Luna de Sangre

PRÓLOGO

En el salón de baile había muchas mujeres con los más elegantes vestidos, así como hombres que portaban los trajes con la gallardía que caracterizaba a los caballeros de la alta sociedad de Ragdarag. Algunos danzaban al ritmo de la música vals interpretada por la destacada orquesta personal del rey y otros conversaban en sus mesas, en compañía de las mejores bebidas y bocadillos. Pese a la premura de la organización esa noche albergaba un magno evento, dado que habían pasado años desde la última vez que todos los representantes de los dioses se reunían en un solo lugar para interactuar con los ciudadanos y debido a esto, el rey decidió hacer un baile en el que invitó a los más apreciables de los cinco reinos de Ragdarag.

La fiesta se realizaría en Barakar, el reino alto donde solo vivían los aristócratas de todas las razas. En los pueblos más cercanos al reino se había hablado sobre este evento y la noticia de que los reyes buscaban apoyo se expandió por todo el territorio y muchos quisieron contribuir a la celebración de algún modo, ya fuera por medio de donaciones en especie o servicios. El rey y la reina aceptaron todas las muestras de afecto, tales como la comida, la bebida y el apoyo en los servicios de limpieza y orden, pero nadie tenía permitido ir más allá de las bodegas y el área de la servidumbre porque pese a lo agradecidos que estuvieran con las personas, la seguridad de los invitados seguía siendo lo más importante y no se permitía que cualquier persona entrara sin supervisión, sin haber sido revisado antes y mucho menos sin una invitación. Los guardias de todos los reinos custodiaban el castillo desde diferentes zonas y cualquier intento de agresión contra los invitados sería duramente castigado.

Jane Mular lo sabía, sus padres que eran reposteros se lo habían advertido cuando recibieron la oferta de trabajo, y, aun así, cuando ella estuvo en el castillo, se alejó con sigilo de sus padres, atravesó la puerta de la cocina y recorrió el largo pasillo por el que salió del área de la servidumbre. Su corazón latía muy rápido y ella reía con nerviosismo, asombrada por el hecho de que lograría salirse con la suya una vez más. Del otro lado había unas muy cortas escaleras de caracol que descendió dando tres saltos y una vez abajo, se encontró con otra puerta que la esperaba al final y al abrirla, descubrió el pasillo principal del castillo, que la llevaría al salón donde se desarrollaba la fiesta. Antes de atreverse a pasar por ahí, miró el camino que había recorrido, preguntándose si lo que iba a hacer era lo correcto o si metería en problemas a sus padres. Pero ella era joven y muy curiosa y tomó la decisión, segura de que, si la descubrían, no pasaría nada malo, porque se decía que el rey era un hombre bueno y razonable, al igual que su esposa que era conocida por su gracia y por ser una reina justa, y seguro entenderían que solo era una joven deseosa por conocer las maravillas que el palacio ofrecía y a las cuales no pudo resistirse en el momento en el que puso un pie dentro del majestuoso castillo. Sabía que con un llanto regulado y una disculpa lograría obtener el perdón de los monarcas al igual que el de sus papás.

Jane tenía once años y era muy baja de estatura, era consciente de que no lograría engañar a los invitados, mucho menos con las vestiduras sencillas que la delataban como alguien de la servidumbre y cuya presencia solo era algo temporal, así que decidió que su esbelta y diminuta figura la ayudarían a pasar desapercibida. No tenía intenciones de colarse en la fiesta e interactuar con la sociedad aristocrática, solo quería ver los vestidos de las mujeres ricas y de la corte, pues la madre de su amiga era una de las mejores costureras y modistas y ella había diseñado los vestidos de muchas de las mujeres ricas de todos los reinos, pero también de algunas duquesas, condesas y marquesas. Su amiga le había contado que los vestidos eran bellísimos, tan sofisticados que su madre había pasado noches enteras confeccionándolos solo para que se usaran en esa fiesta, y Jane quería verlos de cerca. A pesar de su corta edad y de su interés en los juegos infantiles, ella conocía muy bien la diferencia entre su clase y la de los ricos, y creía que jamás lograría crear una fortuna y por lo tanto nunca tendría un vestido como el que su amiga había descrito, así que se conformaría con verlos e imaginar que era ella quien danzaba vestida con uno de ellos, uno azul y con pedrería fina que lograría cautivar a todas las personas que la vieran portándolo y recibiría halagos sobre lo hermosa que se veía.

En el gran salón los vio de todos los colores, de diferentes telas y diseños y se impresionó mucho porque eran más bonitos de lo que había imaginado, pero ella quería saber cómo era el que utilizaba la soberana del reino más importante de Ragdarag, al igual que los de las princesas y las representantes de las diosas, así que se introdujo más y más al salón, pasando entre los danzantes del centro y las mesas donde algunos todavía cenaban y bebían, todos tan ensimismados en sus asuntos que ninguno notó su presencia.

Hasta ese momento, nadie la había visto, así que ella avanzó convencida de que podría curiosear y volver al área de la servidumbre sin problema. Subió las escaleras porque creyó que desde lo alto lograría ver mejor y una vez que llegó a la planta alta, se paró detrás de uno de los pilares y desde su lugar pudo observar el gran evento que los reyes habían organizado con tan poca anticipación, pero con la gran perfección que los caracterizaba. Vio a los danzantes, las luces que iluminaban el salón y escuchó la música. A sus ojos todo era perfecto y ante tanta majestuosidad, poco a poco sus ojos se desviaron, dejó de prestar atención al centro del salón para observar las decoraciones del castillo, sobre todo las del techo. Contempló las pinturas de las cúpulas, descubriendo las increíbles pinturas de los cinco dioses a los que les rendían culto en los diferentes reinos de Ragdarag.




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