Luna De Los Enamorados

Capítulo 6 Testigo

Adrián se dobló en cuclillas dentro del clóset y se quedó mirando con atención a través de los resquicios de la puerta lo que en la habitación ocurría. Tenía la piel helada de la impresión y el pecho se le había quedado quieto. Era más que claro que esa noche no iba a ser su noche, si no la de ese extraño sujeto que había entrado como polizonte por el balcón y ahora estaba por encima del cuerpo de Lorena besándola y siendo correspondido por ella. Por más que se retorcía del cuello no lograba verle la cara, pero más que contrariado porque sus planes de seductor estaban hechos añicos, Adrián estaba asustado e impresionado como un niño en una casa del terror. Asustado porque, si era descubierto, le iría muy mal con ese tipo; con toda seguridad lo haría callar moliéndole el cráneo a golpes y lo dejaría paralitico, porque evidentemente, aquello que estaban haciendo era a hurtadillas de la familia. Y sorprendido, porque nunca imaginó ser testigo de un acto como ese; el sexo entre dos personas solo lo había visto en las páginas eróticas que había en la internet. ¡Jamás en vivo! y que decir de él siendo el protagonista; eso jamás le había ocurrido, pues era más virgen que la isla más lejana en el punto medio del océano.

Tampoco estaba sintiendo celos, solo envidia, porque veía como aquel hombre se balanceaba encima de su chica en un ritmo frágil y acompasado. Alcanzaba a escuchar los susurros que él le decía cerquita del oído. Era una voz suave que pronunciaba un te amo entre suspiros alargaditos que terminaban en un acento vocal que manifestaba placer. Ella respondía con la misma dulzura, repitiendo el nombre de él con anhelo, suspirando y también alargando la última vocal en una manifestación de exquisito placer. Fue en ese momento en el que Adrián supo cómo se llamaba el chico. También supo que era la primera vez de ella, y que le estaba gustando demasiado, que había soñado tanto con ese momento, que estaba sintiéndose muy feliz y que soñaba con ser su esposa; que cuando huyeran juntos iban a ser muy felices los dos. ¿Pensaba Lorena huir con ese chico?

De él no supo si era o no su primera vez. Lo vio moverse de manera magistral y lo escuchó emitir vocalizaciones de placer y susurros repetitivos de TeAmos de manera incansable. Y por la manera en que se estaba desempeñando encima de ella, Adrián sintió envidia, pero también deseos de aprenderle. Consideró valiente la actitud de Daniel, de entrar por el balcón como todo un Robin Hood del siglo antepasado y robarle los suspiros a su amada. Sintió una tremenda admiración. No lo culpaba de haberle robado su noche. Consideró que él aún no estaba listo para hacer sucumbir a una mujer de la misma forma en la que ese muchacho lo estaba haciendo. Así que optó por seguir disfrutando la función como un espléndido televidente; fanático de las historias apasionadas, o como cualquier aficionado que ve en su televisor un partido de futbol y emocionado apoya a su equipo favorito. Casi estalla a gritos cuando en la cama el chico hizo girar a la chica sin desatarla de su cuerpo, provocando que se estremeciera en un pujido apasionado. Se contuvo de no victorear con expresiones tapándose la boca con la palma de la mano.

Ella se mantuvo un tiempo galopando en la cintura de él. Esa escena hizo que la entrepierna de Adrián creciera de tal magnitud que estuviera a punto de reventarle la tela del pantalón.

A Lorena se le veía hermosa la parte de la espalda que era iluminada por la luz que entraba por el balcón. Sus glúteos redondos y blancos rebotaban una y otra vez contra los muslos del chico. Se veía inexperta, pero era eso lo que precisamente la hacía lucir hermosa, perfecta y muy sensual. Ahí encima de él, desnuda, con las manos de Daniel tapándole sus senos como si fuera su sostén, con la cabeza alzada hacia el cielo, Lorena disfrutaba de esa sensación de placer y amor que estaba haciéndola temblar como el viento a la espuma. Era una imagen tan bella que Adrián sintió aberración por sí mismo; por haber querido ser él el protagonista en esa cama; por querer estar en el lugar de Daniel y echarle a perder esa mágica noche a una chica tan linda como Lorena.

Adrián estaba excitado; había en todo su cuerpo un hormigueo que le estaba electrizando desde la parte del estómago hasta la punta del miembro. Deseaba desabrocharse la bragueta y deslizar la mano para brindarse una buena autocomplacencia mientras disfrutaba de la escena que ocurría afuera del clóset. Pero también un entumecimiento en las piernas le estaba provocando una maldita molestia. Tenía que estirar, además de la pelvis, ambas extremidades o de lo contrario se quedaría engarrotado ahí mismo. Así que más que la autocomplacencia física, debía ver por poderse estirar de modo que no ocasionara ningún ruido que alertara a la pareja. Era extraño, pero tanto la firmeza dolorosa de su erección como el entumecimiento de ambas piernas, aunada al ardorcito que estaba sintiendo en la boca del estómago, eran placenteros. Comenzó a sudar copiosamente sintiendo que una temperatura superior al resto de su piel se le agolpaba en las mejillas y que una respiración agitada hiciera que el pecho se le inflara y desinflara en desaceleraciones continuas. Si no se acomodaba, algo le iba a ocurrir. Entonces temió que podría ser descubierto si no controlaba ese hormigueo en todo el cuerpo y no hacía algo por bajar esa temperatura alrededor de las mejillas. Se tocó la cara y la apretó. Quiso gritar al mismo ritmo de la pareja cuando emitían intensos jadeos, pero sabía que no podía descontrolarse, así que se tapó los oídos para no escucharlos, pero era imposible. Los jadeos de Lorena estaban filtrándose por sus oídos haciendo que su erección comenzara a palpitar. Fue en ese momento en el que sus labios se entreabrieron y comenzaron a jalar aire con desesperación. De un momento a otro iba a ocurrir y lo descubrirían. Una fuerza desde su interior venía dispuesta a descargarse como cuando un río baja precipitoso de la montaña arrastrando todo a su paso. Escuchó que lo mismo le estaba ocurriendo a Lorena, ella gemía con placer y eso hizo que a él las manos se le tensaran y echara la cabeza hacia atrás para perder el control y jadear al mismo tiempo que afuera gemía Daniel con tanta fuerza.




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