Luna de Miel sin Novio

Capítulo 11 La Foto Perfecta

Caminaron hacia la playa, donde el sol de media mañana ya comenzaba a calentar la arena. El aire olía a sal y a promesa de tormenta lejana. Frente a ellos se extendía el escenario natural de la futura boda: un espacio abierto y luminoso, donde el mar se confundía con el horizonte y las olas rompían con un ritmo armónico.

No había estructuras ni decoraciones todavía, sólo el lienzo en blanco que el resort ofrecía a los sueños románticos: una amplia franja de arena dorada, suave como polvo de coral, delimitada por un par de palmeras que se inclinaban con elegancia hacia el océano. Detrás, unas pocas tumbonas vacías daban testimonio de los turistas que aún dormían la resaca del amor o del ron de la noche anterior.

Lucía entrecerró los ojos. El reflejo del sol en el agua era casi cegador, como si el día insistiera en brillar demasiado. «Perfecto», pensó con ironía, «Hasta el paisaje es cursi».

A su izquierda, unos trabajadores descargaban discretamente cajas de madera que contenían las decoraciones y utensilios para la gran fiesta bajo la sombra de un kiosko techado de palma. El viento movía las cintas de los paquetes, haciendo que parecieran serpentinas celebrando una boda que todavía no existía.

—Aquí será el altar —dijo Damián, señalando un punto cerca de donde las olas besaban la orilla—. Giulia quiere algo simple, pero con glamour. Ya sabes, el tipo de contradicción que hace que los fotógrafos envejezcan antes de tiempo.

Lucía sonrió con cansancio, aunque no pudo evitar admirar el lugar.

—Tiene algo especial. —Su voz sonó más suave de lo que esperaba—. Es bonito.

Damián bajó la cámara y la miró con esa mezcla de burla y lucidez que parecía su marca registrada.

—Bonito, sí. Aunque a mí me da más bien un poco de miedo. —Se agachó para ajustar el trípode—. Los lugares así te venden la idea de que el amor es eterno… pero luego te cobran por noche.

Lucía levantó una ceja.

—Qué romántico. ¿Siempre destruyes la magia de los demás o es un servicio exclusivo para mí?

—Es un don natural —respondió, enfocando el horizonte—. Supongo que después de fotografiar cien bodas, uno empieza a notar un patrón.

—¿Cuál?

—Que la mitad de esas parejas ya no se siguen en Instagram después de un año.

Lucía soltó una risa breve, más por costumbre que por diversión.

—Tal vez no es el amor lo que falla, sino la gente.

Damián la observó por encima de la cámara, con una ceja arqueada.

—¿Hablas en serio? —preguntó, genuinamente sorprendido—. Te dejaron plantada en el altar y aún hablas del amor como si fuera una especie de religión a la que vale la pena seguir rezando.

Lucía se encogió de hombros.

—No creo que dejar de creer me haga sentir mejor. El amor no me falló, me falló una persona. Y eso no es lo mismo.

Damián la sostuvo la mirada, intrigado. Había en sus palabras una convicción que no esperaba, una fe demasiado terca que lo desconcertaba.

—Eso suena a material para una columna de autoayuda. —Sonrió, aunque sin la ironía de siempre—. Pero admito que es una perspectiva interesante.

—Bueno —dijo ella, ajustándose el sombrero para cubrirse del sol—, yo siempre me digo que, si esto es una pesadilla, al menos tiene buena vista.

—Y buena compañía —replicó Damián con media sonrisa—. Aunque no creas en los fotógrafos cínicos.

Caminaron un poco más, y Damián levantó la cámara.

—¿Ves ese punto en la orilla? Ahí va el altar. Con el fondo correcto, hasta el amor parece convincente.

Lucía se cruzó de brazos.

—Qué bueno que tus fotos no dependen de tus creencias.

—Tranquila —dijo él, bajando la cámara y mirándola de reojo—. No creo en el amor eterno, pero sí en los buenos encuadres. Y este… —hizo una pausa, observándola bajo la luz del sol— …tiene potencial.

—¡Damián! ¡Lucía! —gritaba a lo lejos Giulia mientras agitaba un brazo. La pareja venia caminando por la orilla de la playa hacia ellos.

Ambos se giraron y caminaron para encontrarlos.

—¿Qué te parece el lugar de la boda, Lucía? —preguntó Giulia.

—Maravilloso. Pude imaginar lo bello que quedará todo.

—Bueno, vamos a aprovechar esta luz para las fotos. —Se movió unos pasos, ubicó la mejor posición y colocó el trípode. —Quiero que se coloquen de este lado… Álvaro, sujeta su cintura… así—decía mientras los guiaba, pero estaban más tiesos que un palo, hasta que Giulia se exasperó.

—No sé cómo posar —se quejó la novia—. Siempre salgo con cara de estatua. Soy muy visual, tal vez si ustedes lo hacen podemos copiarlos.

—¿Perdón? —objetó Lucía.

—¡Por favor! —insistió la italiana—. Quiero ver cómo quedarán las fotos.

Damián se encogió de hombros con una media sonrisa.

—Órdenes de la clienta. Álvaro, tú tomas la foto.

Ajustó la cámara, revisó la luz y antes de que Lucía pudiera negarse, él la tomó de la mano y la llevó hacia la arena húmeda. La pareja tomó el lugar que ellos ocupaban.




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