Tanto Selene como yo realizamos el camino en silencio, a pesar de ello, no hay incomodidad entre nosotras. Cada una está absorta en sus pensamientos.
De vez en cuanto observo a mi prima intentando descifrar qué está pensando, lo cual no es muy difícil... Cada dos por tres sus mejillas se colorean ilustrando así que prácticamente el 90% de sus pensamientos durante el trayecto han estado relacionados con el tal Sean.
El adolescente espera a Selene en la puerta del bar. Entre sus manos sujeta una flor blanca. Va muy elegante. Lleva un traje azul oscuro, tan oscuro que se confunde con el negro, una camisa blanca sin corbata y unos zapatos de vestir juveniles.
Sonrío al ver al Sean. El color de su pelo, rojizo, contrasta con el del traje. Sus ojos marrones son bonitos y mantiene una sonrisa perfecta, rodeada de una incipiente barba, al vernos llegar. A pesar de ello, tiene algo que no me gusta. Quizá sea esa actitud protectora que tenemos entre nosotras. Ella no confía en Everett y yo tampoco en este chico.
—Es todo un don Juan —le digo a mi prima alzando las cejas.
—Calla. Si vas a hablar para criticar mejor no hables.
Levanto las manos en son de paz, estar de los nervios la pone de muy mal humor.
Ella también está espectacular. Se ha puesto un vestido color negro, con un detalle de encaje en la espalda, que le queda como un guante y unos tacones a conjunto no demasiado altos.
—Vas a disfrutar mucho de esta noche —afirmo con una expresión fraternal —pero ve con cuidado, y con cualquier cosa me llamas. ¿Queda claro?
—Gracias Gaia y descuida, te llamaré si ocurre cualquier cosa.
El chico la recibe con un abrazo, le da la flor a mi prima que ésta huele embelesada. El adolescente, que parece tener experiencia en conquistas, retira un mechón de cabello detrás de la oreja de Selene antes de invitarla a subir al coche, un deportivo caro, obviamente regalo o préstamo de unos padres adinerados.
En cuanto se alejan con el vehículo salgo de mi vieja tartana y me dirijo hacia la puerta del bar.
En una de las mesas cercanas a la barra se encuentra el grupo de Everett y, a pesar de ello, no consigo verle por ningún rincón del bar.
Daiki me saluda efusivamente con la mano y me invita a acercarme.
Tras unos segundos de indecisión me acerco a la mesa. Mi amigo asiático se levanta y me da un abrazo y dos besos.
—Me alegra que hayas venido. No sabía si te animarías.
—Bueno, al final algo me hizo venir.
—¿Algo o alguien? —me pregunta al oído.
Le empujo. Una sonrisa cohibida se dibuja con el movimiento de mis labios.
—Tienes mucha imaginación.
—No tanta al parecer —señala mis mejillas y aunque no puedo verme la cara, noto que me he sonrojado —¿Quieres sentarte a tomar algo? —pregunta ofreciéndome asiento.
Al hacerlo sonrío brevemente, pero al ver los rostros de los demás...
—Mmm... —respondo pensativa.
—Por mi no hay problema —dice otra voz desde la mesa. Es la amiga de Anya, Leah.
—Por mí tampoco —responde el joven chico del grupo, Gael. Es muy ancho para su edad, musculado. En realidad, todos en esa mesa son musculosos, Daiki es el más delgado y tanto Leah como Anya están en una estupenda forma física.
—Pues yo sí que tengo problema —habla Luca con ese tono de voz tan repelente que tiene.
—Cómo no... —dijo en voz baja. Sabía que era mala idea.
—Para mí también lo es —dice Anya.
—Por supuesto —respondo. No he podido olvidar la conversación del baño que he escuchado pocas horas antes —Daiki, gracias por la invitación pero... Mejor sola que mal acompañada. —mirando a Gael y a Leah añado —gracias, nos veremos en el instituto.
Me alejo para ir directa a la barra cuando noto que un brazo me rodea los hombros.
—Si van a comportarse así no merecen mi compañía —me dice Dai con una gran sonrisa.
Yo le devuelvo el abrazo sujetándole por la cintura hasta llegar a la barra.
Pedimos un par de cervezas que a pesar de no tener la edad legal para beber, nos sirven sin ningún tipo de problema.
—Eres un buen amigo ¿sabes? —digo antes de dar otro sorbo al botellín de cerveza.
—Muchas gracias, será que hay algo en tu personalidad que me encandila.
Rio con ganas.
—Será eso —levanto la bebida —Brindemos. Por nosotros y los nuevos amigos.
Me guiña el ojo antes de que nuestros botellines choquen entre sí.
Tras la tercera cerveza Everett hace su aparición en el bar.
Respiro profundamente al verle entrar por la puerta del bar con tal seguridad, como si dominara la situación. Dirige su deslumbrante sonrisa a varias personas del bar hasta que nuestras miradas se encuentran, tal y como sucedió el primer día.
Un chico se acerca hasta la barra para saludarme haciéndome desviar la vista de Everett. Es un chico del instituto al que apenas conozco. En una escasa semana mi popularidad a aumentado hasta límites insospechados puesto que yo jamás me he considerado una chica popular.
Tras su marcha Everett ya no está.
“¿Estaré pedo y me lo habré imaginado?” me pregunto mientras me acabo la tercera cerveza.
Mis dudas se disipan cuando Everett se coloca tras la barra mientras anuda un delantal blanco en su estrecha cadera.
—Has venido —afirma inclinándose sobre la barra.
—Ajá —respondo. Sin poder evitarlo huelo su champú, cuya fresca fragancia llena mis pulmones —había quedado con Dai.
Él desvía la mirada y sonríe a su amigo.
—Sé que te dije que vinieras a las ocho y así podríamos charlar un rato, pero he tenido que cambiar mi turno, uno de mis camareros se ha puesto enfermo.
—No te preocupes, estoy muy a gusto con Daiki.
Nos observamos mutuamente. Tiene un rostro muy bonito y esa barba corta que tantas ganas tengo de acariciar...
—Chicos, creo que aquí sobro —afirma Dai de pronto.
—¿Qué? No, no, no seas tonto.
Everett no responde a su amigo porque sigue sin quitarme el ojo de encima.