Un destello de luz le dio directo en la cara. Parpadeó, cegada.
—¡Oiga! —exclamó, cubriéndose los ojos.
—Ah, disculpa —dijo una voz masculina, algo ronca, con un dejo divertido—. Pensé que estabas haciendo una audición para «Fantasma con resaca».
Lucía bajó la mano. Frente a ella, cámara en mano, estaba el tipo del avión. El hombre que había tomado el vuelo equivocado y se sentó por error en el lugar de ella.
—Tú —dijo ella, entornando los ojos.
—Yo —respondió él, con una sonrisa que mezclaba ironía y encanto en dosis irritantes—. Qué coincidencia, ¿eh?
Lucía lo observó con suspicacia.
—Demasiada, diría yo. ¿Me estás siguiendo?
—Tranquila, no eres mi tipo. —Levantó su cámara—. Estoy aquí por trabajo.
—¿Trabajo? —repitió ella, cruzándose de brazos—. ¿Fotografiar lunas de miel?
—No exactamente. —Señaló una mesa a unos metros, donde una pareja conversaba con quien parecía una muy embarazada organizadora de bodas—. Cubro una boda.
—Perfecto —murmuró ella—. Una boda. Justo lo que necesitaba.
Damián se rió bajo.
—¿No se supone que tomaste un vuelo diferente?
—Un error de mi agencia. Afortunadamente sólo me enviaron al otro lado de la isla; pero ya estoy donde debería. ¿Y tú? ¿Qué hace la novia fugitiva aquí?
—No soy fugitiva —replicó ella con el tono de quien intenta sonar digna, pero está a segundos de lanzar una servilleta—. Vine de vacaciones.
—¿Con tu vestido de novia en la maleta?
Lucía lo fulminó con la mirada.
—Eso no te incumbe.
Damián alzó las manos en gesto de rendición.
—Tranquila, amor y paz. Estoy impresionado, eso es todo. No todos tienen el valor de venir a un lugar como este y tomarse la luna de miel solos.
—Pues ya ves. Algunos hacemos turismo emocional extremo.
El camarero volvió con un menú para Damián y, sin pedirlo, colocó otra copa del mismo cóctel que tenía Lucía.
—Para el señor —dijo—. De parte de la señora.
Lucía lo miró horrorizada.
—¡Yo no pedí eso!
El camarero se encogió de hombros.
—Lo siento, señora, pero los paquetes luna de miel traen bebidas compartidas. Dos por uno.
Damián la miró divertido.
—Vaya, parece que el destino insiste en emparejarnos. Qué suertudo.
—El destino puede irse al infierno —replicó Lucía, dándole otro trago a su cóctel.
Él rió abiertamente, con esa risa fácil y un poco descarada que sólo tenían los que sabían que caían bien.
—Bueno, si me vas a odiar, al menos deja que me siente. Odias mejor de cerca. ¿No crees?
Sin esperar respuesta, arrastró una silla y se sentó frente a ella. Lucía lo observó incrédula, pero en el fondo, muy en el fondo, algo dentro de ella se alegró de no estar tan sola entre tantas parejas de miradas empalagosas.
—¿Así que fotógrafo? —preguntó ella, fingiendo desinterés mientras él manipulaba su cámara y revisaba unas tomas.
—Sí. Especializado en bodas, eventos, gente feliz. Lo cual es irónico porque el matrimonio me da alergia, siendo sincero.
—Te entiendo. A mí también —dijo Lucía con un suspiro que sonó más a declaración existencial que a broma.
Un silencio breve se instaló entre ellos. Damián la miró con curiosidad, sin burlarse esta vez.
—No me pareces de ese tipo.
—¿Ah no? Y ¿De cuál tipo parezco?
—Pareces de las que organiza bodas en iglesias con damas de honor y todas esas cosas cursis que les gusta a algunas mujeres; y algo terrible te ocurrió para que estés aquí. ¿Tengo razón?
—No —Fue cortante. Se negaba a hablar de su vida privada con ese extraño entrometido. Aunque le surgió la duda, tal vez el mundo entero era testigo de su fracaso a través de TikTok y ella era la única que no había visto el video.
«No seas ridícula», se calmó.
—¿Y entonces? —preguntó finalmente—. ¿Cuál es la historia? Porque nadie compra un paquete de luna de miel para uno.
Lucía jugueteó con la sombrillita del cóctel tratando de fingir indiferencia.
—Digamos que mi acompañante… perdió el vuelo.
—¿Definitivamente?
—Definitivamente.
Él sonrió, divertido por la respuesta.
—Entonces, brindo por eso. —Levantó su copa—. Por los vuelos perdidos… y los que se atreven a despegar igual.
Lucía dudó un segundo, pero al final sonrió también.
—Salud.
Las copas tintinearon. Y aunque no lo admitiera, Lucía no se sintió tan sola.
—Creo que ya soy digno de saber tu nombre.
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Editado: 06.11.2025