Luna de Sangre

5. RITUAL

La luna de sangre brillaba en el cielo oscuro salpicado de estrellas. Vianet ya portaba el vestido blanco que cubría todo su cuerpo, tan largo que ni siquiera sus pies eran visibles, al igual que las mangas que le tapaban hasta los nudillos. Antes de salir, Maloria le colocó un collar alrededor de su cuello, cuando lo hizo, pudo sentir que sus manos temblaban. La abrazó y le dijo que la amaba y que era su mayor orgullo.

—Te esperaré afuera—dijo y seguido le dio un beso en la mejilla.

Vianet no dijo nada, tenía la vista fija sobre su propio reflejo, se llevó las manos al collar y admiró el dije en forma de luna roja, un dije que representaba la luna que brillaba esa noche y era muy parecido al que había visto en el cuello de Geanna esa mañana, excepto que el de su hermana era blanco, como la famosa luna de plata.

El momento por el que se había preparado tantos años por fin había llegado, ella era una excelente bruja blanca gracias a los nueve años de entrenamiento y a la información académica a la que tuvo acceso. Estaba orgullosa de llamarse a sí misma “la mejor”, aunque hubiese preferido utilizar sus dones para algo más que solo para ser sacrificada y su magia consumida por una mujer a la que consideraba una amiga.

Vianet caminó hacia la ventana y vio a la escolta que la acompañaría hasta lo más profundo del bosque de los mil rostros, su caballo blanco esperaba a ser montado y vio el fuego de las antorchas de los hombres que iban a escoltarlas. Por última vez miró la habitación que compartió por quince años con su hermana y sintió tristeza porque jamás volvería a dormir ahí, sus muebles estarían abandonados y empolvándose cada día y su ropa permanecería guardada en los cajones del viejo armario de madera hasta que sus padres decidieran donar todo o enviárselo a Geanna, y sabía que con el tiempo todo recuerdo de ella se desvanecería porque Serena pasaría a ser la mujer más importante de Vostarus y todos se olvidarían de los nueve nombres que dieron su vida para que ella pudiera ascender, todos menos las tristes familias que habían aceptado sin retobar el destino de sus hijas y hermanas. Finalmente, y ante su sombrío pensamiento apagó la luz de las velas y salió de la recámara.

En la planta baja estaban sus padres, ambos con los rostros enrojecidos por el esfuerzo que habían hecho por soportar el llanto. Vianet fue primero con su padre, quien la abrazó y luego le acarició el rostro con ternura.

—Te amo, papá—dijo y por primera vez dejó caer las lágrimas que había reservado—. Espero que estés orgulloso de mí.

—Siempre lo he estado, mi preciosa hija, mi hermosa luna en el cielo.

Vianet concluyó con el abrazo y él le dio un beso en la frente, luego ella se dirigió a Maloria, la señora sostuvo el rostro de su hija entre sus manos y sonrió.

—Eres una bendición. Te amamos con todo el corazón.

—Y yo a ustedes.

Vianet abrazó a su madre y trató de conservar en su memoria el aroma de Maloria, de su ropa, de su piel y cabello, la sensación de sentir sus brazos protectores alrededor de ella y el latir de su corazón que podía percibir. No quería olvidarla porque quería imaginar que su mamá la abrazaría en el momento final de su vida, como cuando la abrazó cuando nació y su vida recién comenzaba.

—Te amo— volvió a susurrar.

Después dio media vuelta, salió de su casa sin mirar atrás y cerró la puerta. Una vez que estuvo afuera escuchó por primera vez el llanto de su madre y pudo imaginarla sobre sus rodillas mientras Rubert la abrazaba y trataba de reconfortarla pese a que él también sufría. Vianet se alejó de la puerta para no tener que escucharla porque sabía que ella también lloraría y si continuaba escuchando la tristeza de sus padres, perdería el valor que había reunido para esa noche.

Las otras brujas que también ya se habían despedido de sus familiares estaban en las entradas de sus casas al igual que sus respectivos caballos. Los hombres de la guardia las ayudaron a subir a los corceles e iniciaron su viaje al bosque de los mil rostros. Todos los hombres de la escolta vestían de negro y con los rostros cubiertos y ninguno pronunció palabra alguna durante el viaje al bosque, porque hablar era una prohibición durante el proceso, ya que de acuerdo con las instrucciones las brujas debían dedicar esos momentos a realizar oraciones a las princesas que les otorgaron sus dones. Vianet cerró los ojos y pensó en todo lo que quería decirle a la gran Eralda, la primera bruja blanca de todos los tiempos y la última de las hijas del señor de la luz y la oscuridad.

Primero, le agradeció por haber permitido que ella fuera poseedora de la magia blanca, ya que sus habilidades de luz habían ayudado mucho a su pueblo durante momentos de oscuridad. Después le agradeció por elegirla para ser el tributo para que la nueva reina bruja ascendiera como la primera representante de las princesas del Inframundo,

Pero todos sus agradecimientos fueron interrumpidos por la imagen del limbo o por lo menos como ella lo había visualizado, desde que era una niña a la cual le contaban historias sobre ese lugar solo para procurar que se portara bien. En su mente infantil el limbo era oscuro y siniestro, con monstruos que perseguían a las brujas con mal comportamiento, pero cuando creció entendió que la realidad estaba muy alejada de lo que había creído por años, y su imagen se distorsionó aún más, pero seguía siendo un lugar de castigo y eterno sufrimiento. Y después escuchó las palabras del sumo sacerdote y eso fue lo que la convenció de que el limbo de las brujas no era para nada un cuento que los mayores contaran para asustar a los niños y obligarlos a hacer sus deberes y a comportarse con propiedad. Unos minutos la separaban de condenar su alma al dolor perpetuo.



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En el texto hay: vampiros, hombres lobos, brujas y humanos

Editado: 21.05.2025

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