sentarse junto a ella con una sonrisa—. ¿Encontraste a alguien de camino a casa? –indagó con picardía mientras tomaba un poco del líquido, mirando con atención los gestos de su hija.
—Gracias. ¡Y no, madre! —exclamó incómoda, mientras miraba la taza como si fuese lo más interesante del mundo. Aclaró la garganta y se apresuró a cambiar de tema—. ¿Mi padre aún no ha llegado?
—Si, pero ha tenido que salir de nuevo, ha dejado dicho que no le esperemos para cenar.
—Está bien —tomó un sorbo del contenido de su taza, era reconfortante ese sabor dulce como la voz de su madre.
—Vé a lavarte para cenar —ordenó como de costumbre.
—Sí, señora —dijo imitando un saludo militar y se fue.
Liselot subió a su habitación, como de costumbre se quitó la ropa y se sentó un momento con pereza en el borde de su cama y encendió la TV y colocó el canal de noticias de manera mecánica, sacó su móvil y chequeó su agenda del día siguiente, estaba absorta en su mundo de responsabilidades hasta que.......
—En otras noticias —anunció la presentadora— la empresa multinacional más importante del país propiedad de Jaap Geldof ganó nuevamente el premio a la excelencia por quinto año consecutivo.
—Eso era de esperarse —complementó la segunda comentarista— desde que su hija se involucró en la vida empresarial el grupo Geldof ha incrementado su influencia en el mundo no solo de la construcción sino en el sector salud y demás, estos premios son cosa de todos los días, no supone ningún reto para ellos mantener su excelencia hasta este punto ellos tienen todo lo que desean.......
—¿Qué sabrán? —susurró con algo de dolor en la voz mientras cambiaba de canal, pero la noticia de su empresa y comentarios como los que acababa de escuchar se repetían una y otra vez en todas partes.
Al final se rindió; ellos no dejarían de hablar de eso así entró a la ducha y se quedó por un buen rato, lavó su cabello, se quitó el maquillaje, después de unos treinta minutos bajó al gran comedor y se sentó en su lugar habitual, las mucamas habían arreglado todo de manera sublime (como de costumbre), sirvieron la comida luego de que su madre tomara su lugar en la mesa.
Tomó el primer bocado y casi escupió pero recuperó la compostura al instante, tomó un poco de agua para pasar el exceso de sal que tenía la comida, hizo una pausa y volvió a tomar agua para luego limpiarse la boca con una servilleta.