Luna De Los Enamorados

Capítulo 9 La Cuidaré

El perro seguía ladrando. Con toda seguridad lo estaba olfateando. No fue tan difícil para Daniel atravesar la habitación de Lorena en medio de la oscuridad. La luna servía de cómplice, pues iluminaba con su luz plateada el camino. Daniel se detuvo un segundo para detenerse frente a la cama de Lorena. recordó y su mente se llenó de las sensaciones que experimentó la ocasión que estuvo ahí, haciendo el amor con la chica de sus sueños. Suspiró, pero entendió que no era el momento de seguir ahí. Debía seguir hasta encontrar una salida. Pensó en la parte trasera de la mansión. ¿Como llegar ahí? Estaba seguro de que debía caminar hasta la cocina y destrabar el seguro y salir al jardín para trepar la barda. Debía darse prisa. Abrió la puerta de la alcoba y asomó la nariz por el resquicio. Se aseguró de que estuviera en completo abandono. Salió.

En el pasillo no había ese claro de luna que le ayudara. Los ladridos del perro seguían escuchándose, eso indicaba que Lorena seguía conteniendo a su padre. Daniel tenía campo libre para bajar por las escaleras, atravesar la sala y dirigirse hacia la cocina, pero el ruido que hace una puerta al abrirse lo alertó. Venía de la parte de abajo. No era la puerta principal sino del área de cocina.

- La ama de llaves, la tal Estela. – se respondió a sí mismo casi en silencio. Pensó que con toda seguridad que la mujer había despertado alarmada por lo perros. La vio dirigirse al teléfono cerciorándose de que nadie la estuviera observando. Estela miró a través del velo de la cortina hacia el jardín mientras que con una mano marcaba un número telefónico.

- ¿Adrián? Soy Estela. Será mejor que esperes en la esquina de la casa. La señorita Lorena aún está despierta. Deberás esperar a que yo te avise para que puedas entrar a su recámara.

Daniel se consternó. ¿Quién era Adrián? ¿Y porque tenía que entrar a la habitación de Lorena?

Daniel regresó sobre sus pasos. La luz de la sala se encendió y entró rápidamente en la primera habitación que se topó. No era la misma por la que había salido. Cerró la puerta con cuidado y se giró hacia el lado de la cama. Ahí estaba de nuevo la luz de la luna entrando por el balcón. Hizo por controlar la respiración cuando se dio cuenta de que un cuerpo se hallaba postrado encima de la cama. Tragó saliva. Parecía ser una mujer. ¿La señora Esther? Se giró para espiar por el resquicio de la puerta y esperar el momento justo para escapar de ahí y retomar el plan de salir por la cocina, pero el corazón le dio un vuelco cuando se dio cuenta de que las luces del pasillo también habían sido encendidas. La maldita ama de llaves seguía rondando. ¿Por qué en todas las historias estas mujeres tenían que estar inmiscuidas? Se preguntó.

Se alertó de sobremanera cuando escuchó el ruido que hacen los tacones al caminar sobre la duela.

La tal Estela venía en camino a la habitación de la señora Esther.

Daniel se desplazó como gacela por la habitación y se metió en el armario.

Lo hizo a tiempo, pues cuando cerró la puerta, se abrió la de la recámara. Por entre los resquicios horizontales de la puerta corrediza vio a Estela entrar y dirigirse hacia la cama donde la madre de Lorena dormía pesadamente.

De seguro solo supervisaría que doña Esther no hubiera sido molestada por el ruido de perros y se retiraría. Eso pensó Daniel, pero lo que ocurrió fue distinto:

Estela tomó un frasco de pastillas que había en el buró a lado de la cama, lo abrió y vació todo el contenido en una servilleta. Enseguida abrió otro frasco para sustraer las pastillas y verterlas en el que había vaciado. Después de eso, salió.

¿Para qué había cambiado las pastillas? Eso, a Daniel le pareció muy extraño.

Estela puso el frasco muy cerca de Esther, aproximó también una jarra llena de agua y después, con pasos firmes, salió.

Daniel esperó un poco dentro del armario. Cuando dejó de escuchar los sonidos de los tacones de Esther en el pasillo, deslizó la puerta con suavidad. Se filtró de nuevo entre la luz de la luna y caminó despacio hasta el buró junto a la señora Esther.

Ella dormía profundamente. Daniel tomó el frasco de pastillas, lo echó al bolsillo del pantalón y caminó con pisadas de gato hasta la puerta.

Pero en ese momento, Esther se movió en la cama.

- ¿Hija? – dijo con voz muy débil.

Daniel se quedó petrificado de pies a cabeza.

Esther encendió la lámpara del buró.

Daniel se giró rápidamente para ser descubierto y poner una mano en lo alto y con la otra utilizar el dedo índice sobre sus labios para implorarle que no gritara.

- No se asuste. Soy Daniel, el novio de Lorena. Estaba en el jardín con ella, pero su padre se presentó ahí y tuve que subir por el balcón para no ser descubierto.

Esther recuperó el aliento.

- Acércate, muchacho, acércate por favor.

Daniel obedeció, sorprendido.

- ¿Así que tú eres el famoso Daniel? Mi hija me ha hablado tanto de ti. ¿De verdad la quieres?

- Más que a mi vida, señora. Ella es mi razón de ser. Se que parezco un polizonte y seguramente usted se ha de preguntar qué hago aquí.

- Si quieres a mi hija, debes ayudarla a escapar de esta casa cuando yo ya no esté.




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