Luna de miedo

Capítulo I. Día 1

Después de un viaje de más de dos horas desde el aeropuerto más cercano, la flamante pareja se acercaba a la que sería su casa por una semana, destino elegido para comenzar a construir una vida en comunión, con la vista puesta en la felicidad perpetua, alejados para siempre de las historias que huelen a muerte y desesperanza.

Por fin, después de tanto remarla, podían disfrutar de su luna de miel y entregarse, como nunca lo habían hecho, a la pasión que desbordaba de sus corazones toda vez que se tenían cerca pero, a la vez, a kilómetros de distancia.

Ya todo había cambiado. El libro que supo mantenerlos cautivos de la desgracia y rehenes de la agonía infinita, había sido quemado en los altares del destino y todo  lo que estaba por venir, no sería otra cosa más que el fruto o la consecuencia del amor desinteresado que se profesaban.

Sin embargo, esta nueva etapa, plagada de miedos e incertidumbre, debía ser sorteada con autoridad para dar rienda suelta a los sueños que pujaban con enjundia por volverse realidad. De allí, que una casa alejada del mundo, sin nadie alrededor que molestase, aparecía como la mejor opción para tener la luna de miel anhelada y con ella, como puntapié inicial, una vida de parabienes.

—¡Por Dios, quién puede vivir en esa choza! —dijo Stephanie observando por la ventanilla del taxi que los llevaba a su destino final, una construcción un tanto destartalada en medio de la nada, a orillas del abismo.

—De hecho, creo que esa es nuestra casa —dijo Thomas con un nudo en la garganta.

Era cierto que viniendo de Thomas, cualquiera pensaría que era posible que hubiera alquilado aquella casucha para acurrucarse con su esposa al amparo de una tibia fogata. No obstante, a juzgar por su rostro pálido y desfigurado, estaba tan o más contrariado que su mujer, sin poder salir del asombro que nublaba su juicio.

—¿Quiere que lo ayude con los bolsos, señor? —preguntó el taxista, mirando de reojo la casa, haciendo un esfuerzo denodado por no reírse a carcajadas.

—Yo puedo hacerlo, gracias.

—¿Tiene el número de la agencia? Llame cuando lo desee y vendré a recogerlos para llevarlos al aeropuerto.

—Sí, lo tengo agendado —respondió con la vista puesta en el techo a dos aguas que amenazaba con derrumbarse—. De hecho, no se sorprenda que lo molestemos a la brevedad.

—¡Descuiden! El amor es lo único que importa en momentos como este, no lo olviden.

Mientras el auto se alejaba a toda marcha, los tórtolos quedaron absortos, inmóviles, víctimas de un silencio que gritaba a los cuatro vientos y apuñalaba indolente el corazón de un atardecer malogrado.

—¿Thomas quieres decirme algo? —preguntó con los brazos en jarra, observando atónita el intento de vivienda que se alzaba frente a ella.

—Te juro que por Internet no se veía tan espeluznante.

—¿Y el pueblo más cercano está, a cuánto, tal vez cuarenta minutos de aquí?

—Pensé que nos vendría bien un poco de privacidad —dijo mientras hacía malabares con los bolsos y maletas.

—Me parece que tenemos visiones muy distintas respecto de cómo pasar nuestra luna de miel.

—Acordamos no hacerlo en hoteles lujosos…

—¿Pero no te parece que existe un largo trecho entre una suite cinco estrellas y la pocilga delante nuestro?

—Te prometo que elaboré una queja formal a la agencia de viaje y exigiré un reembolso.

—¡Qué más da! —suspiró resignada—. Al menos espero que no nos apuñale un fantasma mientras dormimos.

—Entremos. Con suerte habrá leña para disipar un poco el frío; está helando aquí afuera.

—Existen otras formas de combatir el frío —soltó mirándolo procaz, acelerando los trámites.

—Creo que podemos hacer algo al respecto —respondió mientras ingresaban con desconfianza, a la expectativa de lo que pudiera presentarse luego de cruzar la puerta.

A diferencia del cuadro desolado que se pintaba en el exterior, la casa propiamente dicha estaba en condiciones bastante dignas, aceptables. Si bien reinaba la oscuridad y los pisos de madera rechinaban con cada paso, los cimientos se adivinaban firmes y se respiraba cierto aire acogedor; cual refugio para desamparados.

En la entrada, ni bien atravesado el umbral, podían apreciarse una pequeña sala con una enorme chimenea, una mesa de roble secundada por tres sillas rústicas, gentileza del mismo árbol,  un pequeño aparador de madera terciada y un espejo tamaño natural, amurado a los pies de la escalera que llevaba a las habitaciones. El primer piso, en consonancia con las dimensiones de la propiedad, era poco menos que un ático devenido en dormitorio, cuyo único mueble era una cama de dos plazas, tan antigua con la misma noche.

—Bienvenidos a la era de vela —susurró Stephanie sarcástica, mientras desempacaba, sentada sobre un viejo almohadón.

—¡Ya encendí la chimenea! —gritó Thomas desde abajo, calentando sus manos en el fuego abrazador—. Deja lo que estés haciendo y ven aquí, tengo grandes ideas para romper el hielo.

Con una sonrisa indisimulable en el rostro, la otrora detective se disponía a complacer los deseos de su esposo cuando de repente, creyó ver algo o alguien a través de la ventana.



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En el texto hay: misterio, amor, suspenso

Editado: 02.04.2020

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