Luna de Miel sin Novio

Capítulo 12 El artículo

A Damián Cortés le gustaba pensar que el amor era como una exposición fotográfica mal iluminada: si uno la veía con suficiente distancia, parecía profunda; si te acercabas demasiado, notabas las manchas, los reflejos, los ángulos torcidos. Él ya había estado demasiado cerca, y las cicatrices aún le ardían bajo la luz equivocada.

Aquella mañana en Blue Frame Agency, su hermano y copropietario, un tipo con corbata floreada y complejo de gurú empresarial, lo esperaba con un café en una mano y una sonrisa de «te voy a arruinar las vacaciones» en la otra.

—Damián, necesitamos que cubras una boda —anunció sin anestesia.

—¿Otra, Xavier? —respondió él, sin levantar la vista de su laptop.

—Damián, el amor vende. Y tú eres el mejor en empaquetarlo.

Damián amaba la fotografía, pero llevaba años haciendo que un momento efímero fuera eterno en un millón de bodas de parejas influencers y matrimonios por conveniencia. Ya todo le sonaba a guion repetido. El amor, en su experiencia, era una excelente excusa para vender recuerdos y justificar malas decisiones.

—Déjame adivinar —continuó—. ¿Otra boda de lujo en el Caribe? ¿Parejita millonaria, vestidos blancos y discursos vacíos?

Su hermano chasqueó los dedos.

—Exactamente eso. El Paraíso del Amor Resort en República Dominicana. Los novios son Giulia Ferri, influencer italiana, y Álvaro Ibáñez, empresario español. La boda será en una semana. Han visto nuestro catálogo y pagarán muy bien para que el mejor fotógrafo capture su gran día.

Damián se pasó una mano por el cabello y resopló. Su vista seguía fija en la hoja en blanco en su laptop.

—Este no es el mejor momento para dejar Miami, tengo que terminar mi artículo para Mirada Urbana. Envía a alguien más.

—No me hagas esto, Damián. Es a ti que quieren. Puedes escribir ese artículo en cualquier parte del mundo. Quizás esa pareja te inspire y te dé una perspectiva fresca para tu artículo.

—Lo que tú llamas «perspectiva fresca» yo lo llamo «postales de gente que no sabe qué hacer con tanto dinero».

—Entonces destrózalos con elegancia. —Le guiñó un ojo—. Haz lo que mejor sabes hacer: Fotos hermosas y artículos mortales.

Y así, entre sarcasmo y resignación, Damián aceptó el encargo. En ese momento hizo acto de presencia Sofi, la asistente más eficiente del mundo, pero también la más despistada.

—Todo listo, señores Cortés. Vuelo directo y reserva en el hotel.

—¿Directo? —Damián arqueó una ceja—. No existe vuelo directo al lugar donde está el hotel.

—Bueno… directo a la ciudad más cercana. Confíe en mí. Su vuelo es 804… ¿o era 408? —murmuró era pregunta para ella misma.

Damián levantó la vista lentamente.

—¿Qué dijiste?

—Nada. ¡Buen viaje! No olvides traerme un souvenir.

Esa era la primera señal del desastre. Pero claro, Damián no creía en las señales.

***

El día del vuelo, con la cámara colgada al hombro y su ironía intacta, Damián descubrió que Sofi, en efecto, había reservado el vuelo, el aeropuerto y el hotel equivocados. Se dio cuenta del primer error, cuando creyendo había subido al avión correcto, ocupó el asiento de una peculiar mujer, que había llamado su atención por sus bromas agrias sobre el amor, las bodas y los esposos.

Aquella escena lo hizo pensar en lo absurdo de todo. Él, el hombre que había jurado no volver a escribir sobre bodas, yendo otra vez al altar ajeno a fingir que creía en promesas de amor eterno. Recordó a Elena, su ex. La había conocido en la revista. Ella era periodista de sociedad, aunque luego escaló a un noticiero local; él, fotógrafo en ascenso.

Elena había sido su musa, su modelo y su ruina. Se casaron jóvenes, creyendo que el amor bastaba. Pero el amor, aprendió después, también se cansa. Y cuando descubrió la infidelidad, Damián dejó de escribir poemas y empezó a redactar artículos con filo. «El amor eterno es una estrategia de marketing», había escrito en su columna más leída. Desde entonces, D.C. se ganó la reputación de tipo brillante, desencantado y cínico.

***

Logró alcanzar el avión que señalaba su boleto y respiró aliviado en su asiento hasta que aterrizaron en el aeropuerto equivocado. Cuando el piloto anunció el destino, Damián parpadeó dos veces.

—Esto… ¿no es el Este? —preguntó al auxiliar de vuelo.

—No, señor. Este es el Norte.

—¿Y el resort «Paraíso del Amor»?

—Eso está del otro lado de la isla. —El auxiliar sonrió con esa compasión que sólo se tiene con los idiotas.

Damián buscó la confirmación en su celular y vio un mensaje de Sofi.

Sofi: «Vuelo 804, no 408. Creo que cometí un pequeño error, jefe . Intentaré arreglarlo. Te aviso».

—Perfecto —murmuró—. Lo hiciste todo mal, Sofi.

A esas alturas, el único amor eterno en el que creía era el de Sofi por los errores.

Después de dos taxis, un motoconcho y tres cafés más tarde, Damián llegó al hotel sin reserva y malhumorado con la esperanza de encontrar un espacio. No obstante, por los inconvenientes que tuvo llegó retrasado y tuvo que ir directamente a la playa, donde se encontró con sus clientes y la wedding planner.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.