Luna de miel, diamantes y cadáver

Capitulo 11. ¿Qué hicimos? ¿Qué hacemos?

Rosa.

No recordaba haberme sentido tan perdida, tan aturdida, con la mente fuera de sitio, como si mis pensamientos no lograran alcanzar lo que mis ojos estaban viendo.
Todo parecía desajustado, irreal: el cuerpo de Adrián entre las sábanas, el rostro de Daniel, descompuesto, con los ojos abiertos de par en par —una mezcla de rabia, miedo y desconfianza—, mirándome como si de pronto no supiera quién era yo.
Hasta la luz del camarote había cambiado. Ya no era cálida ni acogedora, sino fría, implacable, como si también ella nos hubiera dado la espalda.

Intenté justificarme delante de mi marido, casi de manera automática, porque una parte de mí —la más íntima, la que aún creía conocerse— juraba que yo no podría haberme acostado con Adrián, ni mucho menos matarlo. Pero mi memoria me fallaba.
¿Qué pasó?
¿Qué hice?
¿Qué hicimos?

Su cuerpo estaba allí, tan real que dolía mirarlo.
El corazón me golpeaba el pecho con una violencia insoportable. Quise convencerme de que todo era un malentendido, que Adrián solo se había desmayado, que respiraba, que en cualquier momento iba a moverse… pero no lo hizo.
Y entonces, por primera vez, tuve que aceptar lo que mi mente se negaba a pronunciar: estaba muerto.

—Rosa… —la voz de Daniel sonó lejana, como si viniera desde el fondo del mar—. ¿Qué recuerdas?

No supe qué decirle. Intenté pensar, pero mis pensamientos eran un laberinto sin salida. Una neblina espesa, impenetrable.

—Dime qué pasó cuando salí del restaurante —insistió Daniel, con un tono que intentaba ser sereno, pero se le quebraba por dentro.

—Nada —respondí, intentando ordenar los fragmentos—. Estábamos con el postre… Luego se acercó Adrián. Dijo que quería disculparse, que te había visto salir con cara de enfado.

—O sea —replicó Daniel, irónico—, que aprovechó el campo libre para empezar a flirtear contigo.

—Si no te hubieras marchado, nada de esto habría ocurrido —repliqué, sin pensar, con más cansancio que rabia.

—Vale —resopló—. ¿Y después?

—Después… los Serrano, él y yo fuimos al salón de baile.

—¿Bailaste? —preguntó. Vi cómo se le tensaba la mandíbula.

—Sí. ¿A caso no puedo bailar?

No respondió, pero su silencio era peor que cualquier palabra.

—Luego Adrián me acompañó hasta aquí. Traía una botella de vino, dijo que era francés, de una cosecha especial. Estábamos en la terraza del camarote… riendo, hablando de cosas sin importancia: del mar, de mi trabajo, de su nuevo libro…
Luego se levantó, me sirvió el vino. Una copa, tal vez dos.
Y después… nada.

Era la pura verdad. Lo que vino después era un vacío negro, espeso, como si alguien hubiera apagado el interruptor de mi memoria.

De repente, un pensamiento me atravesó la mente —absurdo, pero no imposible—.
Lo miré fijamente.

—¿Y si fuiste tú quien lo mató? —dije en voz baja, casi sin reconocerme—. Te volviste loco cuando solo le sonreí.

—¡Pero ya estaba frío cuando yo llegué! —exclamó Daniel, incrédulo.

—Y yo no sé dónde estabas tú toda la noche —repliqué.

—En el bar. Luego me quedé dormido en una tumbona de la cubierta.

—Tal vez lo mataste, lo pusiste en mi cama y luego te fuiste a dormir tan tranquilo —escupí, más para defenderme que porque lo creyera.

—Te has vuelto completamente loca —rugió—¿Para qué iba a matarlo y poner en la cama?

—¿Ah, sí? —pregunté con sarcasmo—. Tú, al menos, tenías un motivo. Los Serrano vieron cómo reaccionaste cuando apareció Adrián.

— Seguramente que estás loca. No soy un idiota para hacer esto. Mejor intenta a recordar lo que pasó.

Me llevé las manos a la cabeza, intentando recordar. Buscaba un gesto, una frase, una imagen que me sacara de esa pesadilla. Pero lo único que recordaba con nitidez era su sonrisa. El tintinear de las copas.
Y después, el vacío.

Y en ese vacío, algo se rompió dentro de mí. Supe que mi vida —la que conocía— acababa de hundirse para siempre.

Quise salir corriendo.
Mi primer impulso fue abrir la puerta y buscar a alguien, a quien fuera: al capitán, a seguridad, a la primera persona con uniforme. Gritar, confesar, pedir ayuda, despertar a todo el maldito barco si era necesario.
No podía cargar con aquello. No podía mirar ese cuerpo otra vez y fingir que era un mal sueño.

—Tenemos que avisar a las autoridades —dijo Daniel con voz rota—. Es lo correcto, Rosa. No podemos esconder esto.

Lo miré con una mezcla de incredulidad y alarma. La idea de pararme frente a oficiales y decir “no recuerdo” me provocó náuseas. También entendí, con una claridad fría, que la palabra “correcto” no iba a proteger a Lisa. La protección no vive en los formalismos: vive en lo que uno es capaz de hacer cuando nadie está mirando.

Me acerqué al cuerpo, con la respiración contenida, y aparté la sábana un momento sólo para confirmar lo que ya sabía. El frío de su piel me atravesó como un insulto. Volví a cubrirle sin dramatismos; cubrir era poner distancia, era ganar tiempo.

—No tenemos una historia coherente —le susurré a Daniel—. No hay testigos que comprendan, ni cuartada. Si hablamos ahora, nadie nos creerá; nos culparán.

—Te van a acusar —contestó él sin vacilar.

—A los dos —corregí, y añadí antes de que su incredulidad volviera a surgir—: cariño, tú tenías motivo. Los Serrano vieron lo alterado que estabas. Eso es un dato. Pero un dato no es una defensa. Escucha: no voy a permitir que Lisa lo sepa. No, hasta que nazca el niño. O nunca, si puedo evitarlo.

Me miró, perdido. En sus ojos había todavía algo de furia, pero también una rendición nueva.

—¿Qué propones? —preguntó con la voz quebrada.

Por mi cabeza desfilaron las páginas de todas las novelas policíacas que había leído, aunque ese no era mi género favorito en absoluto. Mi mente funcionó con una precisión que me asustó: no planes detallados ni maniobras técnicas, sino prioridades. Primero: proteger a la niña. Segundo: ganar tiempo. Tercero: pensar a largo plazo. Todo lo demás podía discutirse después de encajar las piezas más importantes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.