Luna de hielo.

8.Una Fogata Mágica.

—Son las 7: 06 pm, hace una hora que el Sol se ocultó, estamos frente a una fogata cálida, así que supongo que significa que tu ganaste después de todo....

 

—Es cierto, yo gané después de todo —dijo con aire triunfal.

 

—¿Crees que es un buen momento para hablar? —preguntó frotando sus manos y parecía estar nervioso. 

 

—Ayúdame a llevar a Boss al interior del refugio y luego hablaremos —dijo ella sonriendo y achicando los ojos— ¿qué te parece? —él asintió al instante y la ayudó a levantarse.

 

 Liselot revisó la herida de Boss y luego con la ayuda del chico lo puso en el interior del refugio. Se sentaron juntos frente a la fogata, pero ninguno abría la boca, sólo miraban el fuego danzar frente a  ellos dándole un cierto aire mágico al ambiente.

 

—Hace un rato fui un idiota, lamento haberte levantado la voz, no me excusaré porque sé que mis actos no tienen defensa, estoy muy apenado de verdad contigo, yo te grité cuando tu solo estabas preocupada por un hombre herido, no merecías ese trato de mi parte —bajó la mirada al ver que ella no respondía— en verdad me agradas y ahora estamos atrapados en este lugar que sabrá Dios donde está —suspiró pesadamente mientra revolvía su cabello como quien busca valor para continuar hablando— no quiero que me odies por ser un idiota. No volverá a pasar.

 

—¿Me lo prometes? —su rostro se veía muy tierno ante los ojos de aquel hombre.

 

—Claro que te lo prometo princesa, —dijo con una sonrisa de alivio mientras acariciaba la mejilla de ella— ahora vé a dormir y descansa, yo me quedaré despierto un rato más ¿si? —achicó los ojos sin borrar su sonrisa.

 

—No, tú vé a dormir, Boss me dijo que no dormiste en toda la noche por mi ausencia, yo me quedaré a vigilar —dijo ella acariciando la mano del chico mientras lo miraba a los ojos.

 

—¿Quién dijo algo sobre vigilar? —fingió no saber  nada al respecto.

 

—¿Acaso tenías planeado hacer otra cosa? —preguntó arqueando una ceja.

 

—Cierto —bajó la cabeza al verse descubierto— pero aún así no puedo dejarte aquí sola toda la noche —esquivó su mirada.

 

—¿Y si te quedas conmigo? —se congeló y cerró la boca rápidamente— ¿qué acabo de hacer? —pensó ella mirando a Manfred quien parecía haberse congelado pues no se movía.

 

 La pequeña Liselot hasta ese momento nunca había estado sola con un chico, en sus citas siempre estaba acompañada de una amiga ó por un guarura (la maldición de ser la hija única de uno de los empresarios más poderosos del mundo) en cambio él, ya estaba acostumbrado a la presencia femenina en su vida y podría decirse que en condiciones normales era hasta un poco popular entre las chicas. 

 

—Bueno.... —pareció meditarlo un poco.

 

—Dí que no, dí que no, dí que no —rogaba en su mente y con los dedos cruzados detrás de su espalda.

 

—Me parece bien —volvió a sonreír y la miró tiernamente.

 

—Increíble —pensó e intentó por todos los medios reprimir el impulso de entonar los ojos— ¡Genial! —dijo esperando que su voz sonara emocionada.

 

—En ese caso, debemos buscar algo cómodo donde sentarse —se quedó un momento mirándola como si esperara alguna aprobación así que ella asintió.

 

—Bien —dijo al verlo levantarse y comenzaba a buscar entre las cosas que había sacado del barco— ¿cómo es que sacaste todo eso? —preguntó cuando regresó. 

 

—Practiqué natación por muchos años —respondió orgullosamente.

 

—Pues que oportuno, ¿no crees? —dijo levantándose para ayudar a armar el sitio donde se quedarían.

 

—Pues sí, tuve padres exigentes —dijo ayudando a Liselot.

 

—¿Alguna otra destreza  olímpica  de la que deba saber? —bromeó luego de que terminaran de arreglar todo.

 

—Supongo que las descubrirás poco a poco —respondió sentándose al lado de ella.

 

—Suena interesante. —lo miró a los ojos por un momento— ¿Qué haces? —preguntó al verlo acercarse.

 

—Tranquila, no haré nada, sólo quiero acercarme un poco —su respiración era entrecortada y ella lo notó.

 

—Bien —dijo con una sonrisa forzada, la tensión comenzaba a ser demasiado fuerte para ella.

 

—Si te incomodo....

 

—No, tranquilo, es sólo que me sorprendiste —se excusó al instante para no romper el ambiente.

 

 Conversaron durante un largo tiempo; las horas pasaron entre risas discretas y bromas, el ambiente era realmente agradable para ambos. Manfred se recostó en el regazo de ella vencido por el cansancio.

 

—Oye Manfred....

 

—Sólo llámame Fred, como hacen mis amigos.

 

—¿Somos amigos? —se sorprendió porque no era el tipo de persona que hacía amigos así de rápido.

 

—Ya que no sabemos cuando nos rescatarán —su mirada de pronto se perdió en el cielo— creo que por lo menos eso deberíamos ser.

 

—Tienes razón —le dió una sonrisa débil.

 

 Pasó un momento en silencio, y mientras ella miraba la fogata, un suspiro cargado de tristeza se escapó de sus labios.

 

—¿Qué pasa princesa? —se levantó para verla mejor.

 

—Es sólo que me siento un poco mal —dijo con tono triste mientras bajaba la cabeza, su semblante era triste.

 

—¿Por qué? —a Manfred le preocupaba que estuviera enferma o algo así.

 

—Por muchas cosas —miró al cielo y una lágrima corrió por su mejilla— mi padre no deseaba viajar en ese crucero, pero accedió a hacerlo por darnos gusto a mi madre y a mí; aunque detesta los barcos aceptó complacer los caprichos de su tonta hija, ellos justo ahora deben creer que estoy muerta, deben estar sufriendo, deben estar desesperados y yo aquí con ustedes, —Manfred secó sus lágrimas con dulzura— no es que me esté quejando, ustedes son muy amables conmigo, pero sigo sin entender cómo es que llegué aquí, no sé qué falló en el barco.



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Editado: 25.10.2022

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