Luna De Los Enamorados

Capítulo 3 Esposo Cruel

- ¿Una carta, dices?

- Como lo oyó señor, la señora le hablaba de una carta a la señorita Lorena, con indicaciones para cuando ella ya no esté.

- ¿Así que esas tenemos? Los secretos comienzan a querer ser revelados.

- Le hizo prometer a la señorita Lorena que no abriría ese sobre, en ninguna circunstancia, hasta que ella esté muerta.

Don Evaristo Rivera se levantó de la silla reclinable y rodeó el escritorio para colocarse frente al ama de llaves.

- Estela- la miró de frente arrojándole unos ojos profundos que la pusieron nerviosa.

- Dígame señor...

- ¿Tú harías cualquier cosa por mí, no es así?

- Lo que usted me ordene, señor. Recuerde que soy su incondicional.

Evaristo se acercó más y sin apartarle la mirada pronunció:

- Debes hallar esa carta y entregármela.

Estela puso una cara de asombro.

- ¿Usted me está pidiendo que busque entre las cosas de la señorita Lorena?

- Lo que tengas que hacer para hallar esa maldita carta. Lo que sea. - recalcó. - Yo te gratificaré muy bien.

- Hoy mismo emprendo esa tarea don Evaristo. Pierda usted cuidado. - Estela sonrió con malicia sin apartar la vista de los labios de su patrón. Él llevó el dedo índice y pulgar hasta la cara de ella para apretarle la barbilla.

Ese gesto hizo que Estela cerrara los ojos y que el pecho se le moviera ávido de oxígeno.

Evaristo dejó de mostrarse seductor y se dio la media vuelta para regresar a su escritorio.

Estela abrió los ojos, decepcionada, al sentir que él se alejaba de ella y al escuchar un tintineo de llaves. Lo vio hurgar entre los cajones del escritorio.

- ¿Le puedo servir en otra cosa, señor?

- Sí. - respondió Evaristo en el momento en el que mostraba entre las manos un frasco con medicamento.

- Deberás darle a mi mujer de este medicamento todos los días, apenas se ponga el sol

Estela levantó una ceja. Asintió en señal de estar de acuerdo.

- Señor, ¿y qué pasará con el frasco de medicinas que ella tiene en su habitación?

- No hay ningún problema, Estela, este frasco es idéntico. Esther no notará que le he cambiado las pastillas. ¿Comprendes?

- Perfectamente, señor. Se hará como usted diga.

- Bien. Ahora aléjate. Ve a la cocina y prepara dos tazas de café y llévalas a la habitación de mi mujer.

Estela se despidió con exagerada reverencia brindando un gesto de coquetería a través de una mirada rápida a su patrón.

Estando a solas, Evaristo se tomó el tiempo justo para encender un cigarrillo y fumarlo con deleite exhalando numerosas bocanadas de humo mientras se giraba de un lado para otro en el reclinable.

Y antes de que se consumiera el cigarrillo, subió los pies por encima del escritorio y concentró una mirada apretada en el porta retrato con el rostro de Esther que estaba enfrente suyo.

- No te vas a salir con la tuya, Esther. - le habló con desprecio a la fotografía. - si te vas a morir, lo vas a hacer calladita con el secreto bien metido en tu tumba.

Bajó los pies del escritorio y apoyó los brazos para acercar lo mas que pudo el rostro al retrato.

- No me vas a arruinar los planes. Esta vez no. - Estiró los labios en una sonrisa que le confirió a su rostro un aspecto siniestro.

Pero inmediatamente adquirió compostura y se incorporó del reclinable para caminar hacia la puerta y salir. Atravesó la sala para subir por las escaleras y terminar el recorrido frente a la puerta de la habitación de Esther. Entró sin avisar. Alcanzó a observar que el cuerpo que estaba sobre la cama había hecho un movimiento rápido justo cuando él empujara la puerta y después se había quedado rígido, con los ojos cerrados. Tenía un libro abierto con las páginas hacia abajo por encima del pecho.

Evaristo sonrió irónico, se acercó lentamente al filo de la cama y sin dejar de observarla con detenimiento.

El rostro de Esther produjo un movimiento involuntario de párpados y no pudo evitar que el pecho se le desinflara en una respiración afligida. Evaristo le puso los dedos en la mejilla y le acarició. Notó un temblor casi imperceptible en sus labios. Sonrió y se inclinó para besarla, primero en una mejilla y enseguida quiso hacerlo en los labios. Pero fue en ese momento en el que Esther abrió los ojos y apartó el rostro hacia un extremo. Evaristo endureció la mirada y fue apartándose lentamente en un rictus siniestro.

- Finges dormir todo el día. - le dijo dándole la espalda.

- Estoy cansada. No tengo ánimos para estar de pie.

- Te niegas a hacer las cosas que cualquier persona, aún con vida, hace.

- No quiero hablar del tema. ¿Quieres?

- Ya no me cumples como mujer, desde que te dijeron que estabas condenada a muerte.

- ¿Qué parte de me siento mal no quieres entender?




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