Luna de Lunas

19. El despertar

 Día de la pelea

Estamos en media de una guerra que, ha dejado varios de nuestros amigos y familiares sin vida. Hay muchos que se han sacrificado por lograr un cambio, un cambio que generó enfrentamientos entre las manadas y todos los seres sobrenaturales que habitan este mundo.

Acá nadie quiere perder, todos tiene un objetivo para ganar esta lucha y un bando a cuál seguir.

Para nosotros es la oportunidad de poner fin a tanta injusticia. Mis padres son seres maravillosos, respetuosos y justos, pero para el gran imperio creado por las manadas de Alemania, Rusia y Francia, no son más que obstáculos en sus planes y negocios turbios.

Doy una mirada y todos están inmersos en esta lucha que no quiere parar. De la nada veo como una luz se dirige hacia mi madre, sin dudar me interpongo siendo yo el que recibo el impacto.

Siento como mi cuerpo se desvanece. Mi último recuerdo es el grito de mi madre y los brazos de mi padre sosteniendo mi cuerpo antes de tocar el suelo.

Aprecio mi cuerpo en los brazos de mi padre y como las lágrimas de mi madre caen cual cascadas por mi frente. Mis gritos son silenciosos y mi presencia es nula ante ellos.

─ ¡Padre! ¡Madre! ─ los llamo, pero no me escuchan. Trato de tomar el hombro de mi padre, pero mi mano atraviesa su cuerpo.

─ ¿Qué me pasa? ─ es el interrogante que me invade al ver como mi cuerpo inicia a desaparecer cual partículas en el aire.

─ Tristán, Tristán ¿Dónde estás? ─ pregunto con desespero, pero mi lobo no contesta.

Me siento extraño, liviano, vacío…

De repente todo se vuelve oscuro y tranquilo. Una brisa cálida abraza mi cuerpo, despojándome de mi parte animal.

Veo a mi lobo caminar alejándose de mí y moviendo la cola.

Entre la oscuridad una figura blanca se abre paso. Es una mujer realmente hermosa, su cabellera blanca brilla cual diamante, su sonrisa me recuerda a mi madre, me mira con tanta dulzura, se inclina y soba la cabeza de Tristán.

─ Hola, cariño ─ por un momento olvido donde estoy, ella me hace sentir como en casa.

─ ¿Quién eres? ─ Soy ─ su respuesta es interrumpida.

Ambos miramos como el suelo se cubre de niebla y una sombra negra se materializa dejando ante mí, la figura de un hombre, un hombre con los rasgos de mi madre.

─ ¡Vaya! Chico, hasta que te dignas a venir a visitarnos ─ el saludo alegre y fraternal del señor, me hacen saber son parte de mi familia.

─ ¿Abuelos? ─ pregunto con duda.

─ Los mismos ─ contestan para luego ser cobijado por sus brazos.

Nunca los conocí, sabia de la historia y todo lo que mi madre sufrió al ver como su padre abandonaba este mundo, un mundo en el que él fue su compañía, su protector, su mundo.

Sé que su madre la visitaba todas las noches, pasaban hablando de todo, hasta del día que ella debía volver junto a ellos, nunca supe cuando sería ese día, menos que sería yo quien vendría primero.

Siempre pensé que mi abuela, era una mujer injusta y fría ¿Cómo alguien podría abandonar a su hija? ¿Cómo pudo ser capaz de enviarla a la librar una guerra que no le correspondía? ¿por qué mi madre no se sentía triste? ¿Por qué siempre habla con tanto cariño hacia ella? Son tantas preguntas que en ese momento me frustraron, pero al estar ante estos seres mi opinión cambio.

No necesito estar una vida con ellos, para sentir ese amor que irradian y me transmiten ¿Quizá esa fua la razón que mi madre tenía? Siempre se sintió protegida, amada y feliz.

─ ¿Pensé que, la Diosa de la Muerte era diferente? ─ mi tono apenado, deja percibir la sorpresa al descubrir que ella no es la calavera con capa negra y hoz en mano que, describen en cuentos, es simplemente un ángel.

─ Como ves muchacho, tu abuela es toda una… ¡Hermosura! ─ dice mi abuelo aferrándose a su cintura y besando su cuello, ella le da una palmada tierna en sus manos.

─ No todo lo que se habla de mi es verdad ─ se inclina, se apoya en el pecho de su esposo y continua. ─ muchas personas me ven como alguien justo, para otras soy injusta, pero necesaria. Podría decir que soy el equilibrio que el mundo necesita.

─ La muerte es el proceso final de la existencia, por así decirlo. Pero no todo el que viene a este lugar tiende a desparecer. ─ ¿No entiendo? ─ pregunto ante la aclaración de mi abuelo.

─ Cariño, todos tenemos un propósito en esta vida, así como en la que nos precede. La razón por la que estas acá con nosotros, es simple ─ suspira, sonríe y me aclara

─ Aún no es tu tiempo, tienes un destino que cumplir. Con nosotros estas protegido, muchos desean que la profecía no se cumpla ─ ¿¡profecía!? ─ cuestiono.

─ Es algo que a su tiempo comprenderás, por el momento debes saber que estás seguro en este lugar. ─ Abuela ¿Cuándo podré volver?

─ Eso depende de tu compañera. ─ Pero ¿cómo ella me encontrará si estoy acá?

─ No solo estás acá, una parte de ti esta allá, quizá la más impórtate. ─ ¡Perfecto! ─ mi sarcasmo es evidente, ante el comentario de mi abuela, pero creo que todo esto es un mal sueño, aunque recuerde todo perfectamente.




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