Luna de Miel sin Novio

Capítulo 2 Luna de miel

Lucía abrió de golpe la puerta de su habitación y entró todavía con el vestido puesto. El velo se quedó enganchado en el picaporte y estuvo a punto de estrangularla. Lo arrancó de un tirón y lo tiró al suelo como si fuera basura. Su suerte no podría estar peor. Hasta el velo quería deshacerse de ella.

El espejo frente a su cama reflejó una imagen que parecía un mal chiste: el maquillaje corrido, las pestañas postizas a medio caer, el peinado deshecho. Era la imagen más deprimente que había contemplado en su vida. Una novia zombie quedaba pequeña delante de ella y hacía contraste con lo que ella representaba: una persona disciplinada, comprometida, responsable y con la habilidad de organizar grandes eventos de principio a fin.

Para colmo, sus tacones se enredaron en la alfombra de la habitación y si no se sostiene de la cama, hubiese caído de bruces al suelo. Con rabia se quitó los zapatos y los lanzó contra la pared.

—¡Idiota! —gritó, aunque no estaba claro si lo decía por Daniel o por ella misma.

Caminó de un lado a otro, como un animal enjaulado, loca por atacar a cualquiera que se atravesara en su camino. El vestido era una trampa, así que buscó las tijeras de la costura que su tradicional madre le había regalado para «emergencias».

Emergencia era quedarse sin novio en el altar, ¿no? Cortó los broches de la espalda sin importarle lo costoso que había sido el vestido y se zafó de la tela blanca con una furia casi ceremonial. Se desvistió por completo y se metió a la ducha, donde dejó que el agua fría corriera un rato por su rostro y arrastrara la rabia transformada en lágrimas.

Minutos después, con un short de algodón, una camiseta cualquiera y sus tenis blancos, Lucía parecía otra persona: despeinada, ojerosa, con restos de rímel, pero sin pestañas postizas y libre del corsé que la había convertido en estatua de porcelana.

Abrió el clóset y sacó una maleta, ya que el equipaje previsto para la luna de miel estaba en el departamento de Daniel y no pensaba pasar por él ni hacerle saber que se iría de viaje, así como él no tuvo la decencia de darle razones para dejarla plantada en el altar delante de doscientos invitados.

Lucía colocó la maleta sobre sobre la cama y empezó a meter cosas sin orden: bikinis, sandalias, vestidos de playa, un sombrero ridículamente grande. Todo caía dentro como si la ropa fuera una especie de exorcismo.

Entre medias, echó su cargador, una crema solar que ni sabía si estaba vencida, un libro que juraba que leería en la playa y hasta una caja de galletas medio vacía.

«Lo que falte lo compro allá», pensó, mascullando.

El celular vibró. Era Leticia, su prima. Dudó en contestar, pero ya tenía docenas de llamadas perdidas de diferentes miembros de su familia. Todos estaban preocupados. Cuando abandonó la iglesia, no permitió que nadie se acercara y tomó el primer taxi que encontró para desaparecer de aquella vergonzosa escena. Su familia, tuvo que resolver todos los pendientes que generó la cancelación de la boda: los invitados, el banquete, el salón de la recepción…

Lucía sabía que, si no contestaba, Leticia no tardaría en aparecer en persona con el ejército nacional.

—¿Aló?

—¡Lucía! ¡Dime que no te has fugado con el cura! —Su humor era agrio y fuera de tono.

—No, sólo con mi dignidad… o lo que queda de ella.

—¿Dónde estás? ¡Estamos todos buscándote! Tu mamá está a punto de llamar a la policía, cree que te fuiste a tirar de un puente.

—Dile que no exagere —respondió Lucía, tirando un par de sandalias a la maleta.

—Ya la conoces. Ha rezado tres rosarios por ti y ha condenado el alma de Daniel al fuego eterno.

—Que continúe rezando… porque si no lo condena ella, lo condeno yo…

—¿Dónde estás, prima? Salí por ti y no te encontré.

—Estoy en mi departamento.

—¿En tu departamento? ¿Y qué estás haciendo?

Lucía dudó un segundo. Luego lo dijo con una calma escalofriante:

—Empacando.

—¿Empacando? —Leticia gritó incrédula sin entender lo que acababa de escuchar—. ¡No me digas que…!

—Sí. Me voy de luna de miel.

Hubo un silencio al otro lado. Luego, una carcajada nerviosa.

—Lucía, estás en shock. Lo que necesitas es un cubo de helado y una maratón de series coreanas, no un avión.

—Lo que necesito es no quedarme aquí, rodeada de flores marchitas y chismes familiares —contestó Lucía, cerrando la maleta con un golpe seco—. Ya está pagado y no me darán reembolso, el paquete estaba de oferta. ¿Por qué debería perderlo?

—Porque no tiene sentido. ¡La luna de miel es de dos!

—Pues será de una. El destino quiso que me quedara sola en el altar, pues el destino que se joda.

Leticia suspiró al otro lado.

—Esto es una locura. Esto puede hacerte daño, creo que estás cometiendo un error. Por lo menos, deja que te acompañe.

—No, quiero estar sola. Es exactamente lo que necesito.

Colgó antes de que su prima pudiera seguir sermoneando.




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