Tocaron varias veces a la puerta. Lorena tuvo que moverse rápido para esconder bajo la almohada la fotografía de Daniel que veía desde hacía buen rato con detención. Y con esa misma velocidad se acomodó en la cama y fingió estar ocupando el tiempo en hojear una revista de modas.
- Adelante.
La puerta se abrió y apareció Estela con una charola entre las manos.
- Señorita Lorena, su mamá ordenó que le trajera un vaso de leche con unas galletas de las que ella hornea. ¡Están riquísimas! Yo ya las probé.
- Gracias, Estela, déjalas ahí, encima del buró.
- Su mamá ya duerme muy a gusto. Yo misma la ayudé a recostarse.
- ¿Probó bocado antes de entrar en la cama?
- Un poco. Quiso que le preparara un emparedado de jamón serrano.
Lorena dejó de hablar para que la ama de llaves saliera de la habitación, pero Estela se quedó plantada frente a ella como una estatua mirándola con un dejo de ansiedad en el rostro.
- ¿Ocurre algo, Estela?
- Nada señorita, ¿Por qué lo pregunta?
- Ya no ocupo nada. Puedes irte a dormir.
- Cumplo con las indicaciones de su mamá. Ella quiere que se acabe su vaso de leche completito.
Lorena sonrió conmovida por las atenciones que tenía su madre para con ella y alargó la mano para tomar el vaso y sorber un trago de leche.
- También me pidió que me cerciorara de que se quedara usted dormida y que esta noche no saliera a pasear por el jardín.
Lorena no pudo evitar sentirse nerviosa ante el comentario de Estela. Y menos porque ella le dirigió unos ojos de arpía, a los que le agregó una sonrisa falsa, de dulzura. A Lorena, ese rostro la inquietó demasiado. De pronto sintió que la ama de llaves la estaba escudriñando con la mirada. ¿Será que ella había descubierto su secreto? El brillo que estaba saliendo de las pupilas de Estela le dio escalofríos, así también su sonrisa.
- Mi madre y tú no tienen nada de qué preocuparse. No volveré a salir a esta hora al jardín, pues tienes razón al pensar que puedo agarrar un buen catarro.
- Duérmase ya, niña, pero antes acábese toda la leche.
- No te preocupes, Estela, que no te quede duda de que me la voy a acabar.
En los ojos profundos de Estela, Lorena pudo ver una sombra de misterio y de soledad que venía desde lo más profundo de su alma.
¿Quién era Estela?
Tenía cerca de dos años que había llegado a casa, después de que Sarita, la antigua ama de llaves, muriera en un terrible accidente ocurrido en la calle.
Estela, en muy poco tiempo, se fue ganando la confianza de la familia tan pronto ocupara el puesto que había dejado Sarita, pues se veía que tenía tantas ganas de progresar y de quedarse con el trabajo, y lo consiguió, Estela era tan eficaz en todo lo que hacía que de inmediato se echó al bolsillo a don Evaristo, pese a que este, no solía confiar en los sirvientes.
Pero había algo más en Estela que no le gustaba a Lorena. No sabía precisar con exactitud si era su mirada tan misteriosa y profunda o la forma tan extraña de hablar y de transmitir las emociones.
A veces, Lorena vacilaba comparándola con las mujeres de las películas de asesinatos que servían en las mansiones donde ocurría un hecho siniestro y que era ella, el ama de llaves, la que guardaba el oscuro secreto que estremecería al público al final de la historia. O en ocasiones, le decía a su madre que Estela era como una lechuza del monte, aparecida en las ramas secas y tenebrosas de los árboles, arrebujada en la oscuridad de una noche fría y desolada. Su madre le recriminaba por esos comentarios y le solicitaba no faltarle el respeto a una mujer como ella, que con seguridad habría tenido una historia difícil que le habría forjado ese especial carácter.
Lorena se disculpaba y remataba asegurando, con un rostro serio, que Estela, a veces le daba mucho miedo y que prefería no intimar mucho con ella. En mala hora, Sarita tuvo que salir a la calle esa noche de lluvia y sufrir ese accidente, donde ese coche tuvo que pasarle por encima quitándole la vida de inmediato.
En realidad, no se conocía mucho sobre la historia de Estela. Nadie sabía de donde había venido y si tenía familia a la que visitara en sus días libres o si estaba sola en el mundo. Al menos Lorena nunca se lo había preguntado. Y, a decir verdad, Estela parecía ser de esas mujeres a las que no les gustaba hablar de su vida privada.
Todo eso estaba pensando Lorena, mientras veía como Estela no apartaba su vista de ella y le sonreía de una forma bastante extraña.
Lorena bostezó sin la menor cordura liberando la tensión y relajando el rostro agotado.
Estela estiró aun más la sonrisa cuando vio que Lorena había caído en la trampa y que pronto dormiría como una roca. Se despidió de ella y caminó hacia la puerta. No apagó la luz de la habitación porque el interruptor estaba cerca de la cama de Lorena.
Al quedarse sola, Lorena apartó la sábana para tomar de nuevo la fotografía de Daniel, pero al realizar el movimiento, derramó el vaso de leche encima de la cama. Rápidamente se incorporó huyendo de la sensación desagradable de sentir en la piel la tela húmeda. Chistó el diente, pero no teniendo más remedio que ella misma cambiar la colcha para no llamar la atención de Estela ni de su madre, corrió sigilosamente y a oscuras por la habitación hasta el clóset y escogió una sábana color amarillo en un tono pastel para cubrir la cama, pero le pareció muy infantil; ya no era una niña, pensó y la apartó. Regresó al clóset donde estaban las demás sábanas perfectamente dobladas y apiladas una encima de la otra y escogió una que le llenó el ojo. Era de terciopelo y se veía divina, además de que era de su color preferido; celeste.