La puerta se abrió, primero en un resquicio que le permitió a Adrián vislumbrar, gracias a la luz baja del pasillo, el bulto que hacía Lorena encima de la cama. Se le quedó viendo por unos segundos; dudoso y temeroso de perpetrar. Y es que, si ella se despertaba y mandaba llamar a su padre, tremendo lio en el que se metería. No solo no podría garantizar la salud de su pellejo, sino que, además, se estaba jugando la mesada, y eso no era cualquier cosa. A su padre le gustaba castigarlo negándole el dinero poniendo cualquier pretexto.
Pero ya estaba ahí, no podía echarse para atrás y abandonar la misión; era una oportunidad única que no se le presentaría en ningún otro momento.
Adrián giró el rostro atrás y vio a Estela que lo animaba con un movimiento de manos a que entrara de prisa, que hiciera lo que tenía que hacer y saliera inmediatamente. Respiró profundo y empujó la puerta lo suficiente para deslizarse al interior. Adentro tuvo que seguir con pasos suaves para evitar que ella se despertara, pues, aunque Estela le había dicho que ella dormiría como una bella durmiente, prefirió ser sigiloso.
Se acercó al filo de la cama y, gracias al camino de luz de luna que se filtraba por la cortina, pudo contemplar las formas montañosas del cuerpo bajo la sábana. Las caderas de la chica parecían una cordillera que se alargaba por un camino sinuoso hacia sus costillas y que obligaban a Adrián a detener la vista en su espalda blanca y suave como la nieve.
Pero, Adrián no estaba conforme con verla bajo la penumbra. Deseaba verla bien. La poca luz que provenía de la luna no revelaba el mejor escenario. Así que optó por encender la lámpara del buró cuidando que ella no se despertara.
Enseguida, con los ojos más abiertos, llevó las manos hasta tocarle la piel con las puntas de los dedos. Notó que le estaban temblando y que un puñado de saliva se le había formado en medio de la garganta. Era ansiedad, la que se le amontona en el pecho a los adolescentes cuando descubren por primera vez la piel de una mujer, y la misma que hacía que la respiración creciera a un ritmo vertiginoso, tanto, que era posible escucharla como el viento de una tormenta, junto a los latidos del corazón que resonaban como tambores en un desfile de armas. Tragó saliva. Con una mano siguió recorriendo la geografía de la chica y con la otra se apretó el bulto que se le formaba debajo de la mezclilla. Empezó a desabrocharse la camisa, al mismo tiempo que se quitaba los zapatos. Estaba ansioso de arrojarse encima de ese cuerpo hermoso. Estela le había jurado que ella no se despertaría, que podría hacerle el amor con suavidad, dulcemente, cuerpo a cuerpo, que no se preocupara, que la señorita Lorena, como ella la llamaba, iba tener el sueño tan pesado que ni una bomba atómica estallando en el jardín la iba a despertar, esto gracias a que había vertido una sustancia en el vaso de leche que ella le había dado antes de irse a dormir. A pesar de esas palabras, Adrián estaba temiendo que Lorena pudiera recobrar el sentido y se echara a perder el plan, pero volvió a recordar las palabras de Estela afirmando con tanta seguridad que le había dejado el terreno listo para que esa noche ambos terminaran con su virginidad, que después de eso, ella, al darse cuenta de que ya no era una señorita, no tendría más remedio que hacerse su novia, y que en una de esas, le agradecería que la convirtiera en una mujer, pues era lo que deseaban las chicas de ahora.
Adrián se había emocionado tanto con la idea de hacerla suya, que no podía apartarla de su mente. Desde que Estela lo convenció de llevar a cabo el plan, hacerle el amor a Lorena se volvió su anhelo más soñado.
Adrián amaba a Lorena desde hacía ya varios meses, pese a que ella no lo consideraba ni su amigo. Mientras que para ella él era indiferente, Adrián quería ser su novio desde aquella cena en la que los padres de ambos estuvieron hablando de negocios, y ellos se apartaron para recorrer el jardín. Un paseo que duro poco pues a ella él le había caído mal, pero para él eso no había importado.
Lorena nunca había puesto el mínimo interés en él. Se la habían presentado un grupo de amigas de ella, y por más que él había querido llamar su atención, Lorena simplemente no lo volteaba a ver. Hasta él había pedido a sus padres que lo cambiaran a la preparatoria donde ella estudiaba, pero fue imposible. Y desde que ella entró por sus ojos y se le fue por las venas hasta llegar a su corazón, enamorándolo perdidamente, ya no pudo apartarla de su mente. Después, le estuvo insistiendo un millón de veces para que saliera con él, pero jamás Lorena accedió. La visitó otro millón de veces, pero ella ponía otro millón mas de excusas para no recibirlo; desde inventar que estaba enferma del estómago hasta pretextar diciendo que tenía cientos de tareas que entregar. Adrián no sabía cómo hacer para que la chica de sus sueños le permitiera el trato. Su padre le había dicho que un Castelán Rodríguez nunca se daba por vencido, y le había platicado centenares de veces la forma en como él, don Jesús, había enamorado a su esposa y ella había caído rendida a sus pies, y que ahora él, su único hijo, no podría dejar en mal la fama del apellido de su padre, que debía agotar hasta el último recurso para conquistar a Lorena, por caro, dramático o drástico que fuera, que esa niña tenía que rendirse ante sus pies. Y es por ello, por lo que aceptó la ayuda de la ama de llaves de la familia Rivera, esa extraña mujer con cara de mala que se le había acercado a través de la reja del portón para ofrecerse a ayudarlo en una de las tantas veces que había visitado a Lorena y que ella se había negado a recibirlo. Primero le dio algunas sugerencias de como abordarla, le dictó la lista de cosas que a la niña le gustaban; los sitios que más frecuentaba, las películas que siempre veía, las canciones que escuchaba, las flores, todo. Pero todo intento era en vano. Adrián volvía a tener los mismos resultados una y otra vez. Pero lo que si logró fue hacerse amigo de la sirvienta. Estela se convirtió en su confidente y apoyador, aunque nunca supo cuál era la razón que esa mujer tenía para ayudarle,