Lucía caminó al lobby con paso decidido, aunque por dentro tenía una orquesta de pánico tocando tambores. Llevaba su mejor cara de turista ofendida que intentaba decir «soy una mujer con autocontrol», aunque su cabello despeinado gritara lo contrario.
El aire acondicionado le dio de lleno apenas cruzó la puerta, y por un segundo deseó quedarse ahí para congelar sus emociones. En el mostrador, la joven recepcionista con sonrisa de entrenamiento corporativo que la recibió cuando llegó, levantó la vista.
—Buenas tardes, señora Hernández. ¿Todo bien con su estancia? —preguntó, sin saber que estaba a punto de entrar en un campo minado emocional.
Lucía apoyó las manos sobre el mostrador.
—En realidad, no. Recibí una nota diciendo que, si no participo en las actividades «en pareja», perderé los beneficios de mi paquete. Y… bueno, hay un pequeño detalle: mi esposo no podrá acompañarme.
La recepcionista asintió con diplomacia.
—Sí, hemos notado el inconveniente. Pero, lamentablemente, el paquete de luna de miel está diseñado exclusivamente para parejas, ya que hay actividades con el objetivo de encender y mantener la llama del amor.
Lucía forzó una sonrisa.
—¿Y si mi pareja no existe más? ¿Pierdo el paquete?
La joven sonrió un tanto incómoda.
—No es que lo pierda, señora, pero… debería hacer un cambio de tarifa.
Lucía la vio teclear y esperó.
—Llamé y alguien me dijo que la tarifa sería el doble.
—Es correcto.
Ella parpadeó.
—¿El doble?
—Sí, porque el paquete de pareja tiene descuentos y beneficios compartidos. Si se queda sola, se convierte en tarifa individual y…
Lucía levantó la mano, interrumpiéndola.
—Espere, espere. Entonces me está diciendo que, si mi marido me deja plantada, el hotel decide castigarme por eso.
La recepcionista titubeó y miró a un lado buscando a su compañero.
—No es un castigo, señora. Son políticas internas.
Lucía sonrió con una calma peligrosa.
—Políticas internas… Perfecto. ¿Y sus políticas también incluyen cobrarme por los cisnes de toalla que me miran con lástima cada vez que entro a mi habitación?
La joven abrió la boca para responder, pero se contuvo.
—Podría ofrecerle cambiar de habitación, si lo desea.
Lucía negó con la cabeza.
—No. No pienso moverme. Ya pagué por mi suite romántica y pienso disfrutarla, aunque sea sola.
La recepcionista pareció compadecerse un poco.
—Entiendo, señora Hernández, pero si no se presenta con su acompañante esta noche en la cena de bienvenida de parejas, el sistema cancelará automáticamente su paquete.
Lucía se quedó helada.
—¿Qué?
—Es un evento obligatorio para validar la reserva. Sólo necesitamos una prueba de que la pareja está aquí.
Lucía sintió que la cabeza le daba vueltas.
«Genial. Un software que también me juzga por estar sola».
—Pero… mi esposo… —balbuceó—. Está… en el bar. Sí, en el bar.
La recepcionista alzó las cejas.
—¿En el bar del resort?
—Sí, exactamente. Necesita un trago para... relajarse después del viaje. Ya sabe cómo son los hombres.
La chica asintió, dudando.
—Perfectamente comprensible. Entonces… ¿podría pedirle que venga a firmar el registro de llegada?
Lucía sonrió nerviosa.
—Claro, claro. En cuanto... termine su trago.
La recepcionista la observó con expresión cortés, pero con los ojos de quien no cree una sola palabra. Lucía sintió un sudor frío recorrerle la espalda. Miró a su alrededor buscando una salida, una distracción, una aparición divina. Y entonces, como si el universo tuviera un sentido del humor retorcido, Damián apareció detrás de ella.
Cámara al cuello, sonrisa confiada, piel bronceada. El fotógrafo maldito.
—¡Señora Hernández! —exclamó con fingido entusiasmo, acercándose y dándole un sonoro beso muy cerca de la comisura de los labios—. Te estaba buscando, amor.
Lucía casi se atraganta. La recepcionista los miró, sorprendida.
—¿Este… caballero es su esposo?
Lucía lo miró, muda. Damián aprovechó su silencio como una invitación.
—Sí, claro. —Pasó un brazo por los hombros de Lucía con descaro—. Perdón por llegar tarde, amor. Ya sabes, el tráfico aéreo.
Lucía sonrió con rigidez mortal.
—Sí… mi… querido esposo.
La recepcionista se relajó al instante.
—Ah, qué bien. Entonces no hay ningún problema. Si me firman aquí ambos, confirmaremos la estadía de los esposos Hernández.
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Editado: 06.11.2025