Nigel corretea incansablemente por la cocina mientras el resto de la familia charla sobre el primer día del curso. Está muy nervioso, llega el período escolar y está aterrorizado a la par que entusiasmado. Durante el fin de semana ha pedido infinidad de tonalidades de colores, libretas de todo tipo y sobre todo, que le ayudáramos a escoger ropa "chula" para ir a clase, porque quería hacer amigos desde el primer día. Ahora, totalmente preparado, al menos en cuanto a vestimenta y materiales, lo que le preocupa son sus compañeros de clase. ¿Serán agradables? Y tengo que decir... que es exactamente lo mismo que me preocupa a mí. En el instituto pasas mucho tiempo y es una faena estar rodeada durante infinidad de horas de un grupo de gente estúpida con la que no congenias.
–Nuestra pequeña se hace mayor, ya en penúltimo curso... –la emoción en la voz de la tía Kate me hace sonreír. Mi prima pone los ojos en blanco. No sabe la suerte que tiene de tener unos padres como los que tiene... –y Gaia, con lo inteligente que eres, por fin podrás dedicarle tiempo a tus estudios, este curso lo sacarás sin inconvenientes y el año que viene irás a la universidad que tu elijas. Estoy segura.
–Gracias Kate. Sois un gran apoyo para mí, aunque eso es exagerar demasiado.
–De eso nada, confía en ti misma –Marcus aparece por detrás y me rodea con el brazo –en fin familia, la compañía es muy agradable, pero me voy a trabajar –mi hermano corretea perseguido por el pastor alemán –Nigel estate quieto, Ulv y tú vais a acabar rompiendo algo.
–Lo siento –dice frenando en seco, por lo que el perro acaba encima de él. Mi hermano empieza a reír cuando Ulv, todo preocupado, empieza a olisquearle y a lamerle la cara para asegurarse que esta bien.
–Yo también me voy a trabajar. Nos vemos a la hora de comer. No os retraséis ¿de acuerdo? –pide Kate —ah y Gaia, prometo que a partir de ahora llevaré yo a Nigel a clase. Hoy tengo el juicio de un caso complicado y tengo que salir antes.
–No te preocupes, que tengáis un buen día y suerte –me despido.
–Conducid con cuidado –pide Selene antes de engullir una magdalena.
En cuanto salen por la puerta Nigel reanuda su carrera seguido por Ulv.
—Son incorregibles —dice Selene con una sonrisa alegre en el rostro.
—Es bonito verle reír así, lo echaba de menos —le digo a mi prima en voz baja.
Bebo un sorbo de la taza de chocolate caliente que sostengo entre las manos y respiro profundamente, con tranquilidad, mientras observo divertida como Nigel juega.
—Me gusta muchísimo ver esa mirada en tus ojos pero... tenemos que salir hacia el instituto en diez minutos. Será mejor que te acabes eso.
—Hay tiempo, tranquila.
Trece minutos más tarde, bajo los aspavientos de mi prima y sus constantes murmullos, nos subimos al automóvil.
—Vamos a llegar tarde —se queja por onceava vez en los tres minutos que llevamos de retraso.
—No si puedo evitarlo —respondo segura de mí misma.
Arranco el coche y el sonido del viejo motor hace retumbar el garaje.
—Seguro que este trasto se rompe en mil pedazos nada más salir de casa —no soporto a la Selene pesimista.
—Como no dejes de quejarte te sientas detrás con Nigel y su buen amigo Iron Man. Te prometo que pasarás un viaje inolvidable.
Mi prima me observa con el ceño fruncido, pero detiene sus exasperantes quejas.
—¿Listo, Nigel?
—Ajá, ¡dale al botón! —cuando Nigel cumplió cuatro años, estaba obsesionado con las naves espaciales, las estrellas y los planetas, por lo que en su cumpleaños decoramos el coche como si fuera una nave espacial. Cuando la fiesta se acabó, Nigel, me pidió que no quitará el botón rojo que habíamos colocado en el salpicadero, así podríamos seguir jugando a las naves siempre que quisiéramos. Al final, terminamos cogiendo como costumbre darle al botón cuando llegábamos tarde, como si al hacerlo unos cohetes propulsores invisibles se conectaran y la velocidad del coche se multiplicara.
Acelero el coche para simular el ruido de los imaginarios cohetes propulsores.
—¡En marcha! —exclamo.
El campus escolar es impresionante. A pesar de estar situado en un pueblo que no supera los 15.000 habitantes, el edificio principal es enorme, y cuenta con tres anexos. La zona más alejada es la de infantil, donde los niños de 2 a 5 años asisten a clase. El edificio contiguo es el de primaria, donde acompaño a Nigel, ya que es alumno de primer curso.
—¡Ten un buen día, y aprende algo!
—¡Haz amigos! —le grita Selene.
Mi hermano sonríe antes de alejarse en dirección al edificio.
—¿Lo ves? Te he dicho que no íbamos a llegar tarde —la reprendo.
—Conduces muy deprisa —responde ella en el mismo plan.
—De eso nada, conduzco a una velocidad normal y prudente. Igual es que tus padres van pisando huevos y por eso necesitas tres horas para salir.
—Eso será...
—Venga, sube al coche, a ver si aparcamos un poco más cerca.
Encontramos un aparcamiento muy cerca de la entrada principal del edificio dedicado a los cursos superiores.