–¡Nigel estate quieto! –exclamo apartando la vista de la carretera repetidas veces, durante breves segundos, para evitar que mi hermano se quite el cinturón.
–¡Déjame!
"Si seguimos así tendremos un accidente... " maldigo preocupada mientras intento con una mano que Nigel cese sus intentos, por ahora poco fructíferos, de levantarse del asiento sin la protección del cinturón.
–¡Llevamos veinte minutos de camino!, ¿así es como te vas a comportar? –le pregunto a mi hermano alzando la voz.
–¡Para! ¡Yo no quiero esto! ¡No quiero!– grita él de vuelta.
El ruido del cierre del cinturón me horroriza. Pienso en mi madre instantáneamente, en el fatídico accidente en el cuál ambos llevaban el cinturón... ¿Qué habría pasado si no lo hubieran llevado? ¿Los habría perdido a ambos?
A unos doscientos metros se encuentra una zona de frenado de la autopista. Giro bruscamente por lo que Nigel cae de nuevo en el asiento. Detengo el vehículo a toda prisa y bajo del coche con furia. Abro la puerta de un tirón y saco a mi hermano del coche.
–¡Ya basta! ¿Me oyes? No vuelvas a quitarte jamás el cinturón con el vehículo en marcha. ¡Jamás!
El niño me mira asustado, con los ojos bien abiertos. Me observa un par de segundos antes de empezar a llorar desconsoladamente, desconozco si es por la riña o por el frenazo.
–Nigel... –digo con voz suave tras inspirar y expirar unas cuantas veces –Mírame –el niño sigue mirando hacia abajo, llorando, con la respiración acelerada –Mírame, por favor –mi hermano reacciona y levanta la mirada mientras se frota el ojo derecho con la mano —Sabes que odio reñirte y mucho más gritarte, pero lo que has hecho es muy peligroso. No puedes quitarte el cinturón ni tampoco levantarte. Es cuestión de vida o muerte y nosotros mejor que nadie sabemos eso. El cinturón está para protegerte y también para proteger a las personas que van contigo.
—¿Mamá se murió porque no llevaba el cinturón? —me pregunta lloroso. Sus grandes ojos azules, profundos como pantanos, me analizan esperando una respuesta. Le revuelvo el pelo rubio pajizo.
—Tú, tú sobreviviste porque llevabas el cinturón y no puedo perderte a ti también, ¿lo entiendes? Eres mi familia —mi hermano asiente serio, para ser tan pequeño tiene una gran comprensión de aquello que le rodea. Nunca ha sido tratado como un niño en realidad, al menos, no al uso. Siempre se le han explicado las cosas de modo que pueda entenderlas.
Le cojo por los hombros y le atraigo hacia mí. Ambos nos fundimos en un abrazo. Soy incapaz de explicarle que a pesar de que mamá también llevaba el cinturón, murió igualmente, por lo que evito convenientemente la pregunta.
—Gaia, no me quiero ir— dice con un tono de voz tan bajo que es apenas audible. Me rompe el corazón. Sabía que iba a ser duro en cuanto lo decidí, pero Nigel no había dicho nada hasta ahora. Quizá porque no pensaba que realmente nos fuéramos a marchar.
—Aquí no podemos quedarnos, peque. ¿Por qué no quieres irte?
—Voy sentado detrás en el viaje, iba ahí cuando tuvimos el accidente, no me gusta, me siento mal cuando estoy ahí. Y...
Suspiro aliviada. No es el cambio lo que le molesta, es el viaje. Interrumpo a mi hermano.
—¡Tengo una idea! Pondremos tu sillita, la llevo en el maletero... la colocaremos en el asiento de delante, si me prometes no quitarte el cinturón y portarte bien. Serás mi copiloto, ¿estás de acuerdo?
—¡Sí! —exclama.
Entre dejarlo detrás sin vigilancia o delante, aunque sea pequeño para sentarse en el asiento del copiloto... Prefiero la segunda opción.
Tras preparar la sillita, mi hermano no se muestra tan reacio a subir al coche.
—Creo que tienes más quejas sobre la mudanza —comento invitándole a hablar. Desde la muerte de mi madre se ha vuelvo más reservado. A pesar de tener tan sólo cinco años sabe que su mamá ya no está y la echa de menos. Cuando mi padre murió, él tan sólo tenía unos meses, por lo que para él no tener una figura paterna ha sido lo único que ha conocido, en cambio con mi madre... ha sido todo lo contrario, para él, ella y yo éramos todo su mundo. Ahora parte de ese mundo no está.
—Es que no conozco el sitio a donde vamos y no sé quiénes son los tíos. ¿Y si no hago amigos en el cole? ¿Y si me da miedo la casa nueva? Me gusta nuestra casa.
Sonrío con pesar.
—Nigel, eres mi mejor amigo y sabes que a mí no me gustan mucho las personas. Si yo te escogí a ti, ¿qué te hace pensar que los demás no lo harán? Eres genial.
Mi hermano sonríe ante mi comentario y mi intento por hacerle cosquillas en la rodilla, durante breves instantes.
—Pero... ¿Y los tíos? ¿Y la casa?
—Hermanito, la tía Kate es... Me cuesta hasta describirla, da unos abrazos muy cálidos, tiene una bonita sonrisa y un corazón enorme, se parece mucho a mamá ¿sabes? Es curioso, porque a pesar de ser la hermana de papá, comparte muchas más cosas con mamá —sonrío antes de continuar —Ya lo verás. Te gustará. Es cariñosa, muy guapa e inteligente... Y el tío, ¡madre mía! Es divertido, muy fuerte y grande. Además, tiene una cualidad que nos beneficia a ambos, es un gran cocinero.