Luna de lobos

Capítulo 3

Mi hermano me despierta de pronto lanzándose sobre mí.

—Nigel —me quejo con voz ahogada.

Abro los ojos y miro a mi alrededor. Es extraño despertar en una habitación que a pesar de ser tuya, no te es familiar.

Los primeros rayos del sol se filtran a través de la persiana. Me cubro los ojos con el brazo.

Envuelvo a Nigel en un abrazo y girando mi cuerpo lo dejo a tumbado a mi lado.

Es un niño muy activo. Se despierta nada más salir el sol, por lo que muy a mi pesar diría que son aproximadamente las 7:30 de la mañana.

—¡Tata! —me grita.

—Buenos días, bichito —respondo somnolienta y con los ojos entrecerrados.

Nigel se incorpora y me sacude con las manos.

—Quiero jugar y todos mis juguetes están en las cajas, estoy muy aburrido —se queja.

—Primero hay que hacer otras cosas como deshacer las maletas y guardar nuestras cosas. ¿No quieres ver tu habitación con todos tus juguetes y estrenar la alfombra de dinosaurios?

—Sí, pero es que para hacer eso se tarda mucho y yo quiero jugar ya.

—Venga, vamos a desayunar y luego te ayudo, ordenaremos primero tu habitación. ¿De acuerdo? Después podrás jugar todo el día si quieres.

—Vale, primero la mía, eh.

Nigel baja de la cama y arrastra con él la sábana que me cubre.

—Te espero abajo, no tardes —pide antes de salir corriendo de la habitación.

Suspiro.

Me pongo unos vaqueros cortos y una camiseta de nirvana de manga corta color negro, que muestra mi ombligo.

—Buenos días —saludo —¿Ya estás despierta? No sabía que fueras tan madrugadora —digo al ver a mi prima sacando tres tazones.

—Es una costumbre que tengo desde hace un par de años. Mis padres suelen irse pronto por lo que tengo un rato para estar tranquila.

—Muy inteligente. Esos momentos son mágicos. Aunque me parece a mí que se te han terminado —digo señalándonos a Nigel y a mí.

Observo como Nigel le pide a Selene que le ponga los cereales. Mi prima sonríe y me mira emocionada, pues a pesar de estar yo presente, la ha tenido en cuenta y le ha pedido ayuda. Me sorprende que Nigel haya empezado a acercarse a su prima por sí mismo, normalmente es muy retraído.

—Gracias —Nigel remueve los cereales con la cuchara —¡Mira! Hay cohetes y estrellas. ¿Por qué no me comprabas estos cereales? Me gustan más que los de animales.

Kate entra en escena en ese preciso instante. Su ropa de ejecutiva contrasta con el estilo que llevaba antes de acostarnos. Viste muy elegante. Su conjunto consiste en unos buenos tacones, una falda negra de tubo, una blusa blanca, un toque de maquillaje y el pelo recogido pulcramente.

—¡Vaya, tía! Estás increíble —halago.

—Exageras. Es mi ropa de trabajo. A mí personalmente no es una cosa que me encante, demasiado sofisticada para ser cómoda —responde mientras avanza decidida hacia la encimera. Coge una bolsita de papel con su nombre y tras darnos un beso en la frente se dirige hacia la puerta principal.

—Portaos bien y si necesitáis algo el teléfono de mi secretaria está en la cocina. En la oficina tengo el móvil apagado. Os quiero —cierra la puerta tras de si.

—¿Siempre va tan de culo de buena mañana? —pregunto.

—Has dicho culo, un dólar al tarro —avisa mi hermano.

—Culo no es un insulto. Tú come que hay cosas que hacer.

Nigel murmura algo con la boca llena, algo que no llego a entender.

—Recuerda que esta noche salimos. No te agotes.

—De acuerdo, de acuerdo. Hablando de otra cosa, ¿y la bolsita con el nombre de tu madre?

—Las prepara mi padre, es el más madrugador. Hay magdalenas caseras hechas por el chef de la casa en ese armario —señala Selene.

—¡Qué maravilla! ¿Qué te había dicho, Nigel? Ricas magdalenas caseras...

Me siento en la isla de la cocina junto a Selene y Nigel.

—Tienes mala cara, ¿estás bien? —pregunta mi prima. 

—Estoy bien, es sólo que he dormido poco. No soy muy madrugadora que digamos, ya lo sabes. 

Selene me sonríe. 

—Me alegra saber que hay cosas que no cambian. 

La observo con curiosidad. He percibido un deje en su voz que no he sabido interpretar. 

Nigel sonríe tímidamente y llama la atención de Selene:

—Mi hermana siempre se levanta tarde, pero es que quería jugar y... 

—Pues jugaremos entonces —Selene le guiña un ojo y Nigel se emociona con rapidez. Se limpia los labios con la servilleta y salta del taburete. 

—¡Viva! —exclama. 

—Eh —digo interrumpiendo su intento de escaquearse de las tareas. Nigel es totalmente consciente de que está evitando sus quehaceres, pues me ha observado de reojo, disimuladamente, cuando Selene le ha animado a jugar —primero te acabas el desayuno y después de poner las cosas en su sitio, juegas. Recuerdas nuestro trato, ¿verdad?




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