Un auto, que le pareció misterioso, se aparcó en la acera a unos cuantos metros de distancia de la banca donde ella esperaba. Lorena se puso de pie, nerviosa y temerosa. Juntó las manos al centro del pecho y bajó la mirada. Pensó que quizás se trataba de uno de esos tipos impertinentes que acostumbraban a molestar a las chicas cuando las veían solas e indefensas en la plaza. No quiso quedarse a averiguarlo, así que se decidió a emprender la retirada, pero el sonido del claxon del auto la hizo saltar de la parte de los hombros. Hizo contacto visual con el hombre que estaba al volante, pero el reflejo de la luz solar encima del parabrisas impidió que lo reconociera. No tenía duda de que era a ella quien llamaba. Tuvo miedo y comenzó a caminar por la acera.
El auto avanzó lentamente por la orilla de la acera hasta hallarse por un costado de ella.
- ¿A dónde tan solita, preciosa? – escuchó decir al conductor cuando se deslizó el vidrio elevadizo de la puerta del coche.
Lorena de inmediato reconoció la voz y se detuvo para comprobarlo.
- ¿Daniel?
Lo vio sonriente, mostrando toda la línea dental.
- ¡Tonto! ¡Me has metido un susto!
- Sube. Vamos a dar la vuelta.
- ¿Pero, de donde has sacado este auto?
- Del taller de papá. Le acaba de cambiar los dos bujes y las dos bieletas y me pidió que le diera la vuelta para checar que no haga ningún ruido.
- Una vuelta es una vuelta. Tu padre se ha de haber referido a una vuelta a la cuadra del taller. ¿Él sabe que has venido hasta acá?
- Papá ya está en casa, descansando. Yo me encargo de cerrar el taller, así que ni por enterado está. Ándale, anímate. No tiene nada de malo.
Lorena sonrió y con esa sonrisa le dio a entender a Daniel que estaba de acuerdo. Abrió la puerta del coche y fue recibida con un beso tierno en los labios.
- Te amo, Lorena, mi Lorena.
- Yo también te amo, Daniel. Con todo mi corazón.
- ¿Qué tal te fue hoy?
- Genial. Me encantan los domingos. Es el único día que mi papá me deja salir a pasear con mis amigas.
- ¿Y dónde están tus amigas?
- En sus casas. – Lorena respondió, riendo. – Laura y María me prometieron que no llamarían a casa para no estropear mi plan.
- ¿Les has contado de mí?
- Si. Solo que he omitido tu edad.
- ¿Tan grave es ser un adulto?
- En esta situación lo es, pero a mí no me importa. Además, todo el mundo un día va a saber que con amarnos no me haces daño. Y eso todos deberán entenderlo.
Daniel la miró fijamente.
- Quería verte. Fue hermoso hacer el amor contigo la otra noche. Ya pasó más de una semana y no puedo sacar de mi mente lo que ocurrió esa vez en tu alcoba.
- Yo también pienso que fue hermoso entregarme a ti. – Lorena suspiró y no dudó en acercarle los labios de nuevo para besarlo con pasión.
Cuando se apartaron del rostro, él la miró con ojos de enamorado y le acarició la mejilla con los dedos.
- Eres tan bonita.
- Y tú tan guapo.
- He pensado en ti toda la semana y en lo que dijiste sobre esa carta que tu madre te entregó. Todo eso de huir lejos de tu casa me parece una locura increíble. Y es lo que tanto espero a que ocurra. ¿Te imaginas? ¡Podremos estar juntos para siempre! ¡Amándonos!
- ¿Estarías dispuesto?
- Completamente. El día preciso de tu cumpleaños, en algunos meses, lo haremos realidad. Y mientras tanto trabajaré día y noche para ahorrar dinero, lo más que se pueda.
- Yo también tengo algunos ahorros.
- De ninguna manera. Yo me haré cargo.
- Está bien, pero de todas formas te entregaré ese dinero para que lo guardes. En una situación como la que estamos dispuestos a vivir, el dinero nunca estará de sobra.
- De acuerdo. Como tu digas, nena. No podré darte la vida que tus padres te dan, pero nada te faltará. Te lo prometo.
- Ya te he dicho que el dinero no me importa, solo tener tu amor siempre. Despertar cada mañana y ver que mi sueño de verte a mi lado se convirtió en realidad.
- A tu lado soy muy feliz.
Daniel tomó las manos de ella, invitándola a acercarse de nuevo para besarla en los labios. Fue uno de esos besos dulces que ella disfrutaba tanto porque la hacían estremecerse de todo el cuerpo. Se apartaron y él la miró como preguntándole si había estado bien o mal. Ella sonrió y se acurrucó en el pecho de él, pero prefirió apartarse rápidamente para seguir viéndolo a los ojos. Lorena se quedó prendida de los ojos de él, hipnotizada, contemplándole el rostro de palmo a palmo. ¿Qué si lo amaba? ¡Con todo el corazón! Con la intensidad y fuerza con la que se ama el primer amor. Estaba tan enamorada de él y sabía que estaba ilusionada con la persona correcta porque él le inspiraba una paz y una gracia sin igual. Le encantaba escuchar cuando le decía cuanto la amaba y que además se le quedara viendo como la estaba viendo en ese momento; con los ojos húmedos, atentos y con una chispa de ternura habitando en ellos. Ese chico le hacía sentir un revoloteo en el estómago que jamás había sentido. Era el hombre más guapo que ella había visto en su mundo a sus apenas diecisiete años de vida. Y verlo sonreír así, extensamente, mostrando toda su dentadura, la cautivaba y la hacía sentir que el tiempo se detenía a su alrededor cuando se perdía en esos ojos de color obsidiana.